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¡No hay quién entienda a estos romanos!

1 de febrero de 2023 06:01 h

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Los bravos galos de la irreductible aldea gala de… de… ¿alguien sabe cómo se llamaba el pueblo de Astérix? Efectivamente, nadie lo sabe. Porque jamás lo dicen, y es algo que no entiendo.

Esto me recuerda (lo de los romanos) a mi hijo, cuando apenas sabía hablar, pero ya había escuchado temática religiosa, y tenía en mente que los romanos mataron al Señor.

Un día lo llevaba mi mujer paseando en su cochecito y se cruzaron con un pobre sintecho de los que recorren nuestras calles con un carromato hecho de somieres como remolque de bicicleta, y escuchó como decía otra persona, “mira, el rumano va buscando chatarra”.

Mi hijo, paradigma y número uno mundial de la discreción, gritó a media lengua y pleno pulmón: “¡¡los rumanos son maaalos!! ¡¡mataron al señioooor!!”.

Afortunadamente la cosa no fue a mayores y cada cual siguió por su camino. Y es que el pobre mío se tragó una errata, porque no la entendió.

Y es que de cosas que no se entienden va esto.

El otro día nos desayunamos con una noticia en este medio que se hacía eco de un prácticamente indescifrable y, por supuesto, inútil cartel de aviso a conductores.

Aquí vemos el cartel original (muy original, de hecho):

Una vez aplicada la técnica de la piedra de Rosetta (quien quiera saber más sobre la piedra de Rosetta, que lo busque, que esto no es la Wikipedia) de la obra pública local, se aclaraba que la calle permanecería cortada al tráfico rodado y aportaba vías posibles para la circulación.

Aquí, ya traducido al español y con letras para gente miope, como yo (probablemente por el revuelo de su publicación en este medio):

No deja de ser una anécdota y probablemente la persona que intentó hacerlo, a base de montar folios o A4 para hacerlo, porque tampoco tendría un pantógrafo para estas lides, lo tramitó lo mejor que supo (y seguramente no fuera su función).

Más allá de esto, algo puntual, afortunadamente, aunque con potencial de futuro, habida cuenta de próximas elecciones municipales (que ya sabemos que son el detonante de la urgencia de la inversión y desarrollo en las ciudades) la iconografía del cartel patrio, quizá del castellano incluso, es vasta como la obra de nuestros muchos, grandes y eternos adalides de la pluma.

O sin pluma, que cada uno tiene sus gustos.

Haciendo búsquedas por internet, así, a ojo, podemos encontrar miles de ejemplos de carteles de todo tipo, dimensión e impresión, siempre, siempre, listos para generar más impacto del que originalmente buscaban.

Lo del hielo frío es algo unificado, yo mismo he visto carteles así por media España. Tantos que me planteo si realmente hay hielo caliente, y ya me da hasta curiosidad.

Pero bueno, señoros, señoras y señores que leen estas líneas: esto es, a falta de confirmación por las autoridades competentes, ARTE.

Y digo ARTE, con mayúsculas, porque no se puede con menos palabras crear una corriente cuasi literaria que inunda nuestras calles, buzones, farolas, limpiaparabrisas y señoritas y señoritos que reparten folletos (o ‘flyers’, que dicen los expertos).

Tenemos ejemplos por doquier. Hasta por “trequier”, que no existe, diría yo.

Luego están los carteles sin cartel. Las pintadas. Normalmente reivindicativas, bien de una causa noble, como el amor a un agente inmobiliario, bien de queja social, informativa o de increpancias vecinales, bien de la subnormalidad de la persona (o ente basado en el carbono que comparte gran cantidad de su genoma con el resto de la humanidad pero no se merece su respeto) pero que no dejan a nadie indiferente:

El de la Notaría, que no es, salimos mi hijo y yo en el reflejo, lo que demuestra que la foto es mía. (Alguna más, también, pero las demás son de Internet, si alguien quiere reclamar, que escriba al maestro armero).

Luego hay algunos como el siguiente, que ya no existe, que provocó una pequeña poesía anónima que reproduzco a continuación:

El día que me muera, quisiera estar vivo, para ver si me llevan, al tanatorio que yo digo”

Bueno, me lo inventé yo mientras pasaba con el coche por delante en el cruce del antiguo viaducto, pero bueno. Sigamos.

A mí, como esto del arte es subjetivo, me apasionan los que redactan aquellas personas que no han tocado un diccionario ni para calzar la mesa coja del salón de casa. Porque si algo rechina más que:

· un cuchillo sobre un plato de loza

· cualquier sección de “Esto no es lo que esperabas”

· una tiza afilada sobre una pizarra de las de la EGB

· una señora mayor que le pregunta a todos los de la consulta del médico qué número tienen y que ella está para dentro de una hora pero que se ha ido con tiempo porque, total, no tenía nada que hacer, pero vaya, que tiene mucha prisa, por si falta alguien

· escritores de posts sin capacidad literaria alguna que ponen muchas cosas en una lista sin sentido…

pues más que todo eso junto, son las faltas de ortografía.

Las erratas. Desde que tengo uso de razón, tengo el super poder de mierda de verlas al vuelo. Es como si en una hoja de papel, viera una palabra mal hescrita en color rojo y negrita, por poner un ejemplo bastante visual. Hubiera preferido acertar cinco cada semana en el sorteo de Euromillones, pero eso no me tocó en suerte.

ejemplos de carteles con erratas

Las veo en prensa (este mismo periódico digital recibe a veces WhatsApps privados míos corrigiendo barbaridades), televisión, publicidad estática, digital y en prensa escrita.

La gente aprende, habitualmente, por repetición. Por eso es importante que lo que se haga público sea conforme a la norma. Lo que sí tengo claro es que si no se lee es complicado aprender a escribir, y no hablo de sonetos, o de novelas, sino de simple expresión escrita sin erratas. Hemos cambiado el libro de la mesita de noche por el TikTok, el Instagram y los vídeos cortos o reels, y claro, así la cuestión va a peor.

Como será la cosa que la Real Academia de la Lengua Española, la famosa RAE, cada año añade palabras nuevas que antes de aparecer en sus normas eran barbaridades mal dichas.

Por mi parte, espero que admitan “Brescas”, “Kisclas” como tiendas de ropa, “Fongirola” y “Lusena” como pueblos o “look”, como mi madre le dice al local que han arreglado y licenciado como vivienda (porque ella cree que es un loft. Hola, mamá).

¿No admitieron almóndigas? Pues eso.

Ojo, yo tiempo ha que dejé de corregir a nadie, Dios, Alá, el Dalai Lama que haya o aquel ser superior en que creáis me libre, y me limito a mis hijos. Aunque eso, claro es otra historia, así, “en plan, tía”, el “coso” ese.

Ya me entendéis. O no, haverigua.

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