Concha 'Juana' Velasco, una lección de historia
Hay muchas maneras de aprender historia pero tal vez la mejor sea aquella en la que a uno se la cuentan de manera emocionante. Concha Velasco lo logra siempre que se sube al escenario transmutada en la reina Juana de Castilla, alias La loca, hija de Isabel y de Fernando, madre del emperador Carlos. Y así lo hizo el sábado en la única función del monólogo Reina Juana que la trajo al Gran Teatro.
Concha Velasco no es una actriz tornada en una suerte de profesora, ella es la misma Juana contándole al público uno de los momentos más trascendentales de este país. Y lo hace una mujer -Juana- que carga con uno de los apelativos más ignominiosos del panteón de reyes españoles. Una mujer a la que la actriz dota de dignidad, a pesar de vestir un tosco sayo toda la función, y una enorme lucidez en su evidente trastorno.
Con un libreto de Ernesto Caballero y la dirección de Gerardo Vera, la actriz es capaz de convertirse en una niña de 16 años rumbo a Flandes para conocer a su futuro esposo; convertirse luego en una joven enamorada hasta la bilis de su amado Felipe y de deslizarse en una sola escena hasta lo más profundo de la locura.
Locura, sí. Pero Caballero, Vera y una inmensa Velasco dotan a Juana de una profunda perspicacia, una fina ironía y una plena conciencia del panorama político y social que marcó el salto del siglo XV al XVI. Víctima y testigo de los tejemanejes de los Reyes Católicos en su política de matrimonios geoestratégicos que garantizasen el equilibrio y la expansión política de Castilla y Aragón, Juana expone durante hora y media de monólogo una profunda cata a la psique, fría y machista, de la razón de Estado. La misma que la obligó a casarse con un desconocido y la misma que la encerró en un castillo bajo el eterno estigma de la demencia.
Su radiografía no deja bien parado ni a su padre Fernando ni a su esposo Felipe. A ambos ama y a ambos culpa de su prisión. Y Concha Velasco dota, a sus 77 años, de una absoluta vitalidad a una mujer que se consume y grita entre sus cuatro muros todas las contradicciones que la asaltan y que percibe en el mundo que le ha tocado vivir. Los choques entre su cordura y su locura, entre el amor y el odio, entre su deseo de libertad y su obligación de infanta y reina. Entre su ansia por ser una mujer plena y el garrote de una sociedad dirigida por hombres.
Es impresionante cómo Velasco da voz a Juana. Una agotadora función que pesa al 100% sobre su cuerpo y su memoria. Ella sola domina todo el escenario. Camina, habla, juega, canta y hasta se retuerce de pasión recordando los encuentros con su esposo. También grita, llora y golpea el suelo y las paredes.
Inmensa, recibió el aplauso un público aún más acatarrado que ella, a la que agasajó con un continuo coro de toses y hasta varios teléfonos móviles que no se silenciaron. Una lástima, pues en frente no solo estaba toda una reina de España, sino a una de las actrices más completas de la escena actual.
Eso sí, al final, los mismos espectadores resfriados le brindaron un cerrado aplauso. Y hasta un ramo de flores que ella agradeció con unas palabras y el deseo de volver a actuar en el Gran Teatro.
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