Solidaridad, miedo y trata de blancas: la guerra de Ucrania vista sobre el terreno por un fotógrafo cordobés
Tres semanas después de que Rusia invadiera Ucrania, el fotógrafo cordobés Alfonso Azaústre se ha trasladado hasta el país despidiéndose de su mujer y su hijo de solo 11 años. “No me hubiera perdonado no estar aquí”. Alfonso lleva once años cubriendo conflictos bélicos, pero nunca le había tocado tan de cerca. Así lo ha contado a Cordópolis. Azaústre llegaba a Cracovia el martes y ha estado en la frontera con Chemnisti hasta este viernes que se ha desplazado a Lviv. Allí ha estado en el centro de la llegada de refugiados ucranianos.
El cordobés asegura que la situación es “muy delicada” pero que, sin embargo, la población sigue haciendo su vida normal e intentando normalizar la situación. “La gente sigue yendo a trabajar, y los niños siguen yendo al colegio”. Niños que viven al margen, creyendo que el conflicto “es un juego”, aunque lo es “de verdad”. Alfonso lo compara con la película La vida es bella y así lo hace también en su cuenta de Instagram donde señala que “la diferencia es que esto no es una película que nos conmueva desde el sillón de nuestra casa”. Al ver a aquellos niños, Alfonso ha visto a su propio hijo, “los ves bien vestidos pero con la mirada perdida”, cuenta. A pesar de la situación los más pequeños “son muy fuertes”.
Las familias tienen que meter en una maleta toda su vida y marchar de su casa dejando a sus padres, maridos e hijos en el terreno de combate. “La mayoría de los que salen son mujeres, niños y ancianos, los hombres se quedan; y ver a gente de 80 años con una maleta es durísimo”. Una situación que Alfonso no sabe decir para quién es más difícil, “las madres están destrozadas, se ponen a llorar cuando les haces una foto, ahí se dan cuenta de la situación”.
Alfonso trabaja para contar las historias, las vidas que se dejan y que comienzan todos los refugiados que cada día llegan a la frontera esperando volver pronto. “Muchos no quieren irse del país porque piensan que van a volver a sus casas en poco tiempo”. De hecho, la mayoría de las acogidas según cuenta son para tres o cuatro meses. Sin embargo, no sabe cómo puede evolucionar la situación teniendo en cuenta que este viernes han bombardeado el aeropuerto de Leópolis. “Si se alarga en el tiempo van a llegar aquí y Putin no va a retroceder, le ha echado un pulso a Europa y EEUU, y los ucranianos son muy duros”.
Historias desoladoras
En estos días que el fotógrafo ha estado viviendo de primera mano la situación de los refugiados -que ascienden a 3 millones- se ha encontrado con vidas rotas e historias desoladoras. Este mismo viernes según narra el chico que les ha dejado en Lviv “acababa de soltar a su mujer y a su hijo porque le había entrado pánico porque la bomba ha caído a tres kilómetros de su casa”.
Otro de los testimonios reflejados en uno de sus reportajes es el de una chica de 20 años que tiene un hermano en Jerez, pero cuyos padres decidieron quedarse en Mariupol. “Se rompió a llorar”. Sus padres tenían miedo y no se quería marchar “le dirían vete con tu hermano”. A pesar del miedo, los padres no quisieron abandonar toda su vida y decidieron quedarse en una de las zonas más afectadas por el conflicto hasta el momento antes que meter su vida en una maleta .
Solidaridad y vigilancia
La solidaridad de la Unión Europea se ha desbocado con los refugiados ucranianos por la cercanía con el resto de países. “El otro día llegó un hombre que venía de Madrid, e incluso en silla de ruedas; vino cargado de medicamentos y ayuda y se llevó a cuatro personas que tienen familia allí”, cuenta.
Pero hacer esto no es tan fácil, según detalla, un grupo de voluntarios se encargaban de ver que todo estaba en regla. Y es que, “las guerras sacan lo mejor y lo peor del ser humano”, reflexiona. La trata de blancas se ha agudizado con la situación bélica ya que la mayoría de las personas que salen son mujeres con sus hijos e hijas. Por ello, la vigilancia es extrema, “el otro día en el aeropuerto había unos policías de paisanos pidiéndole la documentación a un hombre que llevaba a varias personas en su coche”, expone. Sin embargo, a pesar de la estricta vigilancia es imposible controlarlo todo ya que los refugiados ascienden por momentos.
Un trabajo en el que hay que ser “muy frío”
Alfonso se despidió, según cuenta, de su hijo que sin parar de abrazarlo mientras le pedía y repetía “que no me meta en ningún jaleo”, así lo cuenta en su perfil de Instagram, donde relata sus vivencias. Ahí mismo explicaba que la duda de si ir o no ir le asaltaba mientras cruzaba la puerta sin mirar atrás. “Somos fríos porque no te puedes involucrar 100%, aunque te toca el corazón”, indica. Pero a pesar de todos los conflictos que ha cubierto desde 2011, asegura que ninguno ha sido como este. “No me podría perdonar no haber venido”.
En Polonia, cuenta, la gente se encuentra refugiada en un centro comercial dentro del mismo aeropuerto durmiendo en camas plegables. En Cracovia también “se palpa la tensión”, en su caso en la estación donde, según relata hay también grupos de personas. Este viernes, Alfonso quería ir -junto con su compañero uruguayo que trabaja para Canarias- al aeropuerto bombardeado, además de ir también a otra base bombardeada a 25 kilómetros de Polonia. Todo esto, explica, “tiene que hacerse con muchos permisos”.
En su mente está pasar ocho días en el país, reflejando y contando las vivencias y “los daños en la población civil que está dejando la guerra”. Sin embargo, asegura no tener billete de vuelta a España ante la incertidumbre de los avances del conflicto. En casa, lo esperan su hijo Eduardo, y su mujer.
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