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Herminio Trigo: “En política, la traición y la mentira son lo que más abunda”

Herminio Trigo | ÁLEX GALLEGOS

Manuel J. Albert

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Herminio Trigo necesita poca presentación. Nació en Córdoba en 1943 y fue, entre 1986 y 1995, alcalde de su ciudad. Como miembro del PCE y de IU, le tocó la difícil tarea de heredar el cargo de un peso pesado local que ya entonces hacía gala de tener una de las personalidades más marcadas del panorama político español: Julio Anguita.

Trigo supo imprimir un sello personal durante casi una década de mandatos. Nueve años en los que el regidor participó en uno de los periodos que cambiarían para siempre la fisonomía de la ciudad. Acompañado por un potente equipo de colaboradores, no tuvo miedo en entrampar económicamente al Consistorio hasta las cejas para llevar a cabo actuaciones demandadas desde hacía décadas: soterramiento de las vías del tren, apertura de nuevas avenidas, construcción de una nueva estación, nuevos puentes, nuevas instalaciones deportivas...

El exalcalde se cita con CORDÓPOLIS en la cafetería La Antigua, justo en el centro de aquella X que marcó un plan de modernización urbano muy anterior a sus gobiernos: el que constituye el cruce de Ronda de los Tejares con Gran Capitán, testigo de la Córdoba que a finales del XIX y principios del XX empezaba a asomarse extramuros.

Durante una hora y media larga, Herminio Trigo hará una radiografía de la ciudad de hace 30 años y la comparará con la actual; reflexionará sobre la memoria histórica, el ejercicio del poder político, el difícil equilibrio interno de los partidos y la necesidad de mantener siempre una puerta profesional abierta que garantice independencia personal y una vía por la que poder salir de ese mundo.

Trigo reconoce que su día más difícil en política fue aquel en el que presentó su dimisión. Aquella decisión no estuvo exenta de intrigas de pasillos y de despachos, tras una condena por prevaricación a causa de la elección del gerente del Gran Teatro. Un año después fue indultado por el último Gobierno de Felipe Gonzalez.

Tras ingresar en el PSOE en 2001, enmarcado en el grupo de Nueva Izquierda, Herminio Trigo ha vivido los últimos 12 meses como espectador de la guerra civil en su partido tras lo que él llama el golpe de octubre de 2016 contra Pedro Sánchez. Un episodio más entre otras traiciones y mentiras que, en buena medida, atraviesan esta entrevista desde el titular hasta la última línea.

La conversación, en cambio, comienza con una de sus pasiones conocidas: las películas. Pero antes advierte: “Voy a darte titulares”. Y lo hace.

PREGUNTA. ¿Sigues yendo al cine?

RESPUESTA. Sí, sigo yendo al cine, me gustan mucho las películas. El problema es que no hay mucha calidad últimamente y prefiero quedarme a ver clásicos en mi casa.

P. Tus años en la política se parecen más a la serie Borgen o a alguna de las adaptaciones que se han hecho del Julio César de Shakespeare?

R. Yo diría que más a Julio César. La política tiene más que ver con traiciones. Esa palabra es la que define mejor a la política. Hoy lo estamos viendo: traición y mentira son lo que más abunda.

P. ¿Dónde hay más teatro, en una Junta de Gobierno Local o en un Consejo de Ministros?

R. En todas las reuniones de corporaciones y administraciones se echa mucho teatro. Pero en aquellos espacios que no son controlados, fundamentalmente. Esos lugares se prestan mucho más.

P. ¿Cómo te has sentido más cómodo? ¿De actor protagonista o de secundario?

R. Como secundario, uno siempre se puede sentir algo más protegido pero aunque la influencia de los secundarios es muy importante para los líderes, siempre la última responsabilidad la tiene el protagonista. Ser secundario es más cómodo pero también entraña más trabajo porque hay que prepararlo todo para que el líder defienda la tesis.

P. ¿Qué hay ahora en cartelera que te interese? En la cinematográfica y en la política.

R. En cine me ha interesado Dunkerque, una película de estilo casi documental muy bien hecha. Y en cuanto al panorama político, vivimos periodos convulsos. Actualmente, estamos en un terremoto político que todo el mundo prevé pero para el que nadie toma medidas para evitarlo. Es preocupante e inquietante que eso ocurra porque refleja mucho la inoperancia y la falta de algo tan necesario en estos momentos como es el ejercicio de la política.

P. ¿Qué dice de nuestros responsables políticos la gestión de lo que está pasando en Cataluña?

R. La capacidad política de los dirigentes se nota en los momentos de crisis, en cómo actúan. Rajoy nos ha acostumbrado a la apatía y a no hacer nada; a que las cosas se arreglen solas. Pero en política eso es peligroso, te puede salir bien unas veces pero otras no. Y puede ocurrir que en realidad tú ya no gobiernas y que en realidad gobiernen las circunstancias y otros elementos. Si tú no decides las acciones, otros lo decidirán. Ahora mismo, en el proceso catalán ha pasado eso mismo. Es una iniciativa que se podía haber frenado -como tantas veces se ha hecho en el País Vasco y en la misma Cataluña- pero que ahora requiere de un esfuerzo tremendo. Así que no sabemos si se podrá parar una ruptura que puede ser traumática para el país.

