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REPORTAJE

Dos punks cordobeses en la Alemania de la posguerra: “Si no hubiese sido por Gabi, no sé si sería la misma persona”

Eduardo Delgado, Gabi Delgado y Christina Schnekenburger, despues de un concierto de DAF en Düsseldorf

Juan Velasco

26 de julio de 2025 20:26 h

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Aunque no lo dice, resulta evidente para Eduardo Delgado que cualquier entrevista, tarde o temprano, va a girar hacia su hermano, el músico Gabi Delgado, cantante y frontman de la banda D.A.F., uno de los combos más influyentes de la música contemporánea. A Eduardo no parece molestarle, de hecho, que la gente le pregunte por su hermano mayor, pese a que él mismo acumula méritos para hablar de su trayectoria.

El más palmario, ser el bajista del proyecto de culto Caspar Brötzmann Massaker, un trío que, tras años en barbecho, ha vuelto a entrar en el estudio y echarse a la carretera este año 2025, coincidiendo con una nueva ola de reconocimiento hacia el sonido vanguardista que hicieron durante los años 80 y los 90. Eduardo, como su hermano Gabi, se las apañó para abrir ciertos caminos en un país como Alemania, que no siempre reconoció como suyos a los tres hermanos de la familia Delgado-López, hijos de una pareja que emigró desde Córdoba a Dusseldorf cuando las afinidades políticas del padre pasaron de ser un estímulo a un problema.

De eso también habla tranquilamente Eduardo, que atiende a Cordópolis por videollamada desde la capital alemana. Es a principios de julio, con un calor berlinés que marca registros históricos —casi cuarenta grados-, y un sol que resquebraja el asfalto y hace brillar los raíles del S-Bahn. El bajista alemán (a diferencia de Gabi, él ya nació en Alemania) se acomoda en una silla en su casa, y sonríe, enseñando algunos de sus dientes de oro -esos que hoy están de moda pero que, sospecho, en su caso datan de los años 80-.

Sus ojos llevan la marca de quien ha visto pasar no sólo los años, sino las épocas. A sus espaldas, el muro que dividió la ciudad es ya un mero decorado. Delante, la memoria de su hermano mayor emerge justo cuando se cumplen cinco años desde su partida. “Si no hubiese sido por Gabi, no sé si sería la misma persona”, dice con una franqueza desarmante. Su voz arrastra un acento inconfundible, mezcla de andaluz y alemán de callejón oscuro. Su vida, en realidad, es el espejo de una Europa rota que buscó en la música una forma de respirar. Un exilio forzoso de una realidad durísima.

La familia Delgado López, en el año 1965.

De Córdoba a la sombra del acero alemán

Porque la historia de Eduardo comienza mucho antes de que empuñe un bajo o suba a un escenario. Nace en el éxodo silencioso de las décadas posteriores a la Guerra Civil española. “Mi padre se fue a Alemania en el 61. Luego, en el 63, mi madre vino con mis hermanos, Gabi y Olga. Ella ya venía embarazada de mí”, cuenta.

Así, la familia Delgado, cordobesa por nacimiento y vocación, acabó instalada en un país donde sus títulos universitarios no servían de mucho. “Tuvieron que trabajar donde sea. Limpiando, cargando, lo que hiciera falta”, cuenta el hermano pequeño de una familia que, en Córdoba, pertenecía a la clase media alta, y que era, en su mayoría, muy conservadora.

Su padre, que se llamaba Andrés Delgado, no lo era. “Siempre se sintió como fuera de la familia”, apunta Eduardo, que cuenta que su madre, Olga López, era originaria de Granada. Así que, cogieron las maletas y se marcharon a la Alemania industrial y aún teñida del humo de su pasado nazi.

