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Laura Ferrero: “La memoria familiar es una constelación”

Laura Ferrero

Juanjo Fernández

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En una reunión de parientes, una mujer treintañera, hija de divorciados, descubre por primera vez una fotografía en la que se ve a ella de niña acompañada de sus padres. Es la primera vez que ella alumbra lo que puede llamar “mi familia”, pero con treinta y cinco años de retraso. Esa es la premisa con la que arranca Los astronautas (Alfaguara), la última novela de Laura Ferrero (Barcelona, 1984) que parte de un hecho autobiográfico para construir una ficción acerca de los relatos dispersos que nos construyen desde la infancia y que acabamos cuestionando cuando ya tenemos la distancia suficiente de un astronauta que ve la realidad desde la lejanía. La familia es un tema recurrente en la literatura que casi siempre se ha tratado desde el desgarro o la desintegración. Laura Ferrero, sin embargo, lo hace en Los astronautas desde la reconstrucción de la memoria para conformar su propia identidad.

La escritora “orbitó” por Córdoba para presentar su emocionante, a veces desgarradora, historia que, como toda buena obra de autoficción, interpela y refleja al lector. Seguramente porque hay asuntos particulares que se convierten en universales. Un ejemplo: la familia. 

Pregunta: ¿La familia son los astronautas? 

Respuesta: (ríe) Es como aquello de si los reyes magos son los padres. No sé si son los astronautas; sólo sé que estos hombres que se fueron tan lejos para comprender lo que tenían muy cerca a mí me han ayudado a comprender mejor a mi familia. Creo que hay determinadas realidades que tenemos tan cerca que no las vemos hasta que no damos unos pasos atrás. Así que no sé si son los astronautas; seguiré escribiendo para averiguarlo.

P: Escribes “Encontré en los astronautas un alivio”.

R: Yo quería hacer una historia de mi familia. Quería hacer una investigación. Hubo una época en que yo veía muchos documentales sobre la familia donde se trataba de encontrar un secreto; yo quería encontrar una verdad. Luego pensé que esa verdad no la iba a encontrar nunca porque, cuando hablamos de familia, hay versiones y aproximaciones a una historia. Entonces, cuando yo encontré la poética de los astronautas, me dio un alivio en el sentido de pensar que igual estoy buscando una literalidad que yo nunca tendré. Será el arte, la poesía, lo que me va a acercar a mi familia desde otras perspectivas.

P: ¿Pensaste que había que dar un rodeo?

R: A veces los rodeos nos sirven. Nos decían que la distancia más corta para ir desde A hasta B es la línea recta. Yo creo que a veces la línea recta no existe.

P: La narradora del libro, de pequeña, dibuja al padre ausente como un astronauta de la NASA...

R: Esta novela juega todo el rato con la ficción y la realidad. Esta es una licencia que me tomo. Yo, de pequeña, en mi vida normal, en mis recuerdos, inventaba muchas cosas sobre mi padre porque los que éramos hijos de padres separados en los años 80 no sabíamos muy bien cómo enfrentarnos a esas separaciones, no teníamos referentes. El padre se había ido pero no entendíamos bien cuál era nuestro lugar. En el hecho de que una niña se invente que su padre es astronauta cuando le piden que lo dibuje, en realidad lo que la niña está diciendo es que el que mi padre no venga a buscarme entre semana o que no venga a mis fiestas de cumpleaños etc, sólo apunta a que mi padre no es que tenga desinterés, es que esta muy lejos, está muy ocupado en la NASA y, de alguna manera, lo convierte en un héroe para adueñarse de la narrativa: “no puedo estar triste porque es que tiene unas cosas tan importantes que hacer…”

P: Todos queremos controlar la narrativa, de niños y de mayores.

R: Claro. Ya no te inventas que tu padre es astronauta; pero te inventas que si has roto con tu pareja, dices que “nos hemos dado un tiempo”, no que se ha ido con otra. Vamos modulando nuestros autoengaños.

P: La narradora, ya de mayor, descubre por primera vez una foto de ella con su padre y su madre. Eso se convierte en el resorte de la novela ¿Por qué?

R: Para cualquier persona eso es algo como muy normal; pero piensa que yo, hasta los 35 años, no había visto una foto de mi familia. Yo siempre había tenido familias, por un lado la familia de mi padre y por otro la de mi madre. Yo les llamaba “mi familia”; pero al ver esa foto por primera vez en mi vida dije que nadie me había contado esto, pero claro yo tenía una familia. Para mí fue muy revelador en el sentido en que los relatos que me habían dado hasta ese momento sirven, pero son medias verdades.

P: Esa pregunta maldita: ¿A quién quieres más: a papá o a mamá? ¿No sería mejor preguntarse a quién comprendes más?

