Wonderwall

Cuando escuchábamos el Wonderwall en el radiocasette de una C15 camino de un perol, con nuestras camisetas negras, nuestros vaqueros con agujeros, ya existían programas en la tele que explotaban la nostalgia de nuestros padres. Entonces Oasis eran los modernos, los auténticos, los hermanos de Manchester, en una ciudad que entonces, muy a su pesar, tenía un equipo que ganaba Copas de Europa con un delantero francés que pateaba a espectadores que lo llamaban extranjero. Y aquellos programas que salían por la tele recuperaban a Karina, Camilo Sesto, a Los Pecos o Fórmula Quinta.

El regreso de Oasis ha debido provocarme el mismo sentimiento que causaban aquellos programas en nuestros padres cuando veían la tele y evocaban una juventud aún cercana, en la que todo estaba por hacer y por venir. A bordo de aquella furgoneta, cantando a voz en grito el Wonderwall con nuestro lamentable inglés del instituto, recuerdo el paso de la infancia a la adolescencia. Con una canción, un disco. What's the story. De repente estábamos solos en un cortijo abandonado, donde bebíamos, comíamos y fumábamos. Donde nos quedábamos a dormir y no nos preocupaba absolutamente nada.

Supongo que en eso consiste la nostalgia, que tanto funciona. Recordar en latín significa volver a pasar por el corazón. Pero en tu cabeza, eliminando los miedos, los complejos, la timidez, la inseguridad a equivocarte. Volver a recordar el momento en el que fuiste feliz.

Los hermanos Gallaguer no son los de aquel febrero de 1996. Nosotros tampoco. Por el camino se nos ha ido media vida y nos hemos dejado muchos pelos en la gatera. Pero solo la noticia de su regreso, al que es imposible que asistamos y que puede ser hasta lamentable, nos ha devuelto una sonrisa, esa nostalgia de un adolescente de pueblo a dónde sí que llegaba la música y el cine. Solo que además de garitos teníamos peroles en mitad del campo, bajo unos eucaliptos gigantes que escondían dentro una cueva que daba miedo, una antigua mina a la que yo nunca me atreví a entrar.