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Cristian, Nazareth y las llaves del Obispado

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Manuel J. Albert

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Una pareja sin recursos ocupa con sus dos hijas pequeñas una vivienda de la Iglesia en Córdoba

Todavía hay gente buena. Como la que llamó al móvil de Nazareth Domínguez una noche de noviembre. “En un portal del barrio de la Fuensanta hay una vivienda vacía. La puerta está abierta y las llaves están dentro. Corre”, dijo la voz de un desconocido. Nazareth, de 27 años, sin recursos, sin casa, tardó menos de cinco minutos en llegar desde la vivienda de un familiar donde estaba acogida con su marido y sus dos hijas de cinco y ocho años. “En ese mueblecito estaban las llaves”, cuenta señalando un pequeño aparador junto a la puerta. Lo que estaba escrito en el llavero fue una sorpresa: “Obispado”.

“Los vecinos nos contaron que hace unos años esta era la casa del cura de la iglesia de la Virgen de Linares pero la vivienda, al final, se la quedó el Obispado”, explica Cristian Molina, de 28 años y pareja de Nazareth. Los dos han pasado “una racha muy mala”, como definen a los años de desempleo y precariedad que han venido arrastrando desde el principio de la crisis económica. “Siempre hemos vivido de alquiler que pagábamos con nuestros sueldos. Yo era comercial en una inmobiliaria y Cristian trabajaba de albañil”, recuerda la mujer. Pero desde hace unos años, encadenan despidos con empleos de menos de media jornada, tiempo limitado y muy mal remunerados.

La falta de dinero les obligó a dejar su casa y a vivir con la ayuda de sus familias. “También nos integramos en Stop Desahucios que nos han apoyado muchísimo y nos han enseñado que no estamos solos en esto”, cuenta Nazareth. “Ahora mismo tenemos la suerte de que Cristian está trabajando desde hace poco en una empresa de limpieza donde cobra 400 euros por tres horas de trabajo cada día y yo recibo una ayuda de 200 euros. Con eso hemos podido pagar al menos los recibos de la casa pero no nos da para un alquiler y los gastos de una familia de cuatro”, prosigue Nazareth.

¿Y el legítimo dueño de la vivienda? “Poco después de que entrásemos nosotros, llegó un hombre que nos dijo que aquella casa no era nuestra y que habíamos roto la cerradura para entrar. Menos mal que salió una vecina y le contó que no, que la puerta estaba abierta y que nosotros no habíamos forzado nada”, recuerda Nazareth. Aquel hombre no volvió a aparecer. En cambio, sí que lo hizo una voluntaria de Cáritas quien acudió a preocuparse por la situación de la familia. “Ella es la que más nos está ayudando. Le contamos que estábamos dispuestos a pagar un alquiler social por esta casa, que pagaríamos las facturas, como estamos haciendo. Y ella está ayudándonos en cuestión de empleo, buscándome cursos para formarme”, prosigue Nazareth.

La pareja y sus hijas confían en poder quedarse en la vivienda de la Iglesia. Por la noticias que han recibido, creen que así será. “Al menos ahora estamos tranquilos. Y eso es muy importante. No podíamos seguir en casa de nuestros familiares y hemos llegado a vivir en sitios con goteras y alimañas. Aquí al menos podemos seguir adelante. Y estamos en nuestro barrio de siempre. Todos nos hemos criado aquí”, termina Cristian. Están en casa.

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