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La huella cordobesa en la primera misión japonesa a España hace cuatro siglos

Hasekura Tsunenaga, el embajador japonés.

Juan Velasco

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La celebración, el pasado miércoles, de una jornada en el Centro de Recepción de Visitantes en el marco del 150 aniversario del establecimiento de las relaciones comerciales entre España y Japón, ha traído a la memoria la que quizá fuera la primera semilla a partir de la cuál germinaron las relaciones diplomáticas entre dos países a priori lejanos geográfica y culturalmente, y en la que Córdoba jugó un papel breve y bastante desconocido.

Y es que, hace 404 años llegó a España la primera misión japonesa, comandada por Hasekura Rokuemon Tsunenaga (1571-1622), conocido como Felipe Francisco Faxicura tras su bautismo cristiano. Un samurái que pasó a la historia por haber dirigido una misión diplomática-religiosa con la que se pretendía rendir pleitesía al rey Felipe III y el papa Paulo V y establecer los acuerdos necesarios para poder negociar y comerciar directamente con América y Europa a través de los puertos del Pacífico de Nueva España (México). Detrás de esta misión también estaban órdenes religiosas como los franciscanos, que pretendían la división del Japón en dos obispados.

De este modo, la comitiva que viajó desde Japón a España la formaban cerca de 200 personas, de los cuales unos cincuenta eran españoles, y contaba con diplomáticos japoneses y las tropas y personal de su servicio, junto con un buen número de comerciantes. Partió en octubre de 1613 con destino a México, a donde llega a Acapulco en enero de 1614. Y es en el país mejicano cuando la huella cordobesa en esta misión se hace palpable, a través de la figura de Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, y virrey de Nueva España.

Este noble, nacido en Sevilla en 1578 y fallecido en Córdoba en 1630, apenas llevaba un par de años administrando la colonia española cuando llegó la delegación japonesa y se le conocía, debido a su positiva actuación con el sobrenombre de El buen virrey. Su periplo en México dio lugar a la fundación de varias ciudades, entre ellas, precisamente una Córdoba, y posteriormente fue nombrado virrey del Perú.

Pero antes, según revela la documentación del Archivo de Indias de Sevilla, Diego Fernández de Córdoba recibió la expedición japonesa a su llegada al principal puerto del Pacífico de Nueva España, y fue protagonista de uno de los pocos episodios conocidos de violencia que se conocen de la misión nipona hacia España cuando el noble promulgó un auto por el que se les retiraron las armas a los visitantes durante su estancia en Nueva España.

Todo ello, a raíz de que se produjeran “unos tremendos altercados” entre los japoneses y los españoles, tras lo cual el virrey cordobés ordenó a Hasekura Tsunenaga que, en el plazo de treinta días, se presentaran en México bajo pena de cuatro mil ducados. Además, en prevención de futuros conflictos, se publicó un bando prohibiendo que los japoneses portasen armas y regulando como debía regirse el trato entre japoneses y españoles.

Pero no todo fueron rencillas mientras la expedición estaba bajo mandato cordobés, ya que, según relata la documentación de la época, también se les permitió participar en las celebraciones de Semana Santa, y, el 20 de abril, parte del grupo recibió el bautismo en la iglesia del convento franciscano en el que se alojaron. Finalmente, los japoneses abandonaron Acapulco en abril, según revela la correspondencia de Diego Fernández de Córdoba al rey Felipe III.

Si bien los enfrentamientos en Acapulco y el bando promulgado por el noble cordobés quedará como el único hecho negativo de su paso por México, lo cierto es que, a lo largo del camino, los embajadores fueron agasajados y recibieron en su honor fiestas de toros, juegos de cañas y otros entretenimientos. Una buena preparación para lo que, suponían, les esperaba en su llegada a España, hacia donde partió una comitiva mucho más reducida, formada por medio centenar de hombres.

A Córdoba, de paso para ver la Mezquita y las Caballerizas Reales

La fiesta continuó, aunque más brevemente, en su llegada a España. Fue el 5 de octubre, vía Sanlúcar de Barrameda, desde donde partieron hacia Sevilla por el Guadalquivir. Su estancia en Coria del Río previa a su recibimiento en Sevilla, está inmortalizada en la estatua de Hasekura Tsunenaga. En la capital hispalense, los fastos fueron prominentes y se les alojó en los Reales Alcázares a expensas del erario municipal. Pasaron allí más de un mes hasta que partieron hacia Madrid el 25 de noviembre de 1614 en dos grandes carros, dos literas, treinta y una mulas y dos acémilas de carga.

En su viaje a Madrid todos los datos se vuelven más imprecisos. Según los documentos del Archivo de Indias, “en todos los pueblos por donde iban pasando les hicieron grandes honores, y particularmente en Córdoba”. En la capital, fueron recibidos por el corregidor Juan de Guzmán, que “pretendió retenerlos varios días para obsequiarlos”. Sin embargo, fracasó en su intento.

Lo cierto es que, a imagen y semejanza de la mayoría de visitantes nipones que vienen en la actualidad a Córdoba, la embajada japonesa sólo se quedó una jornada, que sus miembros emplearon en visitar la Mezquita Catedral, las Caballerizas Reales y, curiosamente, la cárcel. Al amanecer, siguieron su camino hacia Madrid, a donde llegaron el 20 de diciembre, ya “sin pompa ni ostentación”, según revelan los escritos de la época.

Para aquel entonces, ya habían llegado a la corte noticias de la nueva situación en Japón y de las persecuciones que se habían iniciado contra los cristianos tras el decreto del sogún de febrero de 1614. Esto dio al traste con el anhelo de Hasekura, que vio su misión fracasada y que, para cuando volvió a Japón, se dio cuenta de que la fe que había abrazado era ahora perseguida.

Sus últimos años son un misterio. Hay quien sostiene que fue martirizado por su fe y quien dice que apostató y abandonó el cristianismo. Murió en 1622, ocho años después de haber llegado a España y de haber pernoctado en Córdoba.

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