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Esnáider, los 50 puntos y el hambre del Córdoba

López Silva celebra su golazo. FOTO: MADERO CUBERO

Paco Merino

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El Arcángel espanta la angustia por un final complicado y se abandona a la amarga alegría de otra goleada con aires reivindicativos

Ya tiene Esnáider su primera victoria como entrenador en la Liga de Fútbol Profesional. Admitió el argentino haberse quitado “un peso de encima”. Y tanto. Los números de su estreno arrojaban lecturas en las que el técnico no salía muy bien parado y otro revés podía haber erosionado su imagen hasta límites insospechados. Un triunfo abultado es una buena trinchera para seguir peleando por algo, sea lo que sea. Ya tiene el Córdoba los cincuenta puntos que le garantizan no tener que lidiar con el engorroso episodio de hacer cuentas mirando hacia atrás.

Ya tiene Fede Vico un gol de extraordinario valor sentimental, marcado la tarde en la que todo el estadio rindió un tributo de silencio a la memoria del abuelo del joven talento blanquiverde. Ya tiene Xisco otro tanto más en su pelea por la regeneración como un goleador renococible, una arriesgada lucha por dar lustre a su marca personal con vistas al futuro. Ya tiene Pauliño sus minutos de El Arcángel haciendo cositas vistosas para ganarse el aplauso cariñoso, comprensivo y condescendiente de una afición que busca nuevos ídolos.

Ya tiene el Córdoba la certeza de que todo pudo ser mejor, de que no hay adversario al que no se haya podido combatir -aunque ante Las Palmas el camino lo allanaron las circunstancias y el criterio arbitral- y de que la Segunda División, como todo el mundo sabe, es una competición para tipos listos. Y el Córdoba, lamentablemente, ha hecho demasiado el tonto y se ha dado cuenta demasiado tarde. Ya tiene el cordobesismo el motivo para sonreír, para paladear esa alegría inconcreta que anunció hace unos días Alfredo Duro -“la que toque”, dijo- apenas horas antes de desvelar su adiós al club después de dos meses volcánicos. Nadie se acordó de él en El Arcángel. Su nombre no apareció con tono hiriente en los cánticos de los ultras, que vocearon su repertorio clásico en las tardes de éxito. Encontraron buenas razones para no sacar a pasear su perfil más crítico. Una de ellas, la principal, estuvo en el campo. 5-1 a un candidato al ascenso, un equipo que encadenaba cuatro victorias lejos de su estadio, una formación enardecida, en racha y repleta de futbolistas de rango. ¿Que las decisiones arbitrales condicionaron la marcha del partido? Evidentemente, sí. Pero en el marcador ponía 5-1 y hemos quedado, porque así funcionan las cosas, en que lo realmente importante a estas alturas del curso es derrotar rivales y hacerles daño. Si puede ser, aniquilarles mentalmente. Y seguramente la Unión Deportiva Las Palmas, entre lo que le hicieron el Córdoba y el árbitro, se marchó sintiéndose menos poderoso de lo que podía presumir cuando entró al césped al filo de las seis de la tarde.

Ya tiene otro tanteo reparador el Córdoba, que ha sido capaz de responder con contundencia en su hogar cada vez que ha comparecido bajo sospecha o, directamente, agobiado por el descrédito. Le sucedió el día que aplastó al Real Murcia (5-0), al Almería (4-1) o esta vez a Las Palmas (4-1). El equipo de Esnáider despachó al cuadro amarillo sin miramientos porque supo morder cuando el contrario enseñó el cuello, que apareció sonrosado y apetitoso apenas había sido expulsado el segundo jugador visitante en el espacio de tres minutos cuando todavía no se había llegado a la media hora. López Garai firmó el 1-0 con un furioso testarazo y Xisco dibujó el segundo con un remate perfecto. Desde ahí, todo fue más o menos como se podía prever dado el escenario. La gente quería más sangre. Las Palmas ya tenía la coartada perfecta para explicar cualquier desastre, por mayúsculo que fuera, y se dedicó a alardear de bravura con un fútbol intenso representado por dos puntas de choque como Thievy y Chrisantus. El nigeriano fabricó un gol bellísimo y el público cordobés aplaudió con ganas, lanzando simultáneamente un mensaje de homenaje al africano y de repudio a la actitud, con toques de indolencia, de los suyos en unos instantes en los que el partido carecía de pulso. Los de blanquiverde captaron el recadito y en apenas un puñado de segundos llegó el tercero. Después el cuarto y el quinto. Y salió Pauliño, que estuvo muy cerca de hacer el sexto. Se puede decir que fue una buena tarde. Una tarde para reflexionar sobre lo que pudo haber sido y no será. Un puñado de objetivos que no sirven para llegar a la meta. Pequeñas batallas ganadas de una guerra perdida.

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