Lo que pasa en Cataluña refleja mucho la inoperancia y la falta de ejercicio político

P. ¿Cómo ha calado esta fractura en los partidos políticos?

R. Los partidos tienen todos una respuesta. El PP mantiene que solo se puede responder con la legalidad. En cambio, otra idea distinta, que a mí me parece la más acertada, es la apertura de un diálogo con otras propuestas que se enganchen con una reforma constitucional. Una reforma que tiene que contemplar algo que en este país no se ha observado antes: que España, realmente, es un invento de muchas circunstancias particulares. Todos decimos que Galicia no es Andalucía, que Euskadi no es Castilla, que Cataluña no es Extremadura, pero no somos consecuentes si a eso no le damos una respuesta política dentro de un marco. Pero para eso se impone un trabajo muy de fondo.

P. ¿Y se hace?

R. Los intereses electoralistas y particulares de algunos partidos están impidiendo que se haga una reflexión profunda y que se reestructure todo. Hay que tener en cuenta que la Constitución del 78, tan denostada por las fuerzas políticas modernas, tuvo una valentía importantísima en ese mismo sentido: reconocer las diferencias en España. Hablo de eso que se conoce como el Estado de las Autonomías. Aquello fue un paso histórico importantísimo porque marcó una nueva realidad que surgía de la nada. Pero hay que reconocer que tras casi 40 años ya se ha agotado y hace falta que repensemos todo para que otro marco asuma la realidad que tenemos ahora.

P. Ese mismo debate lo tiene en su seno el PSOE. Y encontramos visiones que plantean soluciones distintas en el PSOE federal y en el andaluz.

R. Eso se vio bien en el golpe de octubre en Ferraz el año pasado.

P. ¿Golpe?

R. Sí, lo llamo golpe. Ya lo he hecho antes y también por escrito. Fue un golpe, una cosa imprevista. Un golpe de mano en toda regla. Y fue la consecuencia de dos visiones distintas dentro del Partido Socialista. El PSOE andaluz estaba muy condicionado por una circunstancia política particular de Andalucía. Aquí tenemos un Podemos (que sería la alianza natural del PSOE) muy controlado por los anticapitalistas que no pactan con nadie y que, en esencia, constituyen nuestra propia CUP. La alianza con Ciudadanos para poder gobernar fue inevitable y eso inclinó esa tendencia anticomunista que ya tiene el PSOE andaluz de por sí. Solo hace falta leer los libros de Alfonso Guerra para darse cuenta de lo anticomunistas que ya eran en tiempos. Esa tendencia es la que empujó a ese golpe porque Pedro Sánchez se situaba en una posición que estaba por encima de todo eso.

Me quedo con el PSOE cordobés de la etapa de José Antonio Ruiz Almenara

P. ¿Reconoces al PSOE cordobés de ahora, que está en proceso de elección de nueva dirección?

R. Me quedo con el PSOE de José Antonio Ruiz Almenara, al que yo me incorporé cuando Nueva Izquierda se unió al PSOE. Guardo de él un entrañable recuerdo. Era un PSOE distinto porque José Antonio creía realmente en lo que decía. Y trató por todos los medios de hacer algo muy complicado, como yo mismo le advertí: cambiar las costumbres tradicionales del PSOE. Lo intentó pero no lo consiguió.

P. ¿De qué costumbres hablas?

R. El PSOE tenía que estar más en la calle y menos en las instituciones. Porque el principal problema que todavía tiene en Andalucía es que siempre ha estado en las instituciones. Eso crea una adicción hacia el cargo que, como consecuencia lógica, lleva a un desapego de la realidad de la gente. Lo que yo planteaba era que el PSOE estuviese más en la calle e influyendo más en las sedes para poder ganar en credibilidad y presencia. José Antonio lo intentó, insisto, pero no lo logró.

P. ¿Las direcciones que le siguieron se llegaron a plantear esa cuestión que Almenara puso encima de la mesa?

R. Tras la imposibilidad de hacer lo que él quería, José Antonio abandonó y se comprobó que su etapa había sido solo un paréntesis para volver a lo de siempre: las instituciones, la influencia de los lobbies, las presiones y ese tipo de cosas que, a mí personalmente, no me interesan nada.

P. ¿Qué balance haces de los últimos gobiernos locales? El PSOE dirige el actual en Córdoba capital en alianza con IU.

R. Yo contemplo las cosas como un jugador de fútbol jubilado que va a ver los partidos sabiendo -porque ha jugado, le han dado puntapiés y hasta lo han expulsado (risas)- cómo funcionan las cosas. Con toda esa experiencia, uno lo ve todo de forma diferente. Y uno no puede evitar, cuando ve las cosas, pensar que ése o aquél se está equivocando porque se ha dado un pase que no era ahí. Es inevitable. El campo de fútbol es mi ciudad y yo la paseo y la miro con mucho cariño. Es verdad que a finales de los años ochenta y hasta principios de los noventa se produjo una transformación de la ciudad muy importante. Se supo aprovechar la ola del año 92, aunque no beneficiase a Córdoba directamente más allá de la reforma de las instalaciones ferroviarias y la estación. Es verdad que hubo un movimiento importante que nos permitió trabajar y conseguir muchas cosas que están a la vista. Se subsanaron muchas carencias históricas de la ciudad: se recuperaron los espacios libres; se modernizó la ciudad en muchos aspectos; se hicieron instalaciones deportivas como el Palacio de los Deportes o el Nuevo Arcángel... Y es verdad que, a partir de ahí, quedaban menos asignaturas que resolver en la ciudad, aunque algunas sigan todavía pendientes.