Como también comentó Gabi en numerosas entrevistas, la infancia y la adolescencia no fueron fáciles para la familia. Eduardo guarda recuerdos ásperos: Todavía había fascistas en cargos públicos, había frío, mucha desconfianza hacia los extranjeros“. Sus padres, que inicialmente encontraron refugio en la parroquia, pronto acabaron tejiendo otros lazos, con su madre Olga llegando incluso a organizar una especie de bachillerato para niños extranjeros.

Robert Gorl y Gabi Delgado.

Punk en alemán: Düsseldorf y el laboratorio de la vanguardia

Lo que sí lo representó —y marcó para siempre su vida— fue Düsseldorf. Allí, a finales de los setenta, se gestaba una revolución sonora de la que poco se hablaba más allá de Alemania. Grupos como Kraftwerk, Neu! o Can habían abierto un surco donde los hermanos Delgado se lanzaron de cabeza.

Gabi, cuatro años mayor, fue el primero en sumergirse. “Él tenía 17 o 18 años y ya se había ido de casa. Yo, con 13 o 14, me iba con él a todos lados. Yo era el más pequeño en esa escena, pero él me llevaba a todos lados”, rememora.

La escena de Düsseldorf era distinta. No imitaba a Londres ni a Nueva York. “Era muy innovadora. Allí se cantaba en alemán desde el principio, algo muy osado en esa época. No querían copiar, querían inventar”. Fue ese deseo de inventar lo que daría lugar a D.A.F. (Deutsch Amerikanische Freundschaft), la banda que lideró Gabi y que puso la electrónica y el cuerpo en estado de combate.

Eduardo, mientras tanto, descubría su propio camino: “Yo quería ser baterista, pero todos tocaban guitarra. Mi primer bajo me lo regaló Gabi. Él fue quien me dijo: ‘Toca tú esto, que aquí hace falta’. Y ahí me quedé”. Para Eduardo, el bajo es “el pegamento” de una banda. “Solo tiene cuatro cuerdas, pero si sientes algo, puedes decirlo todo. Es emoción pura, directa. Es lo que conecta todo”, reflexiona.

Eduardo Delgado, a la izquierda, con el Grupo Caspar Brötzmann Massaker

Del Misstress a la Massaker

También fue su hermano Gabi el primero en meterlo en un estudio de grabación. Y no uno cualquiera. En el de Conny Plank, algo así como el Quincy Jones de la música alemana. Con él grabó el bajo en algunos de los temas de Mistress, el primer disco en solitario de Gabi Delgado, publicado en 1983, en una pausa con la D.A.F.

Un disco que Eduardo considera “adelantado a su tiempo”. En él había jazz, new age, música latina. “Era un disparadero de ideas”, dice sobre un disco que “no tuvo el éxito que merecía. A veces lo bueno pasa desapercibido”.

Eduardo, no obstante, estaba tratando de buscar su propio sonido. Lo encontró cuando conoció a Caspar Brötzmann, con el que iniciaría una relación que llega hasta el presente, y con el que abrió un camino entonces muy poco transitado al mezclar free jazz, rock, punk y noise en temas que uno nunca sabía cómo iban a evolucionar. Un grupo de culto que sigue sonando a futuro, 40 años después de publicar sus primeros trabajos.

La prueba de ello es que, hace unos años, se volvieron a reunir para tocar en Berghain, el club de techno más relevante del mundo. Todo ello acabó en el documental Brötzmann: That's When the World Is Mine (2012), sumando otra similitud con su hermano Gabi, que probablemente sea el músico cordobés que más películas (de ficción y no ficción) ha protagonizado en la historia reciente.

A pesar de ello, Eduardo y Gabi también coinciden en que ninguno de los dos ha podido tocar en España con sus grupos, por muy influyentes que éstos hayan sido. Gabi ya no podrá hacerlo. Eduardo, aún puede tener la oportunidad, si los astros se alinean. “Es difícil, no nos conocen mucho por allí, pero yo estoy muy contento porque hacemos lo que queremos”, dice.

Eduardo Delgado, en plena faena con el bajo eléctrico.

