La España del bus
La competencia del AVE está tirando los precios
Hay una España que viaja en bus porque no puede viajar en AVE. Es una España de currantes que se arremolinan en la dársena de la estación para amontonar las maletas en los bajos del vehículo. Esa España contempla los campos de trigo a través del cristal. Atraviesa los polígonos industriales, se adentra en las dehesas y surca Despeñaperros con la lentitud parsimoniosa de siempre. A mitad del camino, como ordena la Dirección General de Tráfico, se detiene en un bareto de carretera para comerse un bocata de calamares y soplarse una cerveza fresca de grifo.
Esa España no dispone de servicio de cafetería junto al vagón número 4. No puede, por tanto, merendarse un Box Picnic por 7,50 ni los azafatos pasan con el carrito aprovisionados de zumos de naranja y botellines de agua mineral. Una España sin auriculares fungibles para ver a Tom Cruise cepillándose alienígenas como si no hubiera un mañana. Hablamos de un país del futuro que vuela a la velocidad del vértigo. Que es capaz de desayunar en Sevilla y almorzar en Barcelona por la gloria de mi madre. Y cuando la España del bus va, la España del AVE ya regresa con el bisnis resuelto en el bolsillo.
El señor Puente, por lo visto, quiere que la España del bus (y del Bla Bla Car) siga contando ovejitas a través de la ventana. Que los camareros y los oficinistas no traspasen el umbral de la clase proletaria que su partido, por cierto, prometió emancipar allá por los años de María Castaña. ¿Se acuerda, señor Puente? El AVE fue concebido para la gente guay con dinero público y así debe seguir siendo, aunque el ministro del ramo se suba a la tribuna del Congreso de los Diputados para dar clases de socialdemocracia y justicia social.
Por eso le toca las narices que la competencia tire los precios y se abarrote el AVE de electricistas y repartidores, bocatas de mortadela y gorrillas de UGT. Que una cosa es la lucha de clases y otra muy distinta que la España del bus se te cuele donde no debe.
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