Una italiana en los patios: ruta en el barrio de San Lorenzo
Comienza el fin de semana de la primera semana del Festival de los Patios cordobeses: los jardines están esperando a ser visitados, los propietarios a contar historias y los turistas a entrar. Es el turno del barrio de San Lorenzo.
Encuentro en primer lugar el patio de calle Trueque, 4: Rafael, sentado en una silla, admira su creación. Es el artista, cuida las flores y las plantas todo el año de invierno a verano. “Cada tres días estoy aquí, regando, es un compromiso continuo, septiembre y octubre son los meses de reforma, hay que renovar’’. El patio de calle Trueque está fuera de concurso, acoge el Centro de Interpretación de la Fiesta de los los Patios, un lugar que durante todo el año simboliza el Patio como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad UNESCO. Una vieja señora llama al marido: ’’Mira, no he visto en ningún patio la citronela’’. Las personas se maravillan, se sorprenden, frente a un jardín que custodia los rasgos típicos de la Casa-Patio cordobesa, la autenticidad, la memoria.
Me dirijo hacia calle Alvar Rodríguez, 8: me encuentro frente a un patio muy verde, rico de plantas, encima de las mesas, en el suelo, apoyadas sobre de las escaleras. La cuidadora Ángela María Gómez mira sentada en un escalón. No se encuentra ni el color azul, ni el rosa. Sino mucho verde: un pequeño árbol de kumquat, imponentes monsteras, una gran variedad de begonias. Todo cuidadosamente ordenado, y dispuesto en las paredes, nada demasiado: limpio, simple, esencial.
’’Bajo mis pies, entre mis manos, desgarro el mundo’’, recita el poema pintado sobre de las escaleras del patio en Calle Frailes, 6. Creado por Selene Urbano, hija de la cuidadora del patio Virginia Molina que acoge la Asociación Patio Vesubio. Vesubio como el volcán, sí, porque ’’un día se quemó la cocina’’. Un jardín, del carácter artístico, y de la huella cultural, de las paredes azules. En una de estas se puede vislumbrar un poema, escrito por el abuelo de Virginia, se llama ’El Patio’.
Un hombre se apresta a recitarlo, Virginia dice que sí, que si quiere puede hacerlo. Lo graba, se emociona, y le regala un libro de su abuelo: A ti, Córdoba.
Prosigo por Calle San Juan de Palomares, número 8: el patio privado que acoge una sola familia, está rodeado de pequeñas columnas medievales y romanas. Entro, Gabriel Castillo está allí en la puerta, el que cuida el jardín junto a su mujer Julia Cordero. El agua suena dentro de una pequeña fuente, los jarrones antiguos apoyados sobre los guijarros, en este patio hay un espíritu diferente: enigmático, como si algo mágico estuviera escondido detrás de las hortensias.
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