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Ni te ha tocado, ni esperes que te toque

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José Carlos León

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Nada. Ni un duro. Como es costumbre, tanto como el turrón o el anuncio de Freixenet, la Lotería de Navidad volvió a pasar de largo, casi mofándose de Córdoba, riéndose burlonamente en nuestra cara con desdén mientras riega otras ciudades. Aquí no cae nada, y ayer tampoco. No se escucha ni el manido “está muy repartido”, y sólo nos queda el consuelo de la pedrea, del viejo duro por peseta que sólo te permite volver a jugar en El Niño. Hace ya 27 años de aquella mañana en la que tocó la Lotería del Deza, de ese día en que nos creímos ricos, de los millones llovidos del cielo en papeletas de dos millones y medio de pesetas (mejor no ponerlo en euros, que pierde encanto). Desde entonces, poco o nada. Y es normal. Porque ni te ha tocado este año ni esperes que te toque nunca.

Según estudios científicos, existe un 0,00001% de probabilidades de que te toque el Gordo, es decir, una de entre 100.000. Si nos vamos a otros juegos clásicos, los números son deprimentes. Por ejemplo, la probabilidad exacta de acertar este Gordo de la Primitiva es de 1 entre 31.625.100 (es aproximadamente el doble de difícil que acertar la Lotería Primitiva, 1 entre 14 millones, pero la mitad de difícil que acertar en Euromillones, 1 entre 76 millones). Y sin embargo, seguimos jugando, manteniendo la ilusión o la vana esperanza de que nos toque y un golpe de fortuna nos cambie la vida, dándole un giro a nuestra triste existencia. ¿En serio?

No te voy a decir yo que no compres. Haz lo que te dé la gana y sigue intentándolo, porque en el fondo todos lo hacemos. Lo que sí quería plantearte es que el de la Lotería es sólo un ejemplo de cuántas veces ponemos demasiados huevos en una cesta que no está en nuestra mano y que no depende en absoluto de nosotros. Dejar que nuestra fortuna dependa de los niños de San Ildefonso supone, en mayor o menor medida, delegar la responsabilidad de nuestros resultados en factores externos, que sólo aumentan en la medida en que compramos más décimos. Se trata de un juego de probabilidades en lugar de posibilidades. Es decir, apostar más al peso del azar que a nuestra propia capacidad de generar que las cosas puedan suceder.

Hace una década que Loterías y Apuestas del Estado lanzó la famosa campaña de publicidad “Si sueñas, Loterías”. Como eslogan está bien, pero el mensaje es perverso. En este mundo del coaching y del desarrollo personal se habla mucho de soñar a la hora de marcarse metas y objetivos, un término del que huyo como de la peste. Prefiero conceptos más terrenales y menos guays, como plantear, establecer o fijar objetivos, términos que en todo caso nos animan a generar en nuestro cerebro representaciones internas de las metas que deseamos y comienzan a provocar en nuestro cerebro toda una serie de mecanismos estimulantes que nos motivan hacia la acción. Y esa es la palabra clave, porque la diferencia entre un sueño y una fantasía es la cantidad de acción que ponemos para alcanzarla. Si sólo soñamos pero no nos movemos del sillón, lo único que estamos generando son castillos en el aire. Sólo en el momento en que empecemos a mover el culo estamos bajando esas ensoñaciones al suelo, y si además comenzamos a marcarnos plazos, ya hemos establecido un plan de acción. Y ahí los únicos protagonistas somos nosotros. La Lotería no tiene nada que ver. Así que si sueñas, mueve el culo y empieza a trabajar, porque nadie, ni el calvo del anuncio, van a hacerlo por ti.

El problema es que durante un tiempo vivimos en la falsa ensoñación de que nos puede tocar. Ya vivimos en la psicosis desde verano, cuando compramos vaya a ser que toque en el chiringuito de Fuengirola y nos arrepintamos toda la vida de no habernos llevado la papeleta. Es de nuevo el juego de las malditas probabilidades, esperar a que nos toque sin hacer gran cosa a cambio, como echar la caña al agua en mitad del océano esperando que pase un banco de peces. Como hay muchos, alguno picará. Quizás lo más lógico y seguro sería jugar a aumentar el número de posibilidades y cercar a los peces como en una almadraba. En Barbate saben mucho de eso, algo que aprendieron de los fenicios hace más de 2.000 años. Allí no sueñan, allí se lo curran.

En Córdoba de lo que sabemos es de jugar a que nos toque algo, o mejor aún, “a que nos lo den”. “A ver si nos dan lo de la Capitalidad”, oímos multitud de veces hace una década, hasta que una tarde de junio de 2011 nos llevamos la decepción de nuestras vidas, un golpe del que quizás la ciudad no se ha levantado todavía. Seguro que se trabajó, pero probablemente ni lo bien ni lo suficiente, porque entre otras cosas, estábamos encantados con nuestro papel de pobre ciudad andaluza a la que le tocaba eso de la Capitalidad porque nos hacía mucha falta y casi merecíamos que “nos lo dieran” por pena. Entre las carencias del proyecto (todo se basaba en un plan virtual de lo que se haría y construiría si éramos la elegida) y los oscuros planes de Zapatero en la negociación del proceso de paz con Bildu, San Sebastián nos comió la tostada y nos dio una lección de la que muchos no han aprendido ni una palabra.

En 2013, Risto Mejide escribió un provocador artículo llamado “No busques trabajo”, que luego extendió en un cómodo y ameno libro. Más allá del personaje que se ha construido en televisión, Mejide es uno de los mejores publicistas de España y un maestro a la hora de tocar los cojones e incomodar al personal con opiniones que se alejan sideralmente de lo común. En su artículo venía a decir algo que se ha instalado definitivamente en el ideario del management: el cambio de paradigma entre buscar trabajo y construírselo. Ir puerta por puerta entregando currículums o lanzarlos en masa en Infojobs es jugar a las probabilidades, esperar a que alguien te dé curro. Hoy en día el profesional o el buscador activo de empleo tienen que descubrir y potenciar sus cualidades para saber qué problema pueden solucionar y quién estará lo suficientemente necesitado como para pagarles a cambio de que se lo solventen. Eso es jugar a aumentar y maximizar las posibilidades, algo que nunca hará el que sólo compra décimos a mansalva esperando que le toque la Lotería.

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