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David Russell, nuestro guitarrista en el tiempo

Concierto de David Russell | TONI BLANCO

Manuel J. Albert

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David Russell (Glasgow, 1953) se ha convertido en uno de los ejes del Festival de la Guitarra de Córdoba. Cada año, desde hace lustros, protagoniza parte de los talleres que el certamen imparte para decenas de jóvenes -y no tan jóvenes- intérpretes internacionales. Y en cada ocasión, regala al público del Festival una particular clase magistral en forma de concierto.

El último de ellos fue este lunes en el Teatro Góngora, donde el maestro británico desarrolló un programa marcado por composiciones de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, aderezado además de alguna que otra sorpresa y guiños personales de la centuria pasada y lo que llevamos de la presente.

Los conciertos del escocés suelen ser tan elegantes como él mismo. A Russell únicamente lo acompañaron su instrumento, su asiento y un apoyo para que su pierna izquierda se mantuviese algo más elevada, pues en ella descansó la caja de la guitarra.

Eso sí, al artista le persiguió un incipiente catarro que llegó a sacarle un minuto del escenario por un ataque de tos. “Nunca me había ocurrido. Pensé que con la tensión del concierto se me pasaría, pero finalmente no ha sido así”, se disculpó entre aplausos. “No pasa nada, voy a seguir con la Elegía”, terminó.

En el momento de ese pequeño incidente, Russell se encontraba en mitad de su interpretación de siete pasajes líricos seleccionados por él mismo de entre la colección de 66 piezas cortas del músico noruego Edvard Grieg. Las partituras del compositor romántico escandinavo por excelencia -al que se considera padre de la música nacionalista de su país- se escribieron pensando en el piano, pero un amigo de David Russell, Arne Brattland, pasó años trasladándolas a la guitarra. “Y yo me he quedado con mis siete favoritas”, confesó el concertista a su público del Teatro Góngora.

Todo en Russell es pulcro, educado, elegante y hasta intachable. El viaje en el tiempo que ofreció en el concierto -desde las exploraciones del compositor y embajador en británico en París, Joh Dowland (1563-1626) a las sinfonías de Bach, las piezas ya citadas del noruego Grieg o el regalo que el brasileño Sergio Assad hizo a Russell hace un año con su David's Portrait- fue en su conjunto una interpretación exquisita. Y ello, a pesar de que la mayoría de las composiciones no se hicieron pensando en la guitarra clásica, si no en otros instrumentos como el piano, el clave o la vihuela de mano.

Sea como fuere, los dedos de Russell no pulsaron -más bien acariciaron- las cuerdas en los acordes de una guitarra que, tanto en el inicio del recital como al final, mostró casi en el aire como verdadera protagonista de la noche. Casi como si la guitarra se hubiese tocado sola en todo momento; casi como si Russell, en el colmo de su elegancia, no hubiese estado allí. Pero sí que estuvo. En el escenario. Y viajando en el tiempo.

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