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Raphael en El Gatopardo

Raphael en La Axerquía | TONI BLANCO

Juan José Fernández Palomo

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Rafael Martos, al que aún llaman El niño de Linares en su tierra –que son casi todas las tierras conocidas, desde la Tierra Media a la Conchinchina-, ha vuelto a Córdoba presentando su tour REsimphónico para demostrar que el adagio lampedusiano de que “cambiemos para que todo siga igual” lo tiene absolutamente dominado, lo controla, hace gala de él, se lo sabe; si no, no se metería entre pecho y espalda una enésima gira de sopotocientos conciertos entre España y Latinoamérica con periféricas paradinhas en Nueva York o Londres.

Porque puede. Porque quiere. Lo hace apoyado en un repertorio de canciones imbatibles, arropado por una orquesta sinfónica a la que el productor Lucas Vidal le ha añadido loops y efectos de música electrónica grabados entre las paredes míticas de Abbey Road.

Por cierto; excepto el núcleo duro de pianista, guitarrista, bajista y director, en el Teatro de la Axerquía Raphael estuvo arropado, y muy bien, por maestros de la Orquesta de Córdoba. Un lujo que tenemos y que él supo agradecer.

Una estrella

Raphael ofrece otra vuelta de tuerca para seguir haciendo lo de siempre: cantar en un escenario, brillar, ser una estrella.

Ojo con esto. A muchos de ustedes se les podrá olvidar que Raphael es una excepción y se quedarán solamente con su caricatura, sus imitadores, su especial de Nochebuena o las desaforadas y desafinadas voces de la cena de empresa que acaba en el karaoke.

No, señoras y señoras, este señor es una estrella que ha llegado a la ciudad pletórico de voz y de actitud, de saber estar y dominar un escenario, ocuparlo y darnos una lección tanto de atacar el micrófono como pasearse por la escena y hacer dramáticas salidas camino de las bambalinas cuando aborda coplas como “Los hombres lloran también”.

Cerca de 3.000 personas –según datos de la organización- fueron testigos de una puesta en escena impecable que incluía realización audiovisual en directo, muy elegante, donde se veía al cantante y a su magnífico y lujoso combo en plena actitud, con imágenes viradas a sepia o blanco y negro para destacar lo que sabíamos: es un icono pop que traspasa generaciones y sigue en pie y en la mejor de las formas.

Este tipo sigue siendo aquel, ahora reconvertido, reprogramado para que todo –afortunadamente- siga siendo igual.

El intérprete

Sigue igual su amor por la música latinoamericana y más allá: dueto fake para cantar un tango con Gardel, dejar descansar a la orquesta para dar “gracias a la vida” solo acompañado por su guitarrista, hacerle guiños al gospel..

O rescatar La quiero a morir, de Francis Cabrel. Otro elegante detalle para demostrar que Raphael vive en las canciones, en las ajenas y en las que hace propias.

Vale: que los nuevos arreglos electrónicos podrían ser más atrevidos, que el show tiene alguna trampa cuando se “disparan” sonidos que no se están ejecutando en directo... ¿Y qué? Qué sabe nadie.

Y pongamos en su lugar a Manuel Alejandro, el compositor que le puso en la boca a Raphael el verso “Estar enamorado es caminar con alas por el mundo”. Superen eso, intenten cambiar de pantalla.

Gente de varias generaciones abandonaron La Axerquía, bajo la luna llena en oriente y algunos relámpagos por occidente, con el convencimiento de que para magno, Raphael, aquel que cambia para seguir igual –o mejor-.

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