Grandioso relato de la fiesta de la Vida
Cumplido está (el pregón, un grandioso pregón). Ya se ha escuchado el tradicional “He dicho” en el escenario del Gran Teatro de la noche previa al Domingo de Pasión. Este año, de forma excepcional y sin que sirva de precedente, se terminó con un “Hemos dicho”, pues el Pregón de la Semana Santa de Córdoba 2019 lo han pronunciado tres personas, y un solo corazón -¡qué corazón!- con motivo del 75 aniversario de la Agrupación de Cofradías. Antonio Miguel Capdevila Gómez, Angelmaría Varo Pineda y Miguel Ángel de Abajo Medina anunciaron los días de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo a los cofrades y a todos los católicos cordobeses, a la ciudad entera, siguiendo un esquema que no defraudó. Y consiguiendo en la mayoría de las intervenciones los aplausos de los presentes. Ellos fueron testigos del anuncio de la “fiesta de la Vida”, que es como se refirieron los exaltadores a la Semana Santa.
Su presentador, Antonio Varo, que también fue pregonero en su día, recordó que los de este año ya habían relatado la Pasión anteriormente como lo hacen en el Evangelio Mateo, Marcos y Lucas y que, a diferencia de Pedro, Santiago y Juan, los exaltadores Capdevila, Varo y De Abajo “vieron la luz de la fe desde muy niños porque se la transmitieron unos padres cristianos”. Así lo hizo saber al público Antonio Varo, para continuar diciendo que “ellos han conocido la gloria y la cruz que comporta la vara de hermano mayor y han dedicado muchas energías, desde distintos ángulos, al servicio de la Semana Santa de Córdoba. Y los tres están aquí para hacernos decir o pensar, mientras nos hablan, esas palabras de los apóstoles: ¡Qué bien estamos aquí!”, cuando asistieron a la Transfiguración del Señor en el Monte Tabor.
Y a gusto y cómodas estuvieron las numerosas personas que asistieron a la cita y entre las que se encontraban, como es habitual, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, y la alcaldesa de la ciudad, Isabel Ambrosio. El respetable tuvo la oportunidad de asistir a un recorrido por todas las cofradías de penitencia de la Semana Mayor, a las que los pregoneros citaron haciendo uso de la prosa para continuar en muchos casos también con versos dedicados a las sagradas imágenes. Lo uno como lo otro estaba bien escrito, con un lenguaje rico sin dejar de ser asequible para cualquiera que allí estuviera. Y, tan importante como lo anterior, todo estuvo bien dicho, bien pronunciado, con la entonación certera en cada momento, reposado cuando el texto lo requería y con energía cuando era necesario, magníficamente declamado en definitiva, tanto la prosa como los versos, muchos de los cuales se recitaron formando romances.
Desde un escenario presidido por la Cruz Guiona y en el que, para sorpresa de Miguel Ángel de Abajo, situaron a la Virgen de la Merced de la capilla de la Prisión Provincial, fueron hilvanando hermandades y devociones los pregoneros alternándose la palabra en tiempos medidos sin que resultara cansino ni escucharlos ni la interacción, y utilizando como enlace los días de salida de las procesiones o las advocaciones. Fueron éstas algunas de las fórmulas utilizadas para el desarrollo de la trama. Habían comenzado pidiendo a los titulares de las cofradías de quienes estaban tras los atriles que dieran fuerza a sus gargantas, pues su fe vale la pena y había que pregonarla, dijeron. Porque sin ellos, sin sus devociones, no son nada, dijeron refiriéndose a Coronación de Espinas y Merced, Expiración, Silencio y Rosario, Misericordia y Lágrimas y los Santos Mártires Acisclo y Victoria.
Tras afirmar que la Semana Santa “no es sólo para verla, es, básicamente, para vivirla” comenzó el rosario de hermandades. La primera, la Entrada Triunfal con un símil posterior entre la forma de ser de los niños y sus “defectillos” y la manera de comportarse de los cofrades, “y cofradas”, en general y sus defectos: “pejigueras”, “tiquismiquis”... Fue algo humorístico. Pero para comedia afortunada, la alabanza rimada que hicieron más adelante a la torrija, que propusieron a la Agrupación como cofrade ejemplar. Lo que despertó risas y carcajadas y aplausos del respetable. Tras esto, los pregoneros sacaron una torrija en un plato y la compartieron no sólo entre ellos, sino que también la ofrecieron al obispo y la alcaldesa, quienes la probaron.