Mi equipo político es el más fuerte que ha habido en el Ayuntamiento de Córdoba

El problema que estamos viviendo es que el cambio permanente cada cuatro años de equipos de gobierno entraña una inversión de tiempo en aprender cómo funciona el Ayuntamiento realmente. Porque la inexperiencia es algo que se adquiere con el tiempo. Y en el actual ciclo, resulta que cuando uno aprende -y lo hace a marchas forzadas- ya llegan las elecciones. Y si hay cambio, a la gestión tampoco se le termina de ver los frutos. También hay otra cosa importante: los equipos de gobierno que se han formado adolecen del hecho de que, en general, la gente valiosa y formada no quiere entrar en política. Por eso hay que echar mano de personas que sí tienen voluntad política pero que no siempre son idóneas para poder desempeñar las funciones, ya sean en el Parlamento, en el Senado o en un Ayuntamiento. Eso lo dificulta todo.

P. ¿Y en tu caso cómo lo resolviste?

R. Cuando estaba en el Gobierno Local reuní a un equipo que, desde mi punto de vista, es el más fuerte que ha habido. Me costó mucho trabajo convencer a algunos que no querían pero, al final, dispuse de una gente con la máxima capacidad. En política hay una máxima que perjudica mucho a los ciudadanos: cuando se eligen a los equipos, el líder siempre piensa en escoger a aquellos que no le hagan sombra. De entrada, eso supone eliminar a personas con entereza, fuerza y preparación política. A mí eso no me importaba porque lo que yo quería era dirigir una buena orquesta. Y era tan buena que, de hecho, se dirigía casi sola. Cuando eliges buena gente, los equipos que funcionan lo hacen muy bien, incluso sin directores.

P. Es verdad que, a veces, desde fuera, parece que los dirigentes de determinadas formaciones se rodean más de...

R. Palmeros, directamente son palmeros (risas).

P. ¿Pero hasta qué punto tiene margen de maniobra el líder de la lista, el que la encabeza, para elegir a quienes van a acompañarle en los puestos de salida de la lista electoral?

R. Depende del líder y depende del partido. Si el líder depende del partido, entonces tiene poca capacidad de maniobra, pero cuando el líder no tiene esa dependencia del partido ya puede negociar mejor. Ese era mi caso en IU. Yo no era muy de partido y esa libertad me permitía poner condiciones que, finalmente, eran atendidas. Es muy difícil decirle que no a un líder -cuando se es menos dependiente- porque puede plantarse y termina hundiendo al partido. Esas cosas hay que aprovecharlas. Cuando uno está en el ejercicio del poder administrativo o público hay que aprovechar esa autoridad que los votos le confieren para mandar realmente, haciendo las cosas que quiere sin tener que obedecer directrices que vengan puestas de fuera.

P. ¿En el caso de la alcaldesa Isabel Ambrosio crees que tiene el equipo que ella quería? Aunque es cierto que ella gobierna en una coalición que tiene sus propios problemas.

R. Yo tengo la impresión de que no es el equipo que a ella le hubiera gustado hacer. Esa es mi opinión y mi impresión. Tal vez si hubiese tenido la oportunidad lo hubiese hecho algo mejor. Pero hay que tener en cuenta otra cosa: el PSOE no iba de ganador en estas últimas elecciones y se ha encontrado gobernando con esa circunstancia y con un equipo de personas que, en realidad, pensaba que iba a ejercer la oposición. Eso condiciona mucho.

P. ¿Hay políticos de gobierno y políticos de oposición?

R. Sí, sí. Hay políticos que saben hacer oposición y que viven muy bien en ella. Eso me parece una virtud porque no todo el mundo sabe. Por ejemplo, cuando escucho o leo lo que dice el PP en la oposición, a veces se me escapa soltar “son unos descerebrados”. El PP es, fundamentalmente, un partido para ser equipo de gobierno. Para ellos, hacer oposición es muy difícil pero, claro, siempre hay que tratar de plantear cuestiones con sentido.

Un problema de los partidos es que el líder siempre escoge a aquellos que no le hagan sombra

P. Volvamos al tema de gobernar para centrarnos en grandes proyectos posteriores a tu etapa: el Aeropuerto, el C3A y el Palacio de Congresos, el Exposiciones o el fallido del Sur. Todos suman cientos de millones de euros y el resultado es el que es. ¿Qué dice de nuestros políticos?

R. Muchas veces nos equivocamos admitiendo presiones de lobbies. Lo del Aeropuerto, por ejemplo, tiene una reflexión muy sencilla: si fuese realmente necesario, la demanda sería grande. Si no hay demanda, es que no es tan necesario. Hagamos esa reflexión de una vez por todas y tengamos claro que el Aeropuerto de Córdoba está para lo que está y que no se le puede pedir más. Tenemos dos aeropuertos internacionales a poco más de 100 kilómetros en Sevilla y en Málaga. Además, tenemos un AVE que nos conecta con Barcelona, con Madrid, con Valencia…

P. Pero todos estos proyectos tienen en común que los impulsaron decisiones políticas sin que parezca que haya un lobby detrás.

