Desamor
Qué te he hecho, España, para sufrir tu abandono, tu mirada hacia otro lado, tu manera de ignorarme.
Yo, que te serví como soldado de leva en el esplendor de mi juventud. Que aprendí a montar, desmontar y cargar un vetusto fusil CETME. Yo, que disparé con él a una diana en un decampado, yo que fui adiestrado así para usarlo contra el enemigo invasor (que no llegó, por suerte para él. Yo lo hubiera frito con mi CETME).
Yo, que fumo y voy al estanco y compro tabaco con su sello y sus impuestos indirectos.
Yo que bebo whiskey o ron o ginebra o anís o le que me dejes beber en tu honor y con el tapón correspondiente.
Yo, que le exijo factura a quien me escayola en el techo de la cocina la salida del tubo del calentador de agua.
Yo, que aplaudí a nuestra selección de fútbol aunque estuviera dirigida por Santamaría o Javier Clemente.
Yo, que hago mi declaración de Hacienda con cita previa a pesar de ser un tieso y le sonrío pusilánime al funcionario o funcionaria enarcando los hombros y escondiendo la barbilla hacia el esternón con humildad y respeto.
Yo, que tengo la página del BOE como favorita en mis consultas de internet.
Yo, que les hice un salmorejo y una tortilla de patatas a mis anfitriones en Nicaragua mientras ellos pusieron en la mesa un estofado de iguana con yuca…
Qué te he hecho, España.
Dime por qué, después de todo esto, no significo nada para ti. Por qué no me cuidas, por qué, siendo cercano a una persona positiva en Coronavirus, no me has llamado ni siquiera para que te confirmara que sigo asintomático. Dime por qué no has tenido un ratito para llamarme, citarme para un encuentro, meterme un palito por la nariz, estornudar juntos y echar una risita. Y luego decirme: estás muy bien y te sigo queriendo.
España: nuestra relación no debe acabar así. Vamos a darnos otra oportunidad.
España: ya aprendí que la cara oculta del amor no es el odio, es el desamor. Si te odiase tendría fuerza, ahora sólo estoy inerme y abatido.
Hagamos un esfuerzo tú y yo. No rompamos aún las cartas.
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