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Cuando yo era pequeño

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Francisco Muñoz

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Cuando yo era pequeño... en mi calle se celebraba una feria. Sí, una feria con su tómbola, su música, sus juegos y sus cacharritos, aunque estos fueran en vaso, porque también había un bar.

Los vecinos y vecinas se juntaban, cocinaban, mayoritariamente las madres, porque ya sabemos que en cuestión de peroles el mandil cambiaba de tornas, y alternaban y reían al son del catavino los chistes de todo tipo que se suelen contar cuando la sangre deja un poco, o mucho espacio al alcohol.

Otras veces había partidos de fútbol, y venían equipos del extranjero incluso (sabemos que el extranjero eran las calles de al lado), o competiciones de atletismo, pues no hay adoquín de suelo urbano que resista el poder de una tiza en manos de la tremenda imaginación de un niño. Y había balonazos, y llamadas al vecino cuyo balcón llegaba a veces a batir récords de embarcarse la pelota. Y quejas, y gritos, y peleas por el “o se juega así o me llevo el balón”. Digo balón porque en ocasiones disfrutábamos de un 'Tango' que sustituyera a la pelota de plástico que rodaba siempre en nuestro campo.

La pescadería, la carnicería, la panadería y la peluquería eran lugares comunes, aunque también había tiendas que no acababan en ía, como una de muebles.

Allí la tertulia podía empezar, discurrir o terminarse, pues funcionaban como punto de reunión tan bien como lo siguen haciendo los bares, que también los había.

Muchas veces las puertas de los pisos estaban abiertas, porque los hijos de esa mayoría de vecinos se juntaban entre ellos, y su red social era más social que nunca.

Más que social, era una red de arrastre, porque nadie podía escapar. Bueno, quizá algún hijo de su madre había, por qué no decirlo.

¿Se ha perdido eso? Tu opinión tendrás, llegados a este punto.

Vivimos un mundo lleno de medios para comunicarnos y estamos más solos que nunca. A veces hasta pienso que los ascensores han quitado vida a las comunidades. Sí, son cómodos. Necesarios, incluso. Pero pasan los días sin que me cruce a nadie de mi bloque.

A veces hasta entramos corriendo para no esperar a nadie. Cómo somos.

El caso es que las asociaciones de vecinos (sí, existen aún y la gente no lo sabe) organizaban eventos, la gente colaboraba entre sí, todo el mundo se conocía, sabía de los problemas o las alegrías de los demás, y se sentía parte de un todo.

¿Era esto bueno? Pues quizá. Depende de cada uno.

Podría extenderme más en todo esto, pero solo quería ponerte en situación, querido lector, bienhallada lectora, y ya estamos metidos de lleno en ella.

Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga y es que, visto el mundo que vivimos y visto el ya cuasi eterno confinamiento que estamos pasando, pese a los últimos visos de apertura que también tenemos aquí mismo, la naturaleza se ha abierto paso.

Digo naturaleza, pero naturaleza social. Somos seres humanos, y necesitamos el contacto. Algunos más que otros, sí, pero es inevitable.

Ya no soy un niño, ni estoy en mi calle, pero vuelvo a sentir que no estoy solo. Y creo que nos pasa a todo el mundo.

Donde vivo ahora cada día hay una fiesta. Cada ventana y cada balcón se han convertido en el punto de contacto con la realidad más allá de las pantallas de los móviles y las televisiones.

Lo que comenzó como agradecimiento a los médicos y resto del personal sanitario ha terminado siendo el abrazo sin manos de todo un vecindario.

Hay palmas, alegría, divertimento y trato humano, aderezado a veces con sirenas de la policía, a veces con canciones de toda la vida. Se celebran los santos y los cumpleaños, se saluda al vecino con el que jamás habías hablado o ni siquiera habías visto en tu vida. Porque seguro que ahora saludas a gente por la ventana que no sabías ni que existía.

Joder. Es que si te paras a verlo es algo tremendo.

Siendo sincero, y es que la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, hasta aquel que creías un hijo de puta resulta que es alguien encantador. No se puede juzgar sin saber, no.

Cambiando de tercio, ahora estamos preparando las cruces de mayo y, por qué no, una pequeña feria, porque no nos frenará ni la falta de albero.

El caso es que los niños se lo pasan en grande y los mayores encuentran una válvula de escape que, sinceramente, no tiene precio en esta época tan difícil que nos ha tocado lidiar.

Y ahí, precisamente ahí, surge la magia. Porque cuando las alegrías llegan es fácil subirse al carro, pero cuando las desgracias se hacen fuertes es cuando verdaderamente hay que hacer piña.

Ahí está el truco. Porque toda magia lo tiene. Este se llama comunidad.

Los vecinos se ayudan, solucionan problemas, se apoyan y, sobre todo, aportan. Si vivimos en sociedad es porque la sociedad nos necesita. No tiene sentido sin nosotros. Ni nosotros sin ella. Es la simbiosis imperfecta que debemos mantener. Mejorar siempre, incluso.

Hoy ha tocado hacer una colecta para entregar comida y diverso material a familias y niños necesitados, a través de la plataforma Todos por Córdoba, que serán proporcionados con la inestimable colaboración del cuerpo de bomberos de la ciudad. Un aplauso también para ellos.

Que la gente humilde se una para ayudar a gente aún más humilde a mí es algo que me llena de orgullo: y a quién no.

Mañana tocará otra cosa, porque hay que estar a las duras y a las maduras, y la vida nunca se sabe dónde te puede llegar a colocar.

De eso se trata. Decía alguien que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, pero quizá sea el momento de aprovechar y dejar de mirarnos en ese espejo, que a veces no refleja bien lo que ve, y apostar por los demás.

Quizá sea el momento de apostar lo que un día dejo de estar y ahora, recuperado por la inercia de la crisis, ha reaparecido.

Quién sabe. Volver a tener vecindarios. Suena muy bien.

La apuesta es, seguro, ganadora. Yo me la jugaría.

El diccionario dice que vecino,a es aquella persona que vive en el mismo pueblo o ciudad, en vivienda independiente.

Pero también dice que vecino es alguien cercano, próximo o inmediato. Prefiero esta última acepción.

Gracias, vecinos y vecinas, por ser como sois. Y sí, voy terminando ya.

Si buscamos en internet sobre el poeta Blanco Criado, aparte de un mapa y diversos anuncios que no vienen al caso, veremos que fue un

farmacéutico de relativa importancia que pasó a la fama, efímera esta, por sus incursiones en la poesía.

Con esto, se ganó un hueco en la historia de la ciudad y, sobre todo, en nuestros corazones, porque mi calle lleva su nombre.

Y mi calle, como demuestra a diario, es la mejor poesía que pudiera haber escrito.

Hagamos que siga rimando.

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