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'Pietà'. Giovanni Bellini

Juan José Fernández Palomo

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Hace aproximadamente un mes estuve frente a este cuadro. Solo. En silencio. En una sala de un palacio milanés construido cuando Napoleón era dueño de la Lombardía, como de tanta Europa de entonces.

Busquen en su memoria, en la wikipedia o en algún libro de Historia del Arte porque yo no voy a contarles apenas nada de esta obra. Solamente algunos apuntes: que es una pietà de Giovanni Bellini, que Jesús está muerto y descolgado de una cruz ausente pero parece que está de pie, que a uno de sus lados está su madre María y, al otro, Juan, su fiel escudero. Que es del Renacimiento (músculos, venas palpitantes a punto de dejar de palpitar, arrugas en el rostro de María, los cabellos de Juan pintados uno a uno, la mano izquierda de Jesús reposada sobre un mármol donde firma Bellini, un paisaje luminoso pero frío, metálico, al fondo...) en fin, ya lo ven.

Yo ahora quiero hablarles de mí. De cómo vi el cuadro.

Era una media mañana de fines de enero, un poco láctea por la niebla y el frío alpino de Milán. Yo visitaba el museo y, en uno de sus pasillos, encuentro el espacio vacío de un lienzo ausente y un cartelito: Cristo morto sorretto da Maria e Giovanni.

Bellini, tempera su tavola (86 x 107 cm), circa 1465-1470. (A restaurazzione). Y nada. Apenas unas marcas ligeras en la pared como cuando descuelgas un póster en una sala de fumadores: un recuerdo.

Abandonaba un tiempo después la pinacoteca cuando, de improviso y creyendo que iba en dirección a la salida, acabo en una sala de techos altísimos y suelo de mármol, de unos cuarenta metros cuadrados, en cuyo centro hay otra habitación encajada, transparente, de paredes de metacrilato, con climatización propia, con unos indicadores digitales de humedad y temperatura. Y allí, en el centro, apoyada en un caballete e iluminada por halógenos, la pietá de Bellini.

Créanme si les digo que me recordó a Hannibal Lecter en su jaula en la peli El silencio de los corderos.

No había más público que yo, ni un guardia jurado o como se llamen allí, ni un becario de restauración con bata blanca, nadie; excepto María, Juan y Jesús con quinientos años de sufrimiento a cuestas.

“Piedad” queda definida en el Diccionario de la Real Academia Española como una virtud que inspira devoción a las cosas santas y la acerca a términos como “lástima”, “conmiseración” o “misericordia”. No sé. A veces los diccionarios parecen certeros, fríos y solventes profesionales como los forenses.

Yo creo que al verla allí, dentro de un prisma transparente, como un neonato en una incubadora gigante, me apiadé de la pietá. Pero no lo tengo claro.

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