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Carril bici

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Antonio Agredano

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Ha enfermado un gato que no es el mío. Imagino a la veterinaria dando la noticia. Pasando la mano sobre la barriga del animal, que se mueve apenas por el dolor. En una camilla metálica que vomita la luz blanca de los focos.

Llora un hombre por la calle. Atravieso su tristeza con la bicicleta. No miro atrás, pero necesito preguntarle. ¿Por qué tu desconsuelo? ¿Quién murió? Cuando veo el llanto anónimo nunca pienso en desamor, siempre en la muerte. En una familia rota como una uña hasta la carne. Sangre seca y un escozor para siempre.

Una señora muy mayor cruza la calle encorvada. El semáforo se pone en verde para los vehículos. Un Ford Escort azul marino con el parachoques descascarillado espera mientras ella completa su desmayado vuelo. Detrás otros coches pitan. Ella acelera un poco el paso. Es una urgencia invisible. Su músculo no tiene más electricidad que esa. Su cuerpo huero. ¿Es uno consciente de que la vida se acaba? ¿Hasta dónde llega la mirada del que sabe que se irá pronto?

El Córdoba CF está cerca de volver a Segunda B. Se me cruza un chico hablándole al móvil. Freno. Toco el timbre con desgana. No me mira. Sigue su camino. En el audio que le manda a su novia se oirá a lo lejos mi ring-ring funcionarial. Ahí quedará mi enfado. Vuelvo a casa tras el trabajo.

Atlético Sanluqueño, Real Murcia, Linense, Recreativo de Huelva… intento recordar equipos del grupo IV. Ibiza, Badajoz… a veces se gana y otras, se pierde. Lo raro es no competir. Como un boxeador con las manos en los bolsillos. Como un nadador hundiéndose hasta el fondo. Blanco y verde son nuestros colores. En la próxima temporada, el negro lo devorará todo. Y el gris en los despachos. Y el rojo en las mejillas de los que somos abofeteados una y otra vez por unos gestores trileros y pequeños, incapaces y aprovechados.

El color ceniciento y triste de la plastilina mezclada. Color: juego acabado. Color: la felicidad quedó atrás.

Tengo un enfado espeso. Un enfado mudo y lloroso. Lo llevo por dentro mientras pedaleo. Mi bicicleta hace un ruido terrible al frenar. Siempre asusto a los perros. Miro mis manos en el manillar. Asoma una pulsera que mi padre cogió para mí. “Entre todos” y nuestro escudo. Aquí estoy. Uno entre tantos. Desolado. Digiero un descenso. Como comer papel.

Quiero que llegue el verano. Quiero que el dolor se acabe. Quiero que se cure el gato, que el señor que llora lo haga por emoción y no por tristeza, que la señora mande a la mierda a los coches que le pitan y se vaya entre brincos. Está anocheciendo. UCAM Murcia, Jumilla… la vida es sólo un poco de luz colándose por la persiana en una habitación tremenda y oscura.

El fútbol no es la vida. El fútbol es una espina. Cada ciudadano porta un drama en el bolsillo. No es un arma, pero está afilado, y también mata. Esa pesadez en los párpados. Las hojas que caen a todas horas. Los autobuses llenos. Un niño que corre sin destino. Clubes traslúcidos. Como fantasmas vagando a espaldas del mundo, en su propio vacío. Los aficionados sólo oyen los crujidos en la madrugada. Una ventana que se abre inesperadamente. La casa maldita de la Segunda B. Arrastrando cadenas. Pienso en esto mientras voy con la bicicleta.

Vuelvo a casa. El abono del Córdoba CF en la cartera. Habrá que renovarlo, pienso. La idea de renovar mi contrato con el dolor me sana. Y es un milagro. No podemos darle un portazo a la vida. Hay que jugar todos los partidos, también los que ya tenemos perdidos. Hay en la derrota más dignidad que en la mentira. Hay en esta ingenuidad del aficionado cordobesista más dignidad que en todos los discursos de todos los presidentes que han pasado por el club.

Todos los dolores son el mío, pienso. La vida es una procesión interminable de la hermandad de las penas. Voy en la bicicleta y pienso en los demás y ya menos en mí. Y este Córdoba desdibujado ya pertenece más al futuro que al presente. Muerto y resucitado en mi corazón, como Jesucristo o un superhéroe de Marvel. Empezar la temporada ganándole al Villanovense, pienso. Y de ahí para arriba.

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