R. Sí los hay, yo mismo los tuve. Sobre todo de aquellos que, aun cuando después no cogen el avión (risas), te insisten en que Córdoba no es nada sin un aeropuerto. Gente que equiparan tener un aeropuerto con tener un Corte Inglés. Este país ha funcionado así y de esta forma tenemos el Aeropuerto de Ciudad Real, el de Castellón u otros muchos que no funcionan porque no son necesarios. Y como resultado hay unos gastos en infraestructuras millonarios que son estériles y que se tiran a la basura. Yo no echaría ni un duro más en nuestro Aeropuerto salvo para acondicionarlo mejor para aquellas funciones que de verdad tienen que hacer: casos urgentes, escuela de paracaidismo, vuelos para incendios o transporte para transplantes. Todo lo demás es un fracaso, todas las líneas aéreas que se han intentado han fracasado. Solo han funcionado mientras estaban subvencionadas.

P. ¿Cómo se hace una planificación de ciudad para que cosas así no pasen? Vosotros ruvisteis la oportunidad de cambiar la ciudad con todas las inversiones derivadas del 92 y da la impresión, 30 años después, de que lo canalizasteis con una cierta visión de ciudad. No parece que ocurriese igual en los años de la burbuja inmobiliaria con el Palacio del Sur o el C3A.

R. Se han hecho infraestructuras por el hecho de hacer cosas importantes. Aquí cada uno quiere pasar a la historia. El C3A tiene el problema de que hay otros centros parecidos en Sevilla o en Málaga y tampoco parece que tengamos tantos artistas en Andalucía. Pero claro, quien no tuviera un centro de ese tipo no era nadie. El problema es hacer por hacer. En cambio, sí creo que es necesario un Palacio de Congresos, eso es absolutamente prioritario. El Palacio del Sur estaba bien pero, a mi juicio, se concibió con una grandiosidad que después no fue posible materializar. Cuando se hace algo hay que medir siempre que se pueda hacer realmente.

P. Y hemos vuelto a la casilla de salida, reformando el Palacio de Congresos que ya teníamos.

R. Exactamente. Y hemos añadido otra reforma con el Centro de Ferias y Exposiciones, en el que también creo que hay que volcarse. Creo que lo mejor que se ha hecho es reformar y adaptar el viejo Palacio de Congresos sabiendo que tampoco vamos a tener encuentros de 4.000 personas porque nos los quitan. Pero, a cambio, tendremos un Palacio de Congresos al lado justo de la Mezquita que es una maravilla.

Muchas veces nos equivocamos admitiendo presiones de lobbies

P. Hablabas de querer pasar a la historia.

R. Sí, a veces queremos sobredimensionar las cosas para eso, para pasar a la historia. Hay circunstancias en las que se puede hacer pero otras en las que es mejor cambiar el modelo de gestión e introducir cambios. Son las innovaciones así las verdaderamente importantes. Nosotros, por ejemplo, empezamos con la experiencia de la participación ciudadana que, en aquellos tiempos, era muy novedosa. Tanto, que yo mismo tuve que explicarla en muchos sitios de España y de Italia. Eso fue un aporte importante de Córdoba. Luego se inventó otra cosa que fueron los presupuestos participativos, que venían de Brasil. Lamentablemente, aquello rompió con el esquema propio de Córdoba que nosotros habíamos hecho y que nos sirvió para organizar la sociedad cordobesa en torno a instituciones que nosotros mismos creamos y canalizamos. Unos organismos que servían para que fuesen interlocutores del Ayuntamiento con los vecinos. Ese modelo terminó difuminándose, aunque ha vuelto a cobrar impulso nuevamente y me parece que está teniendo un protagonismo renovado e importante después del bache sufrido en el movimiento ciudadano. Un modelo de gestión también puede innovar y pasar a la posteridad no con ladrillos, sino con formas de gobierno y de comportamiento social. Elementos que son tan o más importantes que los ladrillo.

P. Es que eso que comentas de que se quiere dejar una impronta en forma de infraestructura, monumento, ladrillos... suena muy antiguo.

R. Pues desde los egipcios... (risas).

P. Totalmente, parece demasiado obvio.

R. Claro, es la idea de que si no dejas para la posteridad un edificio en piedra parece que no has pasado por ahí. Y eso mismo se puso muy de moda con los…

P. Los edificios singulares.

R. Sí, la época de los arquitectos estrella. Quien no tuviese un Guggenheim estaba perdido. Con todo eso se cometieron muchas tropelías y muchos despropósitos. Por ejemplo en Valencia con la Ciudad de las Ciencias. Ese contagio se ha visto en muchas ciudades y ha dado ejemplos horribles de adefesios e inútiles que no sirven para nada y están muertos de risa. Esa fiebre obedece a una moda y no tiene mucho sentido. A veces los ayuntamientos tienen que saber mejor cuáles son los problemas primarios de los ciudadanos. Porque para eso están: quitar la mierda, dar agua y garantizar el transporte público. Fundamentalmente están para eso y el PP lo tiene tan claro que les ha robado a los Consistorios su capacidad política. Con la nueva ley que ha hecho el PP se ha reducido a los Ayuntamientos a meras empresa de gestión de servicios públicos. Sin capacidad política de disponer de sus propios recursos. Me aventuro a decir que es algo que el PP ha perseguido desde su origen.

Un modelo de gestión puede innovar y pasar a la posteridad mejor que un edificio singular

P. En el Ayuntamiento se viene criticando que la norma castiga incluso a aquel Consistorio que acata y ahorra, puesto que no le deja usar ese superávit con libertad.

R. Es que eso es muy pepero. Yo estuve de vicepresidente de la Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP). Desde esa atalaya discutíamos todo sobre el movimiento municipalista del que, en ese momento como ahora, era un defensor a ultranza.

