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Los leoniers

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Antonio Agredano

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Si algún día tuviera que matar a alguien, Dios no lo quiera pero nunca digas de este agua no beberé, lo haría con torpeza y escándalo y no con sutileza y disimulo. Elegiría un espadón mellado y no el insípido veneno. Iría de cara a campo abierto y no me colaría en la alcoba de madrugada. No soy un hombre refinado. Cuando me he metido en algún berenjenal siempre lo he hecho, precisamente, por mi incapacidad para evitar el choque, para trazar estrategias, para despachar en la clandestinidad. A mis 38 años ya es tarde para cambiar y moriré así, desaliñado y bocazas, porque si algo he aprendido de cumpleaños en cumpleaños es que “más vale una colorá que ciento amarilla”, que decía mi abuelita Mari.

Andaba bromeando por Twitter cuando descubrí a los leoniers. Los leoniers son cordobesistas que defienden a León por íntegro y jugarse su patrimonio, por sacar a González del poder y por hacer lo que puede con la herencia recibida, contra las corruptelas de la LFP y con futbolistas que sólo buscan su beneficio. El profesor nos tiene manía, lo de siempre. “¡Hosanna! ¡Hosanna!”, gritan. Mientras agitan sus hojas de palma y Jesús León pasa por la puerta del Eroski montado en un burrito. Se me ocurrió decir que entre el discurso de León en junio y el de León en agosto hay un mundo. De prometer mojitos en las playas de Varadero a hacer una barbacoa veraniega en el parking de El Arcángel hay un camino que hemos recorrido trastabillados y ciegos.

Los leoniers me acusaron de envenenar. Como si a este Córdoba CF austero e incierto, encadenado por su límite salarial, le hiciera falta mi veneno para postrarse en una camilla, como si mis palabras fueran más peligrosas que los expedientes abiertos en la Liga, que las sospechas sobre las cuentas de Oliver, que la tensión con algunos futbolistas de la actual plantilla a los que se les ofreció una salida y luego se les cerró la puerta, como si lo que un opinador opine pesara más que la dimisión del entrenador a dos semanas de empezar la competición. Estamos pasando el verano en Transivalnia. A partir de cierta edad, la ingenuidad es irresponsable y la alabanza simple pereza. No tenemos ni camisetas nuevas para secarnos con ellas las lágrimas.

Como dije hace una semana, León me parece una buena noticia para el club. Fue valiente haciéndose con el Córdoba y muchas de sus iniciativas eran perentorias en una entidad oxidada, esquilmada y abandonada por la anterior propiedad. Consiguió la permanencia, veremos a qué precio, y tiene una idea del Córdoba CF que ojalá pueda llevar a cabo. Pero ha cometido errores. Manchurrones de tinta en un papel que ya no es tan blanco como en febrero. No lo digo yo, lo dijo él en la presentación de Sandoval, asumiendo el descalabro en la operación de Guardiola, por ejemplo, repescando al entrenador al que echó tras el milagro o dándole la dirección general a García Amado, que no es precisamente una anciana piadosa que viene a ponerle velitas a San Rafael sino un boxeador veterano que llega para fajarse con la Liga, con los representantes, con las futuras denuncias –Cordero a la cabeza-, con los arribistas, con los patrocinadores y con otro púgil, Carlos “El rayo que no cesa” González, hasta que no se termine de pagar la venta del club.

Los leoniers, como los gonzaliers –que también los hubo-, son serviles y lisonjeros. Apelan al cordobesismo y a estar unidos como si el editor que subraya una falta de ortografía quisiera faltarle el respeto al que ha escrito un buen párrafo. “Remar juntos”, “estar unidos”, “no envenenar”… todos son eufemismos de un “cállate la boca”. Hay gente cómoda en el silencio. Hay gente cómoda en no escuchar, o no leer, o no querer saber. Que me parece estupendo, pero entiendo que no debe ser un sordo el que quiera prohibir la música. Opinar siempre ha sido exponerse y exponerse en esta ciudad es como pintarse una diana en la cara y repartir dardos al respetable en mitad de la calle Gondomar.

Si el Córdoba es tan nuestro que ponemos su escudo en el perfil de nuestro Twitter para identificarnos, es lógico que exterioricemos lo que nos inquieta. El fútbol se opina, se debate y se enfanga. El ajedrez es un juego de negras y blancas, pero los negocios están llenos de grises. No hay buenos, ni malos. Sí muchos intereses, sí acuerdos en penumbra, sí cenas interminables, sí favores y contraprestaciones, sí honradez -faltaría-, sí bien común, sí ilusión. La vida. Hijos de puta y buenazos y luego un montón de gente en medio que según nos dé y según nos vaya. Tampoco estamos descubriendo nada.

Si Séneca se levantara de la tumba y viera a lo que en Córdoba llamamos senequismo, se haría un gazpacho de cicuta y tiraría para el hoyo de nuevo. Desvivirse por el Córdoba es también cuestionarlo. Dialogar con él. Preguntar o señalar con el dedo, que para eso se llama índice y lo tenemos tan a mano. De la integridad de cada uno depende el interés por criticar. Yo no busco nada más que un Córdoba en Primera. Si León lo consigue en dos años, forraré mi carpeta con fotos suyas porque a leonier no me ganará nadie. Y si no lo consigue pero ha dado estabilidad al club, le ha arrancado la mugre y ha iluminado la zahúrda, colgaré un póster desplegable en el cabecero de mi cama. Ojalá vuelva la Nueva Vale. Ser del Córdoba es tener los pies en el suelo, aunque el corazón se eleve por encima de las nubes.

Hasta entonces, respeto, apoyo, lupa y cuidado. No es incompatible. Me sabe mal hasta tener que explicarlo. El fútbol, como el castillo de Greyskull, está lleno de trampas. Y en Córdoba ya tenemos un máster sobre esto.

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