Sálvese quien pueda
Se ha roto. El juguete no tiene pilas. El Córdoba ya es oficialmente el peor equipo del año. Chequeó su estado con el Huesca, un compañero de penas en la categoría, y los resultados del análisis son concluyentes: derrota por 0-2 y un porvenir de lo más inquietante. Perdió el partido, lo que supone la prolongación de su inaceptable racha en casa -donde no vence desde septiembre del año pasado-, pero también comprobó algo aún más dañino. La fractura emocional entre quienes portan la bandera del sentimiento y los que mandan en el negocio. No es romanticismo, no. Se trata de otra cosa. En El Arcángel -y con el Córdoba como protagonista- se está produciendo un acontecimiento singular: la autodestrucción a cámara rápida. “¡Emilio y Carrión, marionetas!”, gritaban los últimos seguidores señalando al entrenador y al director deportivo.
Así están las cosas en el Córdoba, que vive sus días más complicados en el último lustro. Lo de Primera era otra cosa. Debajo de ese ridículo había una competición profesional en la que caer. Ahora ya no hay red. El Córdoba está bailando torpemente encima de un alambre que no tiene los tornillos bien sujetos. Esta vez se hundió por errores propios y por un jugador, Álvaro Vadillo, que resultó providencial. El ex bético salió en el tramo final. Provocó la expulsión de Aguza -y la consiguiente de Luso- y firmó dos goles. Un trabajo bien hecho para aplastar a un rival que a día de hoy es una maraña de nervios, dudas y planes alborotados. La brújula no funciona y nadie tiene claro quién es, qué hace y hacia dónde va.
El Córdoba volvió a hacer lo de siempre. Salen, corren, parecen competitivos cuando el viento sopla a favor... Pero una bofetada les derrumba. A Carrión le queda poco más que hacer con esta plantilla. Como un prestidigitador, cada semana mete la mano en el sombrero y saca lo que quiere o lo que puede. El conejo fue esta vez Carlos Caballero, rescatado de la segunda línea de combate para componer al lado de Sergio Aguza un centro del campo experimental. Uno más. En la punta salió Federico Piovaccari, un nueve tanque para derribar un muro oscense capitaneado por Íñigo López. ¿Se acuerdan? Uno de los miembros destacados de aquel grupo blanquiverde que se arrastró en Primera. Ya nadie habla de elite porque en El Arcángel se viven días de penuria. Son ya muchas semanas sin un triunfo que echarse a la boca y la presión se deja sentir. Esta vez más que nunca. Ni siquiera se cantó el himno a capella. Sonó íntegro por la megafonía en la versión clásica mientras la mayor parte del personal silbaba. En la calle, bajo el aguacero, clamaban los seguidores más radicales sus últimos cánticos contra Carlos González. Los futbolistas oyeron gritos de reprobación a su salida al césped. Nunca había sucedido tal cosa en este curso, pese a que iban más de cinco meses sin triunfos. El ambiente era de lo más extraño. La grada permanecía en silencio. Se oían los golpeos al balón, como en los partidos de alevines.
Entró el Córdoba con la idea de tener la pelota. No hay mejor modo de defender. Otro asunto es qué hacer con ella. Un par de llegadas sin remate hicieron brotar los primeros aplausos de la grada. El Huesca se dejó hacer. Anquela colocó las líneas juntas y demostró que había trabajado bien el fuera de juego. El Córdoba picaba siempre. Cada acercamiento de los azulgranas levantaba el murmullo. No fluía el amor en el aire, precisamente. Quedó claro que el Córdoba se lo iba a tener que ganar. Con un espectáculo anodino en el césped, el estadio se dedicó a corear, ahora de manera multitudinaria, lo que unos cientos cantaban una hora antes en la Puerta 0.
Antoñito lo intentó varias veces por la banda derecha, desbordando bien pero sin encontrar el modo de asociarse de modo eficaz con nadie. A Juli, Lara y Ríos no se les notaba nada cómodos. El jerezano estuvo a punto de conectar con la punta de la bota un envío en largo pero no llegó. Lo de las acciones elaboradas está, en general, fuera del alcance de un Córdoba que cambia de imagen cada dos por tres. Kieszek tuvo que intervenir en serio en el minuto 17 en un latigazo desde fuera del área de Melero. El rechace del polaco no lo cazó por poco González. Un sustazo. Borja Lázaro atosigó poco después a Kieszek en un saque y el meta lanzó apresuradamente un pelotazo. Acciones normales que parecían un drama. Los jugadores, conscientes de que la escena podía recrudecerse, se afanaron por hacerlo bien. Lo que tienen lo dieron. Un buen centro de Antoñito lo remató tal y como venía en carrera Javi Lara. Tocó en el pie de Íñigo López y el Huesca montó una contra que desperdició González al no controlar bien la pelota. El partido era el propio de dos equipos con problemas y complejos enquistados. Pero el caso es que el portero local tenía que intervenir más veces que el visitante. Y eso sentaba fatal a una grada que pese a todo entendió, llegado el momento, que tenía que echar un cable a los suyos.
Con Piovaccari levantando los brazos y pidiendo apoyo al público, el Córdoba se envalentonó. La tuvo clara en una acción individual de Juli. Cogió el balón, entró con decisión en el área y soltó un furioso zapatazo que impactó en el pecho del meta Herrera. El alcoyano empezó a funcionar y el equipo lo notó. El contagio se hizo evidente en el tramo final de la primera parte. Piovaccari lanzó por primera vez a puerta en el 35, tras controlar un balón complicado y revolverse para disparar muy forzado. Aguza y Caballero trataban por todos los medios de mantener el gobierno en la parcela central y dinamizar el ataque, aunque no les resultó sencillo. El catalán, además, vio una amarlla que le impedirá estar en el partido de la próxima jornada en casa del líder Levante.