P. Pero nunca se llevó la descentralización al nivel de los municipios.

R. Es verdad, pero se luchó mucho y se consiguieron cosas. Por ejemplo, en la época de Felipe González tuve enfrentamientos con la ley de financiación, con Carlos Solchaga, con José Borrell (aunque ahora somos muy amigos) o con Joaquín Almunia como responsable del la política municipal. Todo porque en en la FEMP defendíamos una postura muy clara: el estado descentralizado dado luz a las autonomías pero se ha quedado ahí. Eso también ocurrió porque las autonomías se plantaron y empezaron depredar muchas competencias que no transfirieron luego a los ayuntamientos. Pero, a pesar de todo, logramos una nueva ley de financiación y una redefinición de las competencias municipales, entre otras cosas. Hicimos un avance importante aunque no el que realmente queríamos. Y al fin y al cabo estas competencias logradas no eran sino ese margen más amplio para tener capacidad política de decisión. Pero cuando el PP llegó al poder hizo lo que tanto tiempo quería hacer: negar el sentido político de los ayuntamientos y reducirlos a empresas de gestión. Y creo que, si hubiese podido, habría hecho lo mismo con las autonomías. De cualquier modo, en cuanto pudo, se cargó a los Ayuntamientos hasta laminarlos.

P. Y eso que en 2011 parecía que iba a empezar por las Diputaciones.

R. No lo hicieron por la pasta que mueven y por el hecho de que el PP tiene muchos presidentes de Diputaciones. Y estos no dejan de ser un poder político que verdaderamente controla la provincia.

P. Díselo a Fabra…

R. Pues eso, son elementos que controlan tanto a la provincia como al partido. Aunque sea un instrumento que en realidad no sirve para nada, dicho aquí entre nosotros, sin que se entere nadie (risas). Otros muchos y yo siempre hemos estado defendiendo que sobran administraciones en este país. Las diputaciones tuvieron su sentido en la descentralización del siglo XIX, que estuvo muy bien. Pero perdieron sentido en el Estado de las Autonomías. Ya sobran.

P. ¿El servicio de las diputaciones lo podrían dar las autonomías o figuras como las mancomunidades?

R. Perfectamente. Las autonomías pueden descentralizarse en mancomunidades de municipios o comarcas que gestionen los servicios comunes que tienen. Las diputaciones no tienen ningún sentido porque superponemos una administración encima de las que ya existen.

P. ¿Qué es más complicado para un ayuntamiento, gestionar en época de vacas flacas como ahora o en una época boyante como la que tuvimos a mediados de los 2000?

R. Te recuerdo que mis discusiones con Alfonso Igualada -entonces delegado de Personal y Economía- eran tremendas. Nosotros siempre íbamos por encima de nuestras posibilidades. Córdoba sí que vivió en aquella época por encima de sus posibilidades (risas). Lo debíamos todo en una época de penuria total para las arcas, entre 1987 y 1994. En ese periodo donde llegamos al tope de endeudamiento. Pero pensaba entonces -y pienso ahora- que es mas eficaz para el ciudadano pedir un préstamo si no se tiene recursos para gestionar. Eso hacen los ayuntamientos cuando tienen muchas tareas pendientes y no disponen de liquidez. Ahora el PP lo ha prohibido y uno tiene que morirse de hambre. Nosotros, de hecho, llegamos al techo de endeudamiento debiendo el 25% de los ingresos que teníamos.

Las diputaciones sobran

P. ¿Y qué tal la relación con los bancos?

R. Pues algunos nos llegaron a amenazar y tuvimos que renegociar las deudas varias veces pero la gestión salía para adelante. Las cosas se hacían y el ciudadano no sabía si era con dinero prestado de los bancos o de los fondos municipales. Pero las cosas se hacían. Al final, el secretario, cuando firmábamos un crédito, nos decía en broma, “esto lo va a pagar uno que estudia COU ahora” (risas) porque, claro, se pedían créditos a 15 o 20 años. Pero qué te quiero decir con esto: que cuando no se tienen recursos pero sí hay capacidad política, uno ha de buscarlos dónde sea, que ya vendrán tiempos mejores.

P. Dime algo bueno de los dos gobiernos municipales del PP.

R. Pues... vamos a ver... Rafael Merino lo que hizo en materia de gestión fue continuar la que había porque ya estaba muy lanzada. En eso tuvo buen criterio y, por ejemplo, continuó perfectamente el paseo de Renfe que encontró iniciado. Nieto, en cambio, se encontró con una gestión más complicada. Tampoco halló una herencia de gestión y creo que tuvo un error: tratar de cambiar todo lo que había en el Ayuntamiento para tratar de introducir nuevos mecanismos, nueva gente. Eso fue un error. Una de las cosas de las que nadie puede dudar es de la lealtad de los funcionarios que sirven a una institución, mande quien mande. Pero eso el PP lo obvió en gran parte, organizando un maremagnum dentro del Ayuntamiento que le costó caro a la larga. Encima tuvo la crisis económica y apenas recursos. Pero lo siento, no puedo recordar nada bueno que hiciese Nieto (risas). Y eso que lo estoy mirando con cariño (más risas).

