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Eduardo Burgos: el señor de los banquillos

Eduardo Burgos da instrucciones en el equipo de La Rambla | GABI PÁEZ

Paco Merino

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El entrenador cordobés anuncia su retirada después de más de cuatro décadas impartiendo su magisterio como formador en el baloncesto | “Todo lo que empieza, acaba”, dice

Se va pero se queda. Eduardo Burgos Luque (Córdoba, 1953) ya no se sentará más en el banquillo de un equipo de baloncesto, un deporte en el que es toda una referencia. “Todo lo que empieza, acaba. Doy por finalizada una etapa”, escribió el pasado fin de semana en su blog, una bitácora imprescindible para quienes, como él, andan perdidamente enamorados de la pelota naranja. Y el basket cordobés se estremeció de un modo especial ante el anuncio. Porque Eduardo, el profesor, el hombre que en su día fue simultáneamente jugador, entrenador y árbitro, no es uno más en la jungla de las canchas. En los últimos meses dirigió al equipo de La Rambla, en la Liga Provincial. Un equipo modesto en una competición aún más modesta. “Durante los días pasados, convaleciente en la clínica, he pensado detenidamente sobre mi etapa como entrenador de baloncesto y he tomado la decisión de dejar definitivamente los banquillos. Próximo a cumplir los 63 años creo que ya he cumplido con creces. El primer equipo que entrené fue en la temporada 1972-73 y desde entonces ha llovido lo suyo”, ha explicado en una emotiva carta abierta.

Antes estuvo modelando jugadores en las pistas del Colegio Maristas, donde dejó su sello en una época gloriosa. Durante más de 25 años, todas las generaciones de jugadores del centro escolar tuvieron su experiencia con el coach Burgos. También pasó por el Club Polideportivo Peñarroya, el club más antiguo de la provincia. Y en Pozoblanco nadie olvidará nunca una hazaña sin precedentes: agarró a un conjunto de chavales en la liga provincial y con ellos fue ascendiendo categorías hasta llegar a la Liga EBA, el techo del baloncesto cordobés por entonces y en donde militaba el máximo representante de este deporte, el Cajasur. Un buen día llegó con su equipo al Palacio de Deportes Vista Alegre y endosó al club de la capital la peor derrota de su historia. Ese fue uno de sus días estelares. Tuvo muchos más, pero fuera del foco de los medios. Coleccionó alegrías íntimas y respiró el aire del orgullo que proporciona el trabajo con los jóvenes. Siempre fue un formador.

Eduardo Burgos saldrá por voluntad propia de la vorágine de los banquillos, la presión permanente de los resultados y las exigencias, a menudo desproporcionadas, de dirigentes advenedizos. Él ha vivido de todo y siempre supo salir airoso. Dicen que la experiencia es un grado y eso, sin duda, es cierto. Pero no suficiente. Burgos tiene horas de vuelo, pero no ha pasado por encima del paisaje como mero espectador. Su colección de experiencias le permite una perspectiva privilegiada para analizar la realidad de un deporte del que seguirá informando en su blog, en publicaciones, charlas y ponencias. En cierto modo, es otra manera de entrenar. El maestro seguirá ahí. Lo verán en cualquier cancha, tomando notas, seguramente apostado en alguna discreta esquina del graderío mientras busca ese detalle que le haga emocionarse como en aquellos días en los que empezó todo en en patio de los Maristas, al lado de Antonio Millán.

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