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Muerto el perro, NO se acabó el ébola

Rafa Japón

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Ya se ha escrito demasiado (o demasiado poco) sobre la ineptitud y temeridad demostrada por los políticos que repatriaron a las dos personas contagiadas con el virus ébola. Después del primer contagio en Europa, el debate pierde todo el sentido porque la conclusión es única y evidente. Tampoco voy a perder un minuto en discutir sobre la decisión de la ministra Mato de no dimitir (esa señora que no sabía que tenía un Jaguar guardado en el garaje, pagado con dinero del resto de los españoles). Demostrada fehacientemente su incompetencia, quizá sería su superior quién debería decapitarla.

Ayer nos enteramos, también, de que el perro de la desgraciada familia tiene también los días contados. Según el juez no hay que correr riesgos. Supongo yo que, para seguir el razonamiento del magistrado, también habría que matar a la enfermera. Bien dice un avispado amigo que el guión del ébola en España se le hubiera quedado corto a Berlanga.

Entre tanta desinformación y tanto morbo del malo, al señor Manuel Ansede se le ocurrió preguntar a uno de los mayores expertos en el virus del mundo. Ansede preguntó al doctor Leroy que si era errónea la decisión de sacrificar al pobre can. Quizá no hacer falta ser doctor para entender la respuesta del médico: matar al perro es una locura. El animal puede ser de gran ayuda para el avance de la lucha contra la enfermedad. No sabemos aún si está contagiado, si puede transmitir el virus, o si puede darnos pistas de cómo batallarlo. Según estudios de Leroy, un tercio de los perros que han estado en contacto con enfermos de ébola, tenían anticuerpos del virus.

Échenle un vistazo al artículo, porque no tiene desperdicio. Y no. Como ya habían imaginado ustedes, a ningún responsable del Ministerio de Sanidad o de la Comunidad de Madrid se le había ocurrido llamar al doctor Leroy, ya no solo para preguntarle por la suerte del perro, sino para pedirle opinión y ayuda para el diseño de protocolos antivirus. Porque en nuestro país no echamos mano de los buenos, sino que nos entretenemos en debatir si el de enfrente es aún más incapaz que yo.

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