P. ¿Y cuál sería su peor herencia?

R. Su peor herencia ha sido esa: tirar la piedra al charco y revolucionarlo todo. Hasta que hemos logrado recuperar la calma ha sido complicado. Aunque intentó - o al menos amagó con ello- privatizar empresas no lo hizo. Y eso me lleva a otro de los problemas que tienen ahora los ayuntamientos sobre la cabeza: la necesidad y la obligación, si quieren prestar un servicio, de contratar a empresas privadas o de privatizar las que tienen. Eso es lo que el PP quería y a eso obliga sus nuevas leyes que amordazan y maniatan a los ayuntamientos, obligándoles a seguir prestando servicios sin poder contratar personal ni reponer plantillas. Así que se les obliga a sacar a concurso la privatización de la gestión. Ese es otro de los elementos fundamentales de la gestión política del PP.

En mis mandatos, siempre íbamos en lo económico por encima de nuestras posibilidades

P. Desde luego la cosa no es sencilla, estoy pensando en las trabajadoras de Clece, la empresa a la que subcontrató el Ayuntamiento en época del PP para que prestase el servicio de ayuda a domicilio y cuyas trabajadoras, tras denunciar sus malas condiciones, reclaman que se municipalice el servicio para hacerlo público. El concejal de Asuntos Sociales, Rafael del Castillo, hizo suya esta petición pero ha terminado dimitiendo. Del Castillo procede de la enseñanza y del activismo social, tal vez para su perfil no es fácil aceptar estas realidades políticas tan ásperas.

R. No lo es y estas personas suelen desesperarse porque desde fuera uno piensa, a veces de forma ingenua, que los problemas pueden arreglarse con el poder. Y luego te das cuenta de que no se puede y de que, si funciona así -pese a la voluntad de muchos de que lo haga de otra manera- se debe a algo: básicamente la incapacidad, o peor, la imposibilidad de hacerlo mejor en ese marco legal determinado que se ha impuesto. Eso provoca mucha frustración, especialmente cuando uno llega con muchas ganas de comerse el mundo y finalmente uno se da cuenta de que el mundo te come a ti. Eso termina condicionando mucho la gestión municipal, una labor que es muy dura, tal vez la más dura de todas las gestiones administrativas que existen. Porque el gestor municipal entiende los problemas de los ciudadanos, vive con ellos y se encuentra con que tiene una escasa capacidad de intervenir y resolver realmente los problemas de la gente. Esa impotencia que te entra a veces te da ganas de tirar la toalla. Yo tuve muchas ganas de hacerlo. Pero no, pienso que hay que seguir.

P. Una vez que se ha sido elegido por los ciudadanos, ¿hay que cumplir los cuatro años obligatoriamente?

R. No creo que abandonar una gestión sea un acto de irresponsabilidad. En las dimisiones que se han producido últimamente hay una componente de ética que yo respeto. Yo, personalmente, no hubiese dimitido; yo me hubiese comido el marrón y seguido para adelante. Pero reconozco que personas que le tienen a la ética personal un valor muy alto y que la ponen por delante de todo tomen la decisión de dejarlo y tiren la toalla.

P. ¿Y tú por qué seguirías?

R. Porque de alguna forma se trata de cambiar estrategias. Tal vez no pueda conseguir todo lo que me proponga en mi trabajo de gestión, pero al menos sí algo. Creo que al final de la vida de una etapa política, lo que importa es que en tu haber personal haya pruebas de haber luchado. Y si no son grandes metas las logradas, si al menos pequeñas modificaciones y mejoras que se hayan aplicado en lo que uno cree.

P. Desde 2010 se habla de la nueva política. Tenemos nuevos partidos que ya llevan dos años en las instituciones. ¿Crees que su idealismo está terminando a medida que se adentran en la realidad de la gestión?

R. Claro. Como decía Jean Paul Sartre, “para hablar de algo hay que mancharse las manos”. Sin duda hay que mancharse las manos. Una cosa es el debate político en el seno de tu partido pero otra cosa es la que encuentras cuando entras en las administraciones y te das cuenta de que uno no gobierna para los suyos, gobierna para toda la sociedad. Eso impide que tu partido aplique sus máximos en ética y política; no puede hacerlo si va a gobernar para todos. Aún así, hemos visto cómo el PP y Rajoy, en realidad, sí que lo hacen. Pero desde un concepto de izquierdas y de responsabilidad se impone contemporizar ya que uno gobierna para todos.

P. ¿Y hasta dónde se puede contemporizar?

R. Hasta que te tocan tus principios políticos. Ahí ya no se negocia (risas). Puedes negociar muchas cosas pero con los principios políticos no. Uno llega hasta ahí y se planta. Por ejemplo, cuando yo llegué al puesto de alcalde una de las primera cosas que hice fue aumentar la subvención a las cofradías de Semana Santa. ¿Por qué? Pues hacían un trabajo para la ciudad muy importante y creo que había que potenciarlo. Pero claro, se empeñaron en que yo fuese detrás de los santos, de las imágenes y acudiese al palco de Semana Santa y les dije que no. Porque eso ya entraba en mis creencias y yo no creo en eso. Yo les ayudaba porque desempeñaban un trabajo para la ciudad pero en mis creencias no iban a entrar. Nunca fui detrás de una procesión y nunca me senté en el palco de autoridades. Eso sí, me tocaba ir a algunas misas, aunque nunca a las de San Rafael y a la de la Fuensanta. Sí fui a las de los entierros. Con esto quiero decir que uno negocia con todos porque gobierna para todos, pero hay principios que no se pueden negociar.

