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Alerta gurú

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José Carlos León

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La tercera temporada de La Casa de Papel arranca con una escena en la que Arturito aparece reconvertido en Arturo Román, autor de éxito y eso que ahora se llama orador motivacional. El antiguo director de la Fábrica de Moneda surge como si fuera una estrella de rock, convertido en una celebridad que llena auditorios para contar su historia como superviviente del atraco, como héroe que se enfrentó a los secuestradores. Con eso, un discurso facilón y un par de clichés encandila a una audiencia entregada y dispuesta a comprar el mensaje, el libro, el curso y todo lo que quiera venderle. Se ha generado un personaje que exporta y transmite al exterior, una realidad paralela que explota y de la que trata de sacar la mayor rentabilidad posible ante un público que sólo conoce una parte de la historia, la que a él le interesa. Todo colaría si no fuera porque el espectador, que lo ha visto todo desde dentro, ya sabe que detrás de ese personaje ficticio con americana y micro de diadema, Arturito es un mierda, un cobarde despreciable, un tío sin escrúpulos que le puso los cuernos a su mujer y que dejó preñada a su amante, a quien luego se la levanta en su misma cara Denver, un nenaco con menos luces que un barco pirata.

https://www.youtube.com/watch?v=7v9Q2jLI7Hk&t=54s

Arturito es un gurú de libro, un espécimen que crece como las setas y se multiplica como las malas hierbas. Vendedores de humo, charlatanes del siglo XXI y profetas del nuevo milenio, son personajes a vigilar, engatusadores de incautos que se han hecho con un nicho de mercado en el marasmo del desarrollo personal y la autoayuda. Con una máscara exterior más falsa que un disfraz de Fidela, muchos pajaritos en la cabeza y una ambición desmedida, se les puede ver venir de lejos, aunque a veces se tienen tan aprendido el papel que te la pueden colar hasta el fondo. Aquí tienes un manual de supervivencia para no caer en las garras de un gurú.

En este campo hay profesionales bien formados, con una sólida trayectoria académica y laboral, gente solvente y de fiar, poco dada al espectáculo y al exhibicionismo. Pero el gurú por antonomasia suele tener menos papeles que una liebre y pocos estudios más allá de la Universidad de la Calle, muy reconocida entre los pillabichos pero que todavía no ha expedido ni un solo diploma reglado. El gurú alardea de culturilla barata, de sentencias de sobrecillo de azúcar y frases de Facebook, pero en una conversación de cinco minutos se suele quedar en pelotas. Abundan los comerciales de toda la vida que ahora han visto el negocio en vender felicidad, autoestima y todo lo que se le pueda colar al incauto de turno. Te venden “desarrollo personal”, pero lo único que quieren que se desarrolle es su cuenta corriente. Tú les importas una mierda. Decía Esperanza Aguirre que “cada vez que oigo a un socialista hablar de cómo crear empleo es como si viniera Paris Hilton a fundar un convento”. Pues cuando oigas a un gurú decir que se preocupa por tu crecimiento personal échate a temblar y vigila la cartera.

Ojo, porque al principio son encantadores… pero de serpientes. Un reciente artículo destripaba las características de los personajes narcisistas, y la primera es que “dan siempre una buena imagen al principio. Generan confianza, favorecen el contacto y se muestran divertidos. Como se basan en la fachada, al conocerlos, veremos siempre una buena imagen”, por eso son especialmente peligrosos. Se les ve venir de lejos y suelen tardar poco en enseñar la patita, demostrando toda la basura que hay detrás de esa máscara de simpatía y buen rollo, aunque no todos somos lo suficientemente listos o rápidos para darnos cuenta a tiempo.

Un gurú que se precie no tiene amigos, sino relaciones temporales de interés pasajero. Es decir, se rodea de gente que en un momento concreto, o durante un periodo de tiempo, puede servirle para algo y generarle algún beneficio. No olvides que un buen gurú siempre actúa bajo la intención de la intención, así que si está cerca de ti es por algo. No creas otra cosa. De hecho, cuando dejen de sacarte el jugo y no les sirvas para nada desaparecerás de sus vidas porque, simplemente, ya has cumplido tu papel, como los kleenex.

Eso no quiere decir que el gurú esté solo. Todo lo contrario. Como buen mesías, este personaje necesita estar rodeado de discípulos, fieles y súbditos que sigan sus pasos, besen el suelo por donde pasan y le rían las gracias. Son mamporreros, adláteres, correveidiles, abrazafarolas, pelotas y tontos útiles de distinto pelaje. Mejor si no saben hacer la o con un canuto, vaya a ser que salgan más listos de la cuenta y corran el riesgo de rebelarse. El problema es que antes o después, la gran mayoría termina dándose cuenta de que sólo han sido fichas de una partida en la que siempre fueron peones sacrificables y detectan el pufo en el que se han metido. Tanta gente se acerca embelesada a ellos como luego huye corriendo como de la peste, y el reguero que dejan no tiene fin. Porque un gurú tiene cientos de fans, pero va dejando miles de cadáveres por el camino.

Como en el gurú todo es fachada, qué mejor que utilizar las redes sociales para dar rienda suelta a su desmedida necesidad de reconocimiento, retransmitiendo un estilo de vida aparentemente envidiable y exhibiendo hasta el más mínimo movimiento cual influencer de pacotilla. Las redes son el mejor escenario para alardear y dejarse ver obscenamente, fardando todo lo posible de lo material, lo único con lo que sabe esconder su falta de entendederas. Posts llenos de filosofía barata, citas plagiadas y autoapropiadas, buenrollismo a lo Mr. Wonderful y mensajes huecos recubiertos de una absurda solemnidad llenan los muros de todo gurú que se precie, siempre con él/ella como protagonista, amparando en la construcción de una marca personal la adoración al ego más absoluta y pueril. Todo sea por un like, por un retuit o un comentario adulador del pelota de turno.

Porque al fin y al cabo, el gurú es un personaje, una construcción ficticia que esconde el poco fondo que suele haber detrás. Cuando Arturito baja del escenario y se desmorona, enseñando la cara que nunca verán sus acólitos, el coronel Prieto le dice “aunque se la cueles a todo el mundo, a mí no me vas a engañar. Sé que cuando llegues a casa estarás solo y te sentarás a ver la tele y comer latas de atún”. Pero claro, el buen gurú no colgará eso nunca en Facebook.

PD: Por favor, si algún día crees que me estoy convirtiendo en algo parecido a todo lo que he descrito anteriormente, dímelo, porque eso significará que la estoy cagando enormemente y que me estoy alejando mucho de lo que quiero ser. Muchas gracias.

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