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El bar que amarró a Fernando Vacas a Córdoba cumple 15 años

Fernando Vacas en la puerta del Automático | MADERO CUBERO

Juan Velasco

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La mayoría de la gente piensa que el Automático es el bar que el productor Fernando Vacas montó para darse la vida rockera cuando ya era uno de los nombres más laureados del indie patrio. La historia es la contraria. Sin el Automático probablemente no existiría Eureka, los estudios del artista en el centro de Córdoba. Y sin Eureka, seguramente no existirían los discos que convirtieron a Vacas en el productor musical más importante de Córdoba.

Aquel bareto de la calle Alfaros, que había abierto en diciembre de 2004 con su amigo y compañero en Flow, Manuel Espinosa -al que cariñosamente recuerda como Manolo Flow-, acabó siendo la cuerda a la que se agarró el músico cordobés cuando, en 2005, la vida la dio un vuelco y tuvo que posponer sus planes de futuro -que no pasaban por estar haciendo pedidos ni declaraciones trimestrales-. Las muertes consecutivas de su amigo y socio Manolo, de su abuelo y de Miguel Bocamuerta, lo dejaron completamente noqueado.

“Todo ocurrió en tres meses. Yo me vi bastante perdido en la vida. La muerte de Manolo fue un palo muy gordo. Y mis planes de futuro pasaban por que él, que era el que sabía llevar bares, se iba a quedar con el Automático y yo me iba a ir a París a vivir”, recuerda ahora Vacas, que celebra este jueves quince años de El Automático con un populoso concierto en el que, como cada navidad, sonarán las canciones que “le gustaría escuchar a Manolo Flow”.

Retrocedamos en el tiempo un poco. Si la memoria no le falla a Fernando, a principios del año 2004 ya había abierto el Amapola -el más veterano de los bares de la modernidad cordobesa de principios de milenio-, y en diciembre él y Manolo comenzaron su empresa conjunta. Tres discos habían sacado ya juntos con Flow y el bar era sobre todo un sueño del batería, que poco antes había estado de encargado en el Soul. Las claves entonces -igual que ahora, dice Vacas- eran “la decoración y la música”. Así nació el Automático, bautizado con ese nombre en homenaje a la canción número 11 del LP Sensazione, editado unos años antes.

Ambos quisieron convertir el bar en una extensión de lo que hacían como músicos y, por lo tanto, el lema fue siempre Music First. “La verdad que el bar siempre ha funcionado bien. Ha habido momentos de cambio estilístico, pero si de algo puedo presumir es que nunca se ha bajado el listón de la calidad de la música”, remarca Vacas con orgullo. Claro que la ecuación “buena música, éxito asegurado” puede ser y de hecho es una quimera. Ahora y también en 2004.

“Esto es como en la peli de 24 Hour Party People, en la que el bajista de New Order era accionista de Hacienda. Y el bar siempre tenía pérdidas. ¿Por qué? Porque la música era de puta madre y se trataba muy bien a los artistas”, afirma con sorna el músico, que, por encima del bar como lugar al que ir a beber o a bailar, apunta a que el éxito del Automático está en que siempre ha sido “un punto de encuentro”. “Más que un negocio, ha sido siempre un espacio donde la gente se junta para crear. Y eso, en tiempos en los que la belleza está casi castigada, pues está muy bien. Nosotros somos unos supervivientes”, apostilla.

Es miércoles a media tarde y el bar está en silencio. Hay más ruido en la calle Capitulares, donde están probando el mapping del Ayuntamiento, que entre las paredes del Automático. Algunos curiosos, vecinos del bar, se asoman a los balcones para ver el mapping y no parece que haya queja del estruendo que está por venir. Fernando no siempre ha tenido tanta comprensión vecinal cuando ha hecho sus “mapping sonoros”. La historia de todo bar con su entorno directo, para el músico se resume en una palabra: aburrimiento.

“Yo creo que si se quiere una ciudad viva, hay que dar maniobra y oportunidades a los actores que mueven la ciudad. Y no digo alfombra roja, sino espacio para generar cultura”, reflexiona al respecto el músico, que añade, ya sí con pesar, que “Córdoba es una ciudad machacada y que tiene pocas oportunidades para la gente joven y con inquietudes”. Él, dice, siempre se ha afanado porque allí tuvieran algo a lo que agarrarse.

Ese algo eran las voces de Raimundo Amador, Kiko Veneno, Julieta Venegas, Mani (Gary Mounfield) de Stone Roses, Diego Carrasco, Jota de Los Planetas, Dorian, Joe Crepúsculo, Señor Chinarro, Depedro... Algunos de los artistas que enumera Vacas de los que cientos que han pasado o cantado en acústico en un espacio en el que los círculos se ampliaban más allá de la música, aunque siempre a partir de la música. “Aquí siempre se ha hecho pandilla con poetas, artistas plásticos, gente del cine... No sé. El Automático ha sido siempre un punto de encuentro de artistas”, resume Vacas delante de un póster del concierto navideño de este jueves y en el que se lee un batiburrilo de nombres -Yonka, Tony Tunait, Limousine, Paul Mo, Rakel Winchester, Sun Orphans, Flow, Mike Sun, Migue de Los Esclavos, David Power, Nyx The Moon, Ramen o Antonio Agredano y Gabriel Núñez- que le da la razón.

Como casi siempre ocurre con Vacas, quien puede y esté disponible, acude a la llamada del Automático. A él le ocurrió. Tuvo que coger el testigo del bar hace 14 años y, con sus balances trimestrales, sus resacas, sus claroscuros, ahí sigue, como un capítulo importante en su vida. “Quieras que no, es algo que hizo que me quedara en la ciudad. Y Ya empecé a montar el estudio. Eureka empezó a nacer y, al final, entre unas cosas y otras, creamos una burbuja que nos ha servido para sentirnos vivos unos y otros”, concluye el músico.

A su espalda, junto a la cabina del dj, hay una pegatina en la que se puede leer, en inglés, “hay una luz que nunca se apaga”.

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