P. Rosa Aguilar nos daría juego para hablar de la Semana Santa... Ella empezó en el Ayuntamiento contigo.

R. Sí, estaba encargada de Vía Pública y era presidenta de Sadeco.

P. ¿Como alcaldesa te pidió consejo alguna vez?

R. No, pero me anunció que tomaríamos un café un día.

P. ¿Y qué tal fue?

R. Nunca lo tomamos pero bueno, al menos tuvo voluntad de eso. Después me enteré de que se lo había prometido a mucha gente más con la que tampoco nunca se lo tomó (risas). Pero no, nunca me pidió consejo para nada y creo que nunca lo hizo porque sabía que lo que yo podía decirle no iba en la linea de lo que ella quería hacer.

P. ¿Llevó ella hasta las ultimas consecuencias ese esquema de gobernar para todos y de contemporizar?

R. Gobernar para todos no significa diluirte. Cuando uno es alcalde tiene que tener una personalidad que te defina desde un punto de vista moral, político y ético. No se puede confundir. Los principios, insisto, no se tocan. Por ejemplo, nosotros lo que hicimos primero fue pavimentar y mejorar los barrios más empobrecidos; el PP lo primero que hizo fue pavimentar El Brillante. Es lícito, cada uno hace su política.

P. Volvemos de nuevo a los principios.

R. Exacto. También se trata de que la gente te identifique y te sitúe en el mapa político. Encontrar ese perfil que te defina es básico. Si te diluyes, en cambio, nadie sabe dónde estás. Si vas a las procesiones y luego cantas la Internacional, llega un momento en que nadie sabe muy bien dónde andas. Y es que la gente tiende a encasillar a las personas para simplificar el análisis de un personaje. Y cuando uno se encuentra con personajes que están en todos los bandos se pregunta: ¿Y a este dónde lo pongo?

P. Ese conflicto entre los principios que se presuponen por unas siglas políticas y el resultado final se vio con el tema de la Memoria Histórica en la época de Rosa Aguilar. Bajo su mandato estalló el caso de unos familiares del diputado socialista Luis Dorado Luque que buscaban su enterramiento en una fosa común en Córdoba. El Ayuntamiento dio largas hasta llegar a Estrasburgo. A priori, uno hubiese esperado una gestión política diferente.

R. (Duda unos segundos) Censuro lo que se hizo pero al mismo tiempo lo comprendo. Es decir, cuando se está en el gobierno municipal, uno tiene tantos problemas sobre la mesa que algo como la memoria histórica se vio como, digamos, una maría. Y eso, en fin, se resuelve haciendo manifestaciones públicas: “Todo está muy bien” o “Nos vamos a poner manos a la obra”. Pero cuando llega la hora de la verdad, o no destinas a nadie para trabajar o dedicas escasos recursos o, peor, habilitas una oficina donde no hay nadie porque es una mera justificación de que haces algo sin hacerlo de verdad.

P. ¿Y qué hay detrás de todo eso?

R. Para empezar, no se cree realmente en la necesidad de una reparación verdaderamente justa. A eso súmale que la demanda real que se tiene de las familias tampoco es importante en número. Y tercero, no hay votos. Eso es lo que condiciona que en muchos sitios -Córdoba uno de ellos- se haya mirado con cierto desdén ese planteamiento de la necesidad histórica de poner fin a la Guerra Civil.

P. ¿La Guerra Civil no ha terminado?

R. Hasta que no se entienda bien esa idea, de que el conflicto no acabará hasta que no se identifiquen a los residuos del franquismo que nos están gobernando todavía, hasta que no se comprenda que hay que sacar a los fusilados de las fosas para dar paz y sepultura a los represaliados no acabará la guerra. Hasta que no se haga, seguirá habiendo mucha gente que se sentirá dolida e injustamente tratada. ¿Qué trabajo cuesta? Los que fusilaron ya están muertos y los herederos no son responsables de lo que hicieron. No va a haber víctimas nuevas, solo una reparación de las víctimas de hace 80 años y de sus familias que solo quieren enterrarlas dignamente.

P. ¿Y cómo ves la cuestión ahora?

R. Pues con mucho optimismo porque en todas partes se abren fosas, incluso con la oposición de los ayuntamientos. Y aquí en Córdoba se va a empezar también a hacer eso y ya es hora. Tenemos que darnos prisa porque si no lo hacemos, tenderemos por muchos años a esa derecha montaraz e incapaz de reciclarse. Pero, insisto, esto no es una batalla política. La condena a los asesinatos, que ya se ha hecho sí fue una opción política. Pero la recuperación de los restos de las personas asesinadas es una marco humanitario, no político.

P. Antes decías que el tema de la memoria era una maría. ¿Es también una piedra en el zapato para un alcalde que aspire a algo más que ser regidor?

R. Yo creo que no, por desgracia. La sociedad en general tiene una cantidad de intereses y necesidades en los que no entra ni por asomo la recuperación de la memoria. Esa exigencia te exige un alto grado de concienciación personal. Yo soy uno de esos concienciados porque en mi familia ganaron la Guerra Civil. Mi padre era franquista y tuve un tío en Regulares. Aunque tampoco tengo familiares víctimas, me posiciono a favor de estas familias. Y volviendo a la política, todo está contaminado por la búsqueda de votos. Y la memoria histórica no deja votos.

