Fernanda García Lao: “Creo que no nos llevamos demasiado bien con los muertos”
Fernanda García Lao (Mendoza, Argentina, 1966) acaba de publicar Sulfuro simultáneamente en su país natal y en España en la Editorial Candaya. En plena gira de presentación apareció algo cansada del tour pero dispuesta y risueña por Córdoba en pleno esplendor de sus fiestas de mayo. No encontramos con ella en una plaza de Las Tendillas repleta de parroquianos y turistas.
Sulfuro es una novela de fantasmas de espectros, de cómo dialogan los vivos con los muertos. Produce extrañeza y adicción a partes iguales. La protagonista, que es hija de una madre suicida y de un padre proctólogo, intenta conseguir cierta normalidad, cierta cordura en su vida, pero no es fácil. En la novela de la también dramaturga y poeta los vivos no tienen nombre y los muertos, sí. Y la escritora argentina toma la decisión de narrarla en segunda persona del singular y sumergir así al lector en una espiral de extrañeza.
P. ¿Qué visión de la familia encontramos en Sulfuro?
R. Siempre busco familias disfuncionales. Aquí, la protagonista es la hija de una suicida. Aunque, la verdad, no creo que exista otro tipo de familia que las disfuncionales. En este caso me importaba inventar una filiación interesante para esta mujer, que aparece desde el principio en una carrera frenética hacia el abismo y había que indagar en cómo se había instalado en ese estado de locura y apareció primero la madre suicida y, después, necesitaba algo de rigor y por eso inventé un padre proctólogo. Y esa contradicción, ese juego entre alguien espiritualmente en contra de la vida y otro aferrado a las cavidades rectales. En esa tensión (ríe) nació la protagonista.
P. También sobrevuela el tema de la maternidad en la novela.
R. La maternidad, sí. O la imposibilidad de la maternidad, porque su madre está ausente, sus hijos están en otro plano y los chicos, que no son de ella sino de su nuevo marido tampoco le pertenecen por lo que se trata de la maternidad por ausencia.
P. ¿Los vivos nos llevamos bien con los muertos?
R. Bueno, yo no sé vos (ríe). Creo que no nos llevamos demasiado bien, pero de algún modo los tenemos muy presentes, pero tal vez como una carga, como esa cruz heredada. Sin embargo yo creo que nos manejamos todo el tiempo casi en relaciones espectrales, en el sentido en que el amor también, cuando se narra, es cuando no está y la persona amada es también una especie de fantasma. La infancia nuestra es también un fantasma que reconstruimos mal, a partir de fotografías que también son fantasmas que mienten sobre un momento… Recordamos como a dentelladas el pasado; pero si no recuerdas tus muertos malamente puedes estar vivo porque vos sos su producto.
P. En la novela los muertos tienen nombre y los vivos, no. Es una buena decisión ¿cómo llegaste a ella?
R. Tengo una explicación para eso; pero ni siquiera sé si es verdadera porque, en un principio, eso no fue planeado. Al visitar los cementerios, toda la gente allí tiene nombre y apellidos. Cada pequeño mundo, cada pequeño “haiku” en las lápidas, da cuenta del pasaje por este mundo de alguien. Una de estas muertas, Robertita, es una muerta del cementerio de Olivos y su nicho era casi un relato perfecto. Cada bronce decía algo de su viudo, el primero era como muy apasionado y, a medida que iba avanzando el tiempo, iba perdiendo potencia hasta desaparecer. Entonces intenté recrear esos textos rotos y sin conexión.
P. El sexo también está muy presente. Eros y Tánatos caminan juntos en tu novela…
R. Sí, tal cual. Qué bien (ríe). Bueno, ya era hora de que aparecieran juntos, últimamente parecía que iban por carriles separados ¿no? En realidad se alimentan y pareció oportuno poner a copular a la vida y a la muerte en algún cuerpo. Ella digamos que convoca el deseo en un terreno que no existe, pero del que ella se nutre. Y por otro lado, su realidad sexual es bastante pobre o bastante tremenda -depende de la escena-, digamos que ella no llega a sentir, es obligada a cumplir el deseo ajeno. Y también la novela es una especie de relato de iniciación en el sentido de que ella se nace a sí misma.
P. Y claro, también juegas mucho con la simbología religiosa, con los ritos.
R. Sí, con los objetos, los símbolos, los ejercicios espirituales, también el silencio, la tortura del cuerpo, el cuerpo como jaula, Santa Teresa, vidas de santos, los martirios, el castigo de la carne, la sangre coagulada…
P. Se nota mucho en tu escritura la dramaturga y la actriz que también eres…
R. Sí, las acotaciones de cada capítulo, cada episodio, digamos, están marcados por los personajes que van a participar en cada uno de ellos. También la velocidad, la puesta en página como si fuera una puesta en escena y, sobre todo también, la indagación sensorial y física de los personajes.
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