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Y ahora viene el enfado

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José Carlos León

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Cumplida la primera semana de aislamiento, el estado de alarma sigue su curso y va cubriendo etapas. Esto va para largo, así que vamos a echarle paciencia, porque en el mejor de los casos de aquí no va a salir nadie hasta después de Semana Santa, y vamos a preparar el cuerpo porque las Cruces nos las vamos a tener que montar en la terraza. Quizás lo mejor que podamos hacer es saber cómo se comporta el enemigo y cómo respondemos ante él, porque ésas serán nuestras armas ante un confinamiento que marcará para siempre a varias generaciones.

Lo que estamos viviendo es un duelo en toda regla, porque hemos sufrido una pérdida enorme: la de nuestra libertad individual. Aunque no es un referente intelectual, el otro día lo explicó muy bien Pablo Motos antes de despedir El Hormiguero, recapitulando las fases psicológicas del proceso de duelo que empezamos a vivir hace una semana y que sigue su paso día a día.

https://www.youtube.com/watch?v=4_ZT8IX83W0

Primero llegó la negación, la de frases como “esto no es posible”, “nunca me podía imaginar que esto llegara hasta aquí”, “parece una película” o “no puede ser verdad”. Se acompañó con un estado de shock ante el que tratamos de responder de la manera más imaginativa posible, que si aplausos a las 8, música en las terrazas, vídeos cachondos, memes y demás pamplinas para pasar el rato. Pero ahora que entramos en la segunda semana y cuando en breve nos avisen de que aún nos quedan unas cuantas más, se nos van a empezar a inflar las pelotas y ya nada nos hará tanta gracia. Pasaremos a la segunda fase: el enfado.

Sí, vamos a empezar a cabrearnos y con toda la razón, porque el enfado es la emoción de la regla rota, lo que básicamente sucede cuando no pasa lo que queremos, y ahora que ha pasado la sorpresa inicial nos vamos a dar cuenta de que esto no entraba en ninguno de nuestros planes. La vida en la calle, comer al sol de La Corredera, el café con los amigos, la copa por la noche… Nuestras reglas sociales, las que caracterizan la cultura mediterránea, han saltado por los aires y eso nos cabrea. Y mucho. Y cuando nos enfadamos y experimentamos todas esas respuestas psicosomáticas que acompañan el momento (explosión de la adrenalina, y con ella aumento de la temperatura corporal, del ritmo sanguíneo, fuerza en los brazos y piernas, menor capacidad para razonar…) llega el momento de buscar culpables. Porque cuando nuestras reglas se rompen tenemos la necesidad de encontrar quién fue el que lo hizo, porque el enfado es una emoción que necesita responsable externo (o interno, si detectamos que el culpable fuimos nosotros mismos) para que toda esa energía acumulada tenga vía de escape. El enemigo, el culpable, es el COVID-19, pero como no lo tenemos identificado, es invisible y no podemos cagarnos en sus muertos, buscamos otros más concretos y con los que podamos desfogarnos. Empieza la tarea.

Si tenemos a ese culpable claramente identificado, ya sabemos con quién pagarlo, y para empezar tiramos lo más arriba posible. Y ahí está el gobierno. Sólo la decencia de la sociedad en el mayor de los casos, o su adoctrinado adormilamiento en otros, hace que ahora mismo sólo lloremos los muertos, protejamos a los vivos y animemos a los héroes que nos guardan. En otras condiciones el confinamiento lo hubieran roto los sospechosos habituales con llamamientos “espontáneos y casuales” a clamar en la calle contra el enemigo. Pero ahora no, y eso que tendríamos todo el derecho a enfadarnos con un gobierno de mentira, una broma pesada, un gobierno facilón experto en lo accesorio y nulo en lo mollar. De memoria histórica e inepcia presente, de exhumaciones televisadas y cambio de nombre de calles, pero de una idiocia infinita ante lo realmente importante. Cuando todo pase, que la historia se encargue de juzgar a este ejecutivo facilón, preescolar, sectario e ideologizado. Este gobierno de tuit, pancarta, manifa y postureo, de especial de Ferreras en La Sexta y cuyo talento cabe en 140 caracteres se ha encontrado con una situación que le viene grande no, lo siguiente. Venían para gobernar en lo simple y se han encontrado con una de esas situaciones que separa a los estadistas de los mindundis. Seguramente nadie está preparado para un reto como el que nos afecta, pero menos el que no tiene fondo ninguno, sólo pose y un titular naif para el Telediario. Sinceramente, no sé cómo lo habría hecho otro, pero esta gestión quedará en los libros para siempre junto a un número que todavía hoy no podemos imaginar. Aznar se fue marcado por el 192. Esperemos que el guarismo que quede al lado del nombre de Pedro Sánchez no alcance las cinco cifras. Porque aún queda lo peor.