P. ¿Si un alcalde aspira a ser algo más que alcalde, deja de ser buen alcalde?

R. No necesariamente. Es verdad que cuando uno aspira a subir porque se le queda pequeña la alcaldía es un error. Lo más que se puede aspirar es a ser alcalde de tu tierra. A mí me hicieron ofertas pero las rechacé. Ahora bien, cuando quieres crecer en política y quieres ir al parlamento solo puedes lograrlo trabajándote al partido que es quien pone las listas. En mi caso, como siempre estaba peleado con mi partido no tuve ese problema. Claro que tampoco yo dependía profesionalmente de ellos.

P. Ahí entra también la cuestión de la profesionalización de la política y de quién hace de ella su forma de vida sin tener un plan B programado.

R. No quiero decir que la política sea solo para la gente con dinero pero tengo claro que la política institucional es un tránsito y hay que tener un puesto a donde volver. Mira, cuando llegué a la alcaldía quería demostrar que no estaba allí para ganar nada, así que me impuse un sueldo idéntico al que ganaba como maestro. Aquello provocó muchos follones pero a mí me llenaba en mi foro interno. De esta forma, como en el Ayuntamiento nos congelábamos los sueldos de vez en cuando para controlar el gasto, cuando dejé de ser alcalde y cobré mi primera nómina de maestro, resultó que ganaba bastante más que de alcalde (risas). Eso te demuestra que tener un punto donde volver es importante.

P. Y un trabajo fuera de la política te asienta en la realidad.

R Desde luego. Todos los partidos intentan controlar a sus representantes en las administraciones públicas y lo que yo creo que tienen que hacer es dejarle margen para que se mueva. Yo no me sometí a eso y he sido un poco ácrata. Tenía mis propios principios y muchos coincidían con los de mi partido pero siempre me los respetaron todos y me dio mucha cancha para que yo pudiera trabajar según mi criterio. Funcionamos bien pero en otros partidos no pasa eso y se hace lo que mande el jefe si más. El responsable político, esté donde esté, tiene que hacer lo que diga el jefe del partido. Ese carácter estalinista -que curiosamente no tenía IU- sí lo he visto en otros partidos.

P. ¿Estás a favor de la limitación de mandatos?

R. Es un tema que no tengo muy estudiado pero no me parece que repetir mandatos sea un problema. Si la gente esta contenta con tu gestión, seguro que va a votarte otra vez. Ahora ese debate se plantea para evitar la corrupción política y el clientelismo pero no le veo la bondad a eso. Quien tiene el espíritu corrupto lo es sin más. Y, si quiere, en cuatro años se forra o termina en la cárcel. En Estados Unidos, aún con la limitación de mandatos, no se ha frenado la corrupción.

P. ¿Cuándo tiene que dimitir un acusado por corrupción? Cuando está siendo investigado, cuando se le imputa un delito, cuando se le lleva a juicio, cuando se le condena….

R. No hay dos circunstancias parecidas. Dimitir es la voluntad de uno aunque también estás sujeto a lo que demanda la sociedad en la que vives. Mira en Centroeuropa o en Reino Unido donde pueden dimitir por una mentira electoral o porque les han pillado conduciendo un coche estando bebidos. En esas sociedades, aunque los problemas sean más de índole moral que realmente jurídico, no se perdonan. Aquí, en cambio, el concepto es distinto. La dimisión depende de la voluntad del afectado. Ahora lo normal es resistirse con los pies en contra de la pared y agarrado a lo que haga falta.

P. ¿En el caso por el que tú dimitiste crees que hubiese dimitido alguien hoy?

R. Cuanta más responsabilidad tienes más consecuencias de tus actos tienes que asumir. Por ejemplo, el pleno de Rajoy sobre la corrupción del otro día sentí vergüenza por un presidente así. Con casos tan evidentes, optó por atacar para defenderse. Eso me parece de un descaro inconcebible.

P. ¿El día de tu dimisión fue el más difícil?

R. Sí porque fue una caza de brujas. Y me cazaron. Contaré esa historia con pelos y señales -porque tengo muchos datos- otro día. Pero diré que detrás había pendientes operaciones de mucho dinero, vinculadas al plan Renfe, entre ellas. Había muchas operaciones con suelos para el crecimiento de la ciudad y muchos recursos en medio. Me tentaron muchas empresas, me resistí siempre y terminé en la calle.

P. ¿Tienes algo escrito?

R. Bueno, tengo un guión. Pero quiero contarlo con minuciosidad porque es complejo. Hay que contar cómo controlan el poder judicial perfectamente. Yo mismo tuve mi absolución escrita justo antes de que me condenaran. Pero todo se cambió después de que un responsable político de turno se enterase en una comida.

P. ¿Y la independencia del poder judicial?

R. Es una broma. Es verdad que algunos jueces luchan por ser independientes pero salvo honrosas excepciones, no lo consiguen.

P. Al comenzar la entrevista hablábamos de que la política se parece más a un Julio César. ¿Tuviste tu Bruto, también?

R. Bueno, no era de los míos, no me tocaba nada; el Bruto que me asesinó no era de mi familia (risas). Sí es verdad que hubo desconcierto en IU pero se tomaron las medidas que había que tomar. Nos reunimos y dimití. Luego recurrí en un recurso al Supremo.

P. Y luego, el indulto.

R. Fue un movimiento de recogida de firmas que empezó en Sevilla, no en Córdoba. No sé por qué me indultó Felipe González pero creo que fue una reacción que honra al PSOE. IU no lo hizo. González maniobró y la cosa le funcionó. Finalmente IU se sumó a la petición.

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