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Antonio Agredano

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Qué hará con estas manos, pienso, mientras me aprieta el dedo índice en el sueño. ¿Se mancharán de tierra en el recreo, destriparan mis Masters del Universo, chapotearán en el cuenco de la papilla, se acercarán entre gritos al enchufe, volarán de madrugada al rostro de su madre, envolverán las manos de un compañero, pararán un balón bajo la sombra del larguero, se aferrarán temblando al volante en el examen, recorrerán la espalda de su primer amor, danzarán junto al bolígrafo en un poema inacabado, girarán con firmeza el destornillador que su padre nunca supo empuñar, se cerrarán sobre el rostro de otro hombre, me estrecharán los hombros pasados los años, se agitarán en un adiós?

Ser padre es incertidumbre y miedo. Fidel duerme a mi lado. Su puño se cierra con minúscula fuerza. Los dedos rechonchos. Los párpados violetas. La boca entreabierta. Una respiración suave. Estoy aquí como podría haber estado en otro sitio. La vida es impredecible como el vuelo de un insecto. Pero estoy aquí. Tumbado a su lado. Velando su sueño. Le miro y pienso en sus manos. En sus manos futuras. En esas diez ráfagas con destino incierto. Para el odio o el amor. Para hacer o deshacer. Para lo grande y para lo pequeño. Quien soy yo para adivinar qué balón palparan o qué cuerpos, qué ira las recorrerá o qué pasión en un zigzagueo, hasta las yemas eléctricas sus manos como medida del mundo. Si yo estaré para ver todo esto. Con la certeza temblona del presente, de su mano cercando mi dedo índice. Mientras una luz gotea sobre el cuarto en la mañana.

Ser padre me ha servido para entender a mi padre. Ha sido una suerte de reencuentro. También para entender la vida como un presente que urge. Afronto cada día con voracidad. No quiero irme de aquí. Quiero ver cada mañana sus manos enfrentadas con las cosas, en la inevitable batalla de lo cotidiano. Incansables y endurecidas. Arañando la tierra, lanzando una canica, esgrimiendo una cuchara. Alzadas al cielo tras el gol. La ternura es dictatorial. Hay un imperio en este instante. Abre los ojos y sonríe. Relaja el puño y libera mi dedo. No quiero irme de allí. No quiero sentirme libre. Vuelve a agarrar mi índice, grito por dentro. No me sueltes. Hay un abismo sin tu tacto. Quiero que sigas sujetándome con fuerza, aún en la íntima sospecha de que hay un ensayo de la vida en esta delicada suelta.

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