Pero no fue un pregón de risa ni mucho menos, lo de la torrija fue solo un aderezo, y todo un acierto, pasada la mitad de la exaltación. El compromiso y el mensaje que ahora llaman social pero que tiene base cristiana estuvo muy presente. Así, a la Virgen de la Salud de El Naranjo le pidieron “salud para los enfermos, para el que sufre en su cuerpo y el que tiene herido el ánimo. Para el falto de esperanza. Para el pobre desahuciado”. Y hablando de Las Palmeras pidieron al Señor piedad para “los marginados, y los que permiten o permitimos la marginación. Los que son víctimas de la injusticia, y los que callan o callamos ante ella. Piedad para todos… Para quienes carecen de oportunidades, y para quienes se las niegan…”, haciendo también autocrítica de la sociedad que no se comporta siempre como debería. Y sobre esto, recordaron la sentencia de Pilatos tras la elección de la multitud ente Cristo y Barrabás. Una decisión que toma muchas veces quien “algunas veces, deja a la gente sin techo, induce a morir cuando la vida es frágil y precaria, o abandona en las olas a los que cruzan un mar que es tumba para muchos…”, dijeron.
En la misma línea, habían hablado sobre la dignidad humana. “La fragilidad no anula la dignidad humana, sólo hiere y magulla la carne, pero no la dignidad, que es de otra sustancia. La dignidad no la da la salud, la inteligencia, el dinero, el color de la piel, la ideología ni la cultura”, aseveraron. Y más mensaje que caló -debió calar- en los presentes al hablar del Señor de la Santa Faz, al que dijeron que es fácil encontrar porque “nos busca Él mismo. Se deja ver… Continuamente se deja ver. Si no vemos su rostro, es por nuestra torpeza o por nuestra ceguera. Porque Él está vivo y presente en cada hermano que sufre de cuerpo o de alma. Su Faz está en los enfermos, en los ancianos olvidados, en las víctimas de las guerras y de los odios, en los inocentes que mueren asesinados antes o después de nacer -aquí fue interrumpido Varo por aplausos-, en los que no tienen oportunidades de sentir su dignidad”.
Y trataron la actualidad del sufrimiento cuando le dijeron a la Virgen en su Soledad que “al encuentro sales de los vagabundos, de mujeres rotas que rompen cobardes, que asedian violentos, que acosan infames, sales al encuentro de aquellos que viven aislados, sin nadie, y a todos invitas al amparo amante de tu manto albergue, tu manto de Madre, que en él caben todos los que son de nadie, allí están, son tuyos, Madre que compartes, Madre que acompañas al que está sin techo, con él estás tú, Virgen amigable, que a las calles sales a dar compañía en las sequedades del desierto yermo de las soledades”. Y compañeros son también, en este caso del Señor, los costaleros, que los pregoneros expresaron que son sus “cirineos”, haciendo un elogio de su labor.
Fue especialmente emotiva la descripción que De Abajo hizo de la Encarnación del Señor en el vientre de la Virgen, así como el canto del “Nada de turbe” por Varo mientras sus compañeros rezaban el Ave María, evocando así la procesión de Ánimas y la Virgen de las Tristezas.
Y hubo también un recuerdo para los cristianos perseguidos por su fe aún en el siglo XXI cuando hablaron desde el escenario de la Reina de los Mártires, con una bellísima poesía al Cristo de la Buena Muerte, como preciosas fueron también las dedicadas al Cristo de Gracia, a la Virgen de la Piedad, a Jesús Nazareno y la Virgen Nazarena, al Cristo del Descendimiento y a la Sagrada Cena, cuya primera estación de penitencia de su titular mariana anunciaron. A la Virgen de la Esperanza, la de los gitanos, también le dedicaron sus versos, que arrancaron los olés del teatro como en otros muchos monentos. Y en esos versos contó Capdevila la historia creada por los pregoneros de cómo la Esperanza sueña en su capilla con bajar la Cuesta del Bailío, que también la añora a Ella -este será el segundo año que no lo haga después de varias décadas pasando por este incomparable lugar de Córdoba-. ¿Fue esto un sugerencia para que la Esperanza vuelva a ese lugar el Domingo de Ramos? ¿Fue quizá un deseo? ¿O tan solo un recurso literario?
