Trabajadores al sol: las historias de quienes sufren cada día el sofocante calor en la calle
Es el primer día de verano en Córdoba. Aprieta el calor. El centro de la ciudad se va vaciando conforme pasan los minutos, pero hay varias personas que se quedan ahí, bajo la sombra. Un trabajador instala un cartel luminoso. No se encuentra bien, pero continúa. Al llegar a casa, empieza a sentirse mareado, y al día siguiente lo ingresan en el Hospital Reina Sofía. Cuando cae la noche, el hombre muere. Fue el primer fallecido certificado de este verano por calor extremo en España. Aquel mismo día, el termómetro en Córdoba superaba los 40 grados. El verano no había hecho nada más que comenzar.
Días después, en el mismo centro de Córdoba, la imagen no ha cambiado: decenas de trabajadores siguen en las calles, cumpliendo su jornada bajo el sol. Repartidores, guías turísticos, camareros, técnicos e incluso músicos. La ciudad continúa su ritmo habitual, como si aquella primera muerte por golpe de calor no hubiera dejado ninguna huella. Aun así, entre quienes trabajan expuestos al sol, los mareos y los efectos de calor son frecuentes.
Recogiendo y repartiendo bajo 40 grados
María es operaria de recogida de cartones. Va cubierta con pantalones largos, guantes y una camiseta arremangada. Le acompaña Mamen, una joven en prácticas. Mientras recogen los cartones de un establecimiento en la calle Cruz Conde, María cuenta que en lo que va de verano, ha sufrido ya dos episodios de golpe de calor. “Llegué a casa y me temblaba todo el cuerpo, sobre todo las manos”, cuenta.
El segundo episodio llegó de forma más silenciosa. Tras una jornada completa expuesta al sol, volvió a casa, se duchó, comió y descansó para el día siguiente. Pero por la mañana, al despertarse, empezó a encontrarse mal. Vomitó. “Era como un mareo que se me había quedado dentro”, explica.
El caso de María no es una excepción. El calor se cuela en todos los oficios que se ejercen al aire libre. A pocos metros de donde recogen cartones, Iker está terminando su ruta de reparto. Tiene varias gotas de sudor en la frente. Empieza a las 6:30 de la mañana, aprovechando las primeras horas frescas del día, pero a partir de las diez, “el calor se hace difícil de aguantar”, dice. “En cada sitio al que voy intento pedir agua y echarme un poco por encima. Aunque suelo llevar tres botellas de agua siempre conmigo”.
Si bien dentro del vehículo donde lleva la mercancía hay aire acondicionado, apenas lo puede utilizar. “Solo lo ponemos cuando vamos de un sitio a otro. La mayoría del tiempo estamos fuera”. Hace dos semanas, un compañero suyo se desmayó en la avenida del Gran Capitán. “Tuvo que venir la ambulancia. Aquí en Córdoba, estás acostumbrado o sabes cómo llevarlo”, resume.
En la ciudad, saber “cómo llevar el calor” se ha convertido en una habilidad de supervivencia. Para quienes trabajan en la calle, cada jornada implica una estrategia: rutas bajo sombra, pausas frente a fuentes, botellas congeladas, abanicos y protectores solares.
Bajo la sombra de un paraguas
Begoña está bajo la sombra de un árbol en la plaza de Las Tendillas a las 12:15 y le acompaña un paraguas naranja. Es guía turística. Cada día se enfrenta al calor acompañando a grupos de visitantes por el centro histórico. “Intentamos evitar las zonas más abiertas como el Puente Romano a las horas fuertes”, explica. Ella empieza sus recorridos en la plaza de Las Tendillas, pero si hay otra guía al mismo tiempo, se reparten la plaza según dónde haya más sombra.
Aunque hay tours programados a las 12:30, como el que va a realizar ahora, ese horario suele evitarse en verano. “Solo se hace si hay mucha gente apuntada”, dice. En esos casos, ajusta el itinerario para esquivar lugares sin sombra. Las paradas son más frecuentes y muchas veces pregunta directamente al grupo si alguien necesita beber agua o parar. Además, intenta caminar, si puede ser, “bajo la sombra de los edificios. La de los árboles muchas veces no basta”, asegura.
Pero ni siquiera la previsión garantiza la seguridad. En el conjunto arqueológico de Medina Azahara, otra compañera suya vivió un susto reciente. Un turista sufrió un golpe de calor, pese a que las temperaturas no eran especialmente altas. “Aquí hay gente que no está acostumbrada a este tipo de calor. Se confían. Y no se puede salir sin agua”, advierte.
No todos los trabajadores afrontan el calor por su cuenta. En sectores como el reparto postal, existen protocolos distintos según el nivel de alerta por altas temperaturas. Eran las 12:50 cuando una trabajadora de Correos salía apresuradamente de la Delegación de Hacienda, con el tiempo justo para regresar al centro de trabajo. “Como muy tarde a la una tengo que estar de vuelta”, dice sin detenerse.
Ese día estaba activo un aviso naranja por calor. En estos casos, el reparto se interrumpe a las 13:00 y se reanuda por la tarde a partir de las 17:00. Si el aviso es rojo (cuando las temperaturas superan los 42 grados), el reparto a pie y en moto se suspende por la tarde, y solo continúan aquellos que utilizan vehículos de cuatro ruedas climatizados.
Los que parece que están a la sombra, pero no lo están
Hay trabajos menos visibles pero igualmente expuestos a las altas temperaturas, como el de los cantantes y músicos callejeros. Valeria es conocida como “la cantante de Las Tendillas”, aunque en verano se la podría conocer como “la cantante de Cruz Conde”. “El sol que da en la plaza me obliga a moverme a otros sitios”, explica.
“El horario lo decido yo, pero no puedo venir a las nueve de la mañana, porque molesto a los vecinos”, comenta. Normalmente trabaja de once de la mañana a dos de la tarde, aunque asegura que “cuando canta no siente el calor”, lo que puede ser un riesgo serio para su salud.
Al igual que Valeria, hay otros trabajadores que parecen no sufrir el calor, pero cuya realidad es muy distinta. Jesús es reparador de electrodomésticos, y podría parecer uno de ellos, pero sus condiciones laborales cuentan otra historia. “Muchos clientes tienen lavadoras en cuartos de pila y terrazas, y por lo general, nunca está el aire acondicionado encendido en las casas”, relata. Además, “en muchas ocasiones tenemos que cargar con esos electrodomésticos a mano porque la furgoneta no puede aparcar justo delante de las viviendas”, concluye.
La muerte que abrió este verano es un recordatorio de que las medidas tanto individuales como profesionales que se tomen no siempre son suficientes. Córdoba tiene fuentes y sombra, pero la sombra no siempre alcanza y el agua puede llegar a no ser suficiente.
Mientras la ciudad se adapta otro verano más a las olas de calor, la vida laboral sigue su curso bajo el sol implacable. La sombra, el agua y las pausas son las armas diarias con las que estos trabajadores combaten a un enemigo que no da tregua.
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