R: (sonríe) Pues mira; yo hice este libro para intentar comprender a mi padre y al final acabé entendiendo a mi madre. Porque mi padre fue el que se había ido cuando yo era muy pequeña, y las ausencias son muy mitificables porque, como no nos van a responder, podemos poner proyecciones, faltas, podemos quejarnos… yo pensé que ahí estaba la clave de toda la historia; pero la pregunta por mi padre acabó en la pregunta por mi madre. Así que intentando comprender a uno conseguí entender a la otra.

P: ¿Quién conserva la memoria familiar?

R: Es un mosaico. Te diría que es una constelación. Yo diría que en todas las familias hay un contador de historias que normalmente es la persona que tiene más necesidad de apropiarse del relato. Y no sé si hay un relato que prevalece sobre los otros; a mí, lo que me ha gustado conseguir con este libro es que al final los escritores recogemos lo que hay.

P: En los álbumes familiares se pueden encontrar fotos con tachones, recortadas a posteriori...

R: En mi casa no había esas fotos cortadas por la mitad porque si tú las ves cortadas por la mitad, te das cuenta de que ahí pasa algo. Lo peor de todo son las desapariciones porque ahí nadie puede decir que había otra cosa si tú no lo sabes. Sin conocernos, todos los álbumes familiares se parecen muchísimo porque tenemos los “hitos”: el nacimiento, la primera comunión, la mañana de reyes magos… etc. Yo, de niña, pensaba eso de que la imagen vale más que mil palabras, que las fotografías eran la verdad; pero con el paso de los años una empieza a entender que son tan mentirosas como cualquier otro relato; porque la fotografía es subjetiva. Para hacer este libro estudié mucho el tema del álbum familiar, a muchos artistas que habían hecho proyectos con los álbumes de familia, bien con gente recortada de las fotos, pero también desapariciones. Lo que más me inquieta es eso, porque no puedes reconstruir demasiado

P: Decía el semiólogo francés Roland Barthes que “todos los que salen en las fotografías ya están muertos”...

R: Totalmente. Porque las fotografías hablan de un mundo que tú crees que siempre existió, pero es que ese mundo no existió porque es una reconstrucción. A mí lo que me llama más la atención no es ya que estén muertos, sino la intencionalidad. Cuando tú estás haciendo una fotografía dejas algo fuera y quizá lo que dejas fuera está contando más de nosotros que lo que decides incluir.

P: Lo que en el cine llaman “el fuera de campo”.

R: Sí, el fuera de campo. ¿Por qué la gente siempre sonríe en las fotos? ¿Es que siempre has estado sonriendo en tu vida? Es que son falsas. Yo recuerdo días que no son muy felices pero quienes en esos días salen en la fotografía aparecen sonriendo.

P: ¡Eso es hacer trampa!

R: (riendo) Trampita, trampita.

P: En Los astronautas aparece el galimatías de cómo esa niña nombra a su padre real, a la nueva pareja de su madre, a la de su padre… ¿No puede ser eso causa de un trauma, de una, digamos, pequeña esquizofrenia?

R: Yo no recuerdo un trauma en mi infancia. Yo recuerdo una incertidumbre. Recuerdo los nombres que había para nombrar la realidad. Yo creo que a un niño se le tiene que dar un mundo seguro al que sienta pertenecer. Pero sí, yo recuerdo esa esquizofrenia de nombres: ¿tu padre? ¿quién es tu padre?… Al final lo que quieres es que te quieran. Todos los niños quieren que los quieran

P:En Ana Karenina leemos “Todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera” ¿Crees que esto es cierto?

R: Yo siempre pienso que a Tolstoi le preguntaría qué es una familia feliz ¿Sabemos que esa “familia feliz” es feliz o sólo tenemos la foto de familia en la que salen todos sonriendo? Es que a veces cuando hablamos de la normalidad... ¿Qué narices significa “normal”?

Es a lo que deberíamos aspirar porque en el tema de la familia tenemos una serie de corsés sobre lo que es lo feliz, lo normal y, luego, cuando rascamos un poco, hay algo que no estamos comprendiendo del todo.

Por otro lado, también pienso que la asignatura del arte, de la escritura, es contar la felicidad y la alegría sin que nos resulte cursi. Muchos libros parten del desarraigo, qué pasa ¿es que no sabemos contar la felicidad? Yo le doy muchas vueltas a eso: cómo podríamos contarla ¿Has leído alguna historia de amor que sea completamente feliz? Yo no he leído ninguna. Cada vez que alguien intenta hacerlo se ha pasado de revoluciones… y de azúcar.

P: Malo para los dientes...

R: (riéndonos) Exacto, nos va a salir caries.

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