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Fuck the Troika!

Juan José Fernández Palomo

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Las ciudades que se abren al mar y se cierran a él lo hacen como si fueran un bivalvo taciturno. Imaginen a una almeja ciclotímica en la desembocadura de un río sobre un fondo de lodo que no sabe si la corriente que la importuna es dulce o salada. Así es Oporto -a partir de ahora, Porto, con simpleza y rigor portugués para nombrar las cosas-.

Es la una y media de la tarde de un martes en la churrasquería “Clérigos”, un sencillo restaurante de menú con el plato del día a 3´75 euros (Hoje: sardinhas na brasa, sardinhas fritas, churasco com batatas, pescada, frango, a elegir, más vinho y café). En la mesa te pondrán el pan y la guarnición tradicional de arroz y patatas como una cortesía o una costumbre, si es que hubiera diferencia entre la una y la otra en este pueblo.

“Clérigos” es una zona a la que le da nombre una iglesia llamada así con

su torre de siete pisos, la más alta de Portugal, cerca de la de los Carmelitas. Por esa zona, subiendo hacia el norte por la margen derecha de un río Duero – a partir de ahora Douro-

a punto de morirse o volver a vivir en el Atlántico, está también la librería “Lello” que mantiene su categoría de catedral de los libros junto a otras cercanas, de anticuario, saldo o libro viejo que agonizan aferrándose a los brazos del souvenir vulgar.

Galerías de París, Cândido Reis o Conde Vizela son un entramado de rúas cercanas a la zona que mantienen hermosos ventanales en fachadas coloniales que se descascarillan con más gatos dentro que inquilinos y con locales cerrados en sus bajos. Entre ellas, un par de plazas vulgares albergan edificios de instituciones y empresas que ya no sabemos si son lusas, privadas, públicas, intervenidas o apuntodé.

Levanto la vista de una de las sardinhas que me han servido en el comedor de la Churrasquería “Clérigos” y echo un vistazo al televisor que tengo en el rincón superior izquierdo de enfrente. Sin sonido, un informativo de la aún pública -creo- RTP con rótulos en el margen inferior de la pantalla me explica que es inminente la privatización del servicio de correos y que se anuncian manifestaciones. Aparto la mirada de la tele, la vuelvo a la sardinha que trato de desespinar y la giro a mi alrededor: junto a mi mesa algunos hombres y mujeres comen su prato de hoje y beben su vaso de vinho en silencio, sin tener qué decidir en la carta, a la espera de tomar el café para volver a abrir la noble librería fundada por los abuelos que ahora vende postales y camisetas o regresar un rato al despacho para no hacer nada aunque quisieran hacer algo. Y esperar.

Mientras, el viejo Douro, ancho y constante, se desliza camino del océano bajo los ojos exagerados de los puentes excesivos sin mirar atrás ni a los lados.

No sé si lo hace así porque ya lo ha visto todo o porque no quiere verlo.

Por cierto, varias generaciones de portugueses son prácticamente bilingües porque no hay tradición de doblaje y desde siempre han visto los dibujos animados y las pelis en versión original. Así que la exclamación del título la pronuncian muy bien y con un acento muy bonito.

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