Yo no soy un especialista en estas cosas, la verdad sea dicha (“La verdad sea dicha” es una expresión borde donde las haya) pero creo que no es lo mismo estar muerto que no estar vivo.
Por esa rendija conceptual se escapa cierta literatura, creaciones audiovisuales y, en definitiva, el sistema capitalista con todos sus avíos de consumismo comercial y costumbrista.
Halloween llegó para quedarse porque a los niños y a las niñas les gusta, y son los niños y las niñas los que mandan en las casas donde hay niñas y niños. Y punto.
“Los guardianes de las esencias” de barra de bar que reniegan de Halloween porque invade “lo nuestro” y se “pierde respeto” a nuestra Fiesta de Todos los Santos y tal y cual, están equivocados. Deben aceptar la derrota en el debate cultural, si así consideran la cosa.
O no tienen hijos o los crían en un zulo o no saben tenerlos o son unos malajes y unos cortarrollos.
Dejad que los niños se acerquen a mí lo mismo puede decirlo Michael Mayers, Freddy Krueger, el Joker o Jesucristo… Todos participan del oxímoron del susto divertido ¿qué niño puede resistirse a eso?
En plena campaña comercial de otoño, en víspera de Halloween o Tosantos o lo que sea y camino de la Navidad, el escritor Juan Carlos I de Borbón publica su primer libro de autoficción (ese género tan de moda) en la que, según nos adelantan, confiesa su respeto y su admiración por el dictador Franco, que lo hizo rey, claro.
El muerto y el no vivo en alegre convivencia. Qué maravilla.
Lo diré: Nuestra sacrosanta Transición sí que fue una fiesta de Halloween.
Un claro ejemplo de “truco o trato”.
Te lo juro por mis muertos.
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