El peligro para el Córdoba llegó en un error de Caro, que perdió la pelota en una zona de riesgo y propició una contra de Sastre, que se la dio a Samu Sáiz para que con Kieszek batido la mandara a las nubes. Con el pleito cada vez más enloquecido, el Córdoba sacó raza. Estaba herido. Antoñito pudo marcar, pero su disparo de zurda le salió mal cuando estaba en la mejor posición. Poco después le tocó a Pedro Ríos y después a Caballero, en pleno acoso local a la meta del Huesca. En el intermedio, los chiflidos del principio habían mutado en aplausos. La megafonía, por si acaso, subió al nivel al tope. El Córdoba, en el césped, se había ganado el crédito con un despliegue de esfuerzo. No era suficiente para ganar a un Huesca que tampoco era nada del otro mundo. Los de Anquela no habían ganado un solo partido en lo que va de año. Pero eso era otra historia.
A los tres minutos, Piovaccari protagonizó una acción briosa por su banda. Se despegó de Soriano con una carga brutal y, sin nadie al que pasar, vio a Herrera despegado de su palo y lanzó un disparo raro con la zurda que se paseó por la raya para salir fuera. Con el 0-0 en el electrónico llegó el minuto 54 y, con él, uno de los momentos cumbre del partido: la pañolada. Una cosa muy vintage, porque la gente ya no usa pañuelos. Pero el personal se lo tomó a pecho. Cada uno agitó lo que tuviera a mano y los cánticos contra Carlos González atronaron el estadio. El dueño lo veía todo desde su palco privado. Tras un minuto de furia en el graderío, la gente volvió a alentar otra vez con el equipo, que lo estaba pasando francamente mal en el campo. Los de Carrión le ponen ganas, pero su vulnerabilidad es dramática.
A falta de media hora, Anquela sacó del campo a Sastre para dar entrada a Álvaro Vadillo, un chico que está reconstruyendo su carrera como futbolista tras ver rota por las lesiones una etapa como estrella emergente del Betis. Carrión respondió metiendo a Guille Donoso por Pedro Ríos, que se marchó ovacionado. Lo mejor del Huesca llegaba coincidiendo con lo peor del Córdoba. Una pérdida de Carlos Caballero estuvo a punto de provocar el desastre, pero Samu Sáiz añadió un capítulo más a su nefasta mañana tirando el balón al fondo.
Todo dio un giro en el minuto 67. Aguza paró una contra de Vadillo con una falta en la banda y ya tenía una tarjeta. Pérez Pallás le enseñó la segunda y el camino de los vestuarios. Luso, que estaba en el banquillo, realizó desde antes de la amonestación a su compañero una coreografía perfecta para que lo echaran. Voces, gestos, golpes al banquillo. Y, claro, le mandaron a la ducha. Dos rojas y a seguir. Veinte minutos en el crono, un futbolista menos y electricidad en el ambiente. Ahora con un enemigo más para la grada: el árbitro.
La inquietud se transformó en puro pánico en el minuto 76. Álvaro Vadillo fusiló a Kieszek para rematar una contra llevada por Samu Sáiz para firmar el 0-1. Carrión se lanzó a la heroica. Quitó a Carlos Caballero para dar entrada a Rodri en lugar de Esteve Monterde, que llevaba calentando un rato. A la vista de las circunstancias, el ingreso de otro punta parecía lo más lógico en un partido que ya discurría por cauces de pesadilla para el Córdoba. Domingo Cisma pudo empatar en una acción rara, en la que el sevillano remató solo dentro del área cuando toda la defensa del Huesca se había quedado parada por un fuera de juego que no existió para el árbitro. Carrión agotó el arsenal metiendo a Sasa Markovic por Héctor Rodas. Una ruleta rusa. Y todo acabó del peor modo. Con la zaga del Córdoba transformada en una verbena, Vadillo hurgó en la herida con el segundo gol de su cuenta. Los aficionados huyeron en ese momento. Quedaron unas gradas vacías, el eco de unos gritos contra González y un panorama desalentador.
FICHA TÉCNICA
CÓRDOBA, 0: Pawel Kieszek, Antoñito, Héctor Rodas (Markovic, 83'), Caro, Domingo Cisma, Aguza, Caballero (Rodri, 78'), Pedro Ríos (Guille Donoso, 61'), Juli, Javi Lara y Piovaccari.
HUESCA, 2: Herrera, Akapo, Carlos David, Iñigo López (Jair, 80'), César Soriano, Aguilera, Melero, Samu Sáiz, González, Sastre (Álvaro Vadillo, 61') y Borja Lázaro (Vinicius Araujo, 84').
ÁRBITRO: Pérez Pallás (Comité gallego). Amonestó con tarjeta amarilla a los locales Aguza (2, expulsado en el minuto 67) y a Luso (roja en el 67'), que estaba en el banquillo. También vieron tarjeta los visitantes Sastre, Aguilera, Akapo y Carlos David.
GOLES: 0-1 (76') Vadillo. 0-2 (86') Vadillo.
INCIDENCIAS: Partido correspondiente a la jornada 25 del campeonato nacional de Liga 1|2|3, disputado en el Estadio Municipal El Arcángel ante 8.522 espectadores.
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