Sí fueron muy evidentes otras reivindicaciones. No muchas, pero alguna hubo. Y es que reclamaron una Madrugada que con más cofradías que acompañen a la de la Buena Muerte. Una Madrugada de Viernes Santo, “la noche más esperada de nuestra provincia. La noche que habría que alentar y contrastar con colores, matices, sonidos y silencios en nuestra ciudad. Que no se pueda decir de nosotros, lo que Jesús dijo a los discípulos en la Madrugada de Getsemaní: ”¿No habéis podido velar una hora conmigo?“, advirtieron a los cofrades. Pero la mayor crítica llegó ya para terminar el pregón. ”La educación y la cultura religiosa no deben estar relegadas al zulo de lo privado con excusas políticamente correctas. Eso es incultura. Es hipocresía que censura un belén en un colegio, mientras promueve la gilipollez postiza de Halloween, o disfraza de caspa y carnaval la Cabalgata de Reyes o niega a unos vecinos cofrades el uso de un centro cívico dejando a la ciudadanía con la boca abierta“, sostuvieron por boca de Miguel Ángel de Abajo, al que le costaba trabajo terminar de decirlo porque el público lo frenaba con aplausos, con muchas personas puestas en pie. Y añadió el pregonero que la cultura religiosa ”es una demanda que hay que atender, que no debemos imponer, pero que tampoco puede ser censurada“.
Antes de esto habían hablado de las dos grandes devociones marianas de Córdoba: la Virgen de las Angustias y la Virgen de los Dolores. A la primera cantaron: “Sentada, eres el trono en que reposa la majestad de Dios”; y de la segunda dejaron claro: “La devoción a la Virgen de los Dolores forma parte del alma de Córdoba; es un fenómeno que trasciende lo puramente cofrade; tres siglos de religiosidad popular en su estado más puro”. Por eso le dijeron que “eres la Reina de Córdoba, lo dicen claro mis versos, lo cantan las golondrinas y lo sabe el mundo entero”. Despertó nuevos olés la dedicatoria a la Señora de los cordobeses, título que los pregoneros ratificaron. Y mucho antes, ya habían hecho lo mismo con Jesús Rescatado, al que llamaron “dueño” de la ciudad.
Si durante todo el pregón los oradores habían hablado indistintamente de lo que habían escrito los tres juntos o por separado otro compañero, cada uno pronunció para terminar lo que había sentido sobre su hermandad y sus vivencias en ella. “Por muchos años que llevemos juntos, tú no eres Señor, mi pasado. Eres mi presente y mi futuro” dijo Angelmaría Varo al Cristo de la Misericordia. Miguel Ángel de Abajo glorificó a la Virgen de la Merced: “Ella es la llave que abre la auténtica libertad y al corazón hace libre, lo hace libre en la Verdad”, le regaló a su devoción más querida. Y Antonio Capdevila quiso decir: “Cristo de la Expiración, Madres del Silencio y del Rosario, vuestro amor será siempre cauterio de nuestras heridas y bálsamo de las penas, vuestro amparo nos protegerá hasta el momento de postrarnos a vuestras plantas en la hora prometida de la resurrección”.
Y con la Resurrección, con el Resucitado en Santa Marina y volviendo a los niños de los que habían hablado con la Borriquita (“la Resurrección es de los niños”, afirmaron), concluyó un pregón único que deja el listón muy alto y que no se hizo largo, aunque lo era, por el contenido del texto y por cómo le dieron vida en sus voces sobre las tablas del Gran Teatro los tres hombres, que quisieron terminar declarando que “somos de todos las voces, heraldos de un sentimiento, porque sois todos vosotros, por vuestra fe y vuestro esfuerzo de la Pasión de Jesús los únicos pregoneros. Lo dicen vuestras miradas, lo sueñan vuestros anhelos: que la semana más santa ya camina a nuestro encuentro; Por Jesucristo y María -dijeron al unísono- vámonos con ella al cielo”.
Como prólogo al pregón, que concluyó con la gente levantada como un resorte de sus asientos y ovacionando, la Banda de Música María Santísima de la Esperanza había hecho una excelente interpretación de cuatro marchas. Una por la hermandad de cada pregonero y Saeta cordobesa, de Pedro Gámez Laserna, como cierre que debe ser de un acto de este tipo al ser considerada el himno de la Semana Santa de la capital. Sonaron antes, de esta manera, Virgen de la Libertad, de Francisco José Cañadas, cuya letra escrita por los presos de la prisión de Córdoba a la Virgen de la Merced cantó la Capilla Musical de la Misericordia; Lágrimas y Desamparo, de Francisco Melguizo, dedicada a la titular de la hermandad de San Pedro, y La Expiración, que escribió Pablo Martínez Recio para la hermandad de San Pablo.
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