El problema es que “el gobierno” es un ente abstracto, y salvo pegarle cuatro voces a la tele cada vez que sale Pablo Iglesias o mandar un wasap airado al grupo de turno, nuestra capacidad para encontrar culpables en La Moncloa es muy reducida, más aún mientras estemos confinados en casa y no haya urnas de por medio. Podemos pasar por otros culpables, como “los chinos”, “la prensa” o las teorías conspiranoicas, pero tampoco cuela porque no identificamos un enemigo concreto. Así que pasamos al siguiente escalón, y quizás más complicado, porque el enfado también habita entre nuestras cuatro paredes, en ese pisito de 75 metros en el que vivimos la mayoría de los españoles y que poco a poco puede ir convirtiéndose en una bomba de relojería. Qué te voy a contar, pasando 24 horas con los niños, con sus berrinches y su aburrimiento, o con esa persona que a ratos es encantadora pero que en este Gran Hermano improvisado no hay quién la aguante. No es de extrañar que los divorcios aumenten en septiembre, después de las vacaciones…

Ahora es cuando en cualquier momento puede saltar la chispa, que de una chorrada hagamos un mundo y que a la más mínima se monte el pollo y que hagamos pagar el pato al primero que pase por delante sin comerlo ni beberlo.

Es como cuando llamas a Jazztel para reclamar. Tú, lo que quieres en realidad es que se ponga el dueño de Jazztel para soltarle lo más grande, pero el dueño no se pone, así que tras media hora de música estúpida te saluda el simpático operario al que le dices algo así como: “sé que tú no tienes la culpa, pero te vas a cagar”, prólogo de una serie de improperios que al final no van a ningún sitio, pero te quedas la mar de a gusto. ¿Qué ha pasado? Que al no poder localizar al culpable de tu enfado ha pillado rasca el que pasaba por allí, sobre el que has volcado toda tu ira acumulada durante horas y días, y que en esta situación de confinamiento se cuece con todo a favor y a fuego muuuuy lento. El inconveniente es que en este momento tan raro y complicado, puede que lo pagues con tus hijos, con tu pareja o con alguien a quien quieres, y que no tiene la culpa de que estés cabreado, aunque sea con razón. La propia Guardia Civil apuntó al final de la semana pasada de algunas llamadas por episodios de altercados intrafamiliares, Ellos no son los culpables. Ellos no son el enemigo.

¿Cómo puedes gestionar el enfado? Recuerda la técnica de las 3R que ya comentamos por aquí el pasado verano, RECUERDA qué sucedió en otras ocasiones en las que perdiste los nervios, qué efectos tuvo y qué precio pagaste; RESPIRA para oxigenar el cerebro y permitir que la amígdala no tome decisiones drásticas antes de que el cerebro cognitivo tome el control de la gestión emocional y por último RESPONDE desde tu lado más racional, sabiendo que ese enfado pasará, y que es mejor no tomar decisiones permanentes bajo emociones pasajeras. Ánimo, estamos en el mismo barco que tú. Juntos lo superaremos. Quédate en casa.

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