Un muro, cuatro hijos y muchas vidas

La luz del verano en Berlín se cuela por el apartamento del bajista, que también sacó tiempo a finales de los 80 para abrir otro frente: el hip hop. Eduardo se sorprende cuando se le menciona su papel en Reality Brothers, un grupo formado con músicos de Ghana, Indonesia, África… Una fusión multicultural que Eduardo defiende con orgullo. “El hip hop alemán de entonces no me gustaba. Era muy duro, sin ritmo. Nosotros hacíamos otra cosa. Algo más fluido, más abierto, diferente para la época”, explica sobre un proyecto gestado.

Eduardo había llegado a la capital alemana para evitar el servicio militar. Lo que no esperaba era que viviría la caída del Muro desde dentro. “Fue muy duro. Todo cambió. Llegó gente del este, muchos polacos. La ciudad se volvió rara, agresiva. Pero estoy seguro de que el shock fue sobre todo porque la gente interesante del este ya se había marchado antes del 89, con lo que no notamos tanto impacto en la escena cultural”.

Berlín sigue siendo su casa hoy. La suya y la de su familia. Tiene cuatro hijos —tres ya adultos, uno pequeño— y, aunque no todos son fans de su música, cuenta que todos muestran orgullo cuando le ven tocar. Porque Eduardo, en realidad, siempre ha compaginado la música con un trabajo “regular en la hostelería. “Mi vida es un tobogán”, resume. “Sube, baja, se rompe y vuelve a empezar. Conoces gente, tienes hijos… Nada es lineal. Nada se repite”, resume.

En ese tobogán, Córdoba le queda lejos. Eduardo reconoce que no tiene contacto con su familia. “Mi padre era de izquierdas, y su familia muy conservadora. Nunca cuajó la cosa”. La muerte de su abuela Rosario, que vivía en la calle Manríquez, y que cuidó a sus dos hermanos, terminó de cortar el hilo.

Aun así, conserva imágenes. Fotos. Recuerdos. “Gabi adoraba esa casa. Iba mucho. Para él Córdoba era importante”. Para Eduardo, las visitas han sido pocas, y más como turista que como hijo pródigo. Ni siquiera cuando Gabi estuvo viviendo en Córdoba, tuvo oportunidad de visitarlo.

Gabi Delgado, como imagen de Panasonic en Alemania.

Gabi: el huracán y el faro

El silencio se espesa cuando se habla de Gabi. La muerte del líder de D.A.F. en 2020 sorprendió a Eduardo desde lejos. “Fue rarísimo… lo supe por mensajes en Facebook. Ni siquiera me llamó alguien cercano. Estás aquí. Y de repente… ya no estás”, se queda pensativo. En aquella época, estaban un poco distanciados y llevaban un tiempo sin hablar, lo que hizo todo un poco más duro, si cabe.

A pesar de que la relación con su hermano tuvo altos y bajos, Eduardo reconoce el impacto profundo de Gabi en su vida. “Toda la influencia que tuvo en mí… yo creo que sin Gabi no haría música. No sería quien soy. Él me mostró que se puede hacer, que hay que seguir el deseo y lanzarse detrás de él”. Hubo también reciprocidad. “Yo también lo ayudé. En momentos difíciles allí estuve. Somos hermanos. Siempre hubo eso”, dice. Sus ojos son duros y reconfortantes, al mismo tiempo.

Como la propia historia de aquellos dos hermanos que convirtieron el exilio de toda una generación en un arte nuevo, en un país que estaba tratando de resucitar de sus cenizas, y que, aunque de inicio los rechazara, hoy los considera parte esencial de su cultura. Algo difícil de imaginar cuando Gabi y Eduardo jugueteaban con la guitarra de flamenco de su padre.

“Nunca es bueno quedarse en un sitio. Supongo que por eso hemos llevado la vida que hemos llevado”, concluye Eduardo, antes de ponerse a buscar por su casa algunas de las fotos antiguas que se pueden ver en este reportaje.

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