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¿Por qué somos del Córdoba?

Alfonso Alba

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También iba al fútbol los domingosmenudo entre el bullicio, el gentíoy los cien goles de los transistores,¡los partidos aquellos de Tercera!Pero aún más con la magia disfrutabael camino tan largo,la ribera del río(¡Oh, gran río, gran rey de Andalucía!)la noria con sus cangilones rotos,el barquero remando entre gaviotas.(Poema de Falico, Rafael Álvarez Merlo, vía José María García Parody)

El fútbol es mágico cuando uno es niño y también cuando este deporte tan tonto que consiste en meter una pelota en una red te convierte en niño. Es simple. Es absurdo. Es bonito y es feo. Es divertido y muy triste. Es ilusionante e infartante. Es una mierda, pero también un placer. Es una contradicción repleta de aristas. Y ese es quizás el secreto de su éxito.

En 1989 vi mi primer gran partido de fútbol en directo. Tenía nueve años y me llevó mi padre. Mi abuela estaba en el hospital y a mí no me dejaban subir a la planta, así que mi padre me cogió de la mano y por sorpresa aterrizamos en el Arcángel. El Córdoba languidecía en Segunda B, en un estadio destartalado y repleto de hormigón. El partido era contra el Betis B. Jugaba Berges, que tres años después ganaba el oro olímpico.

Mientras veíamos el partido mi padre me contaba historias de futbolistas del pueblo, Fernán Núñez, que habían triunfado en el Córdoba CF. Luna Eslava, que fue su vecino, todavía jugaba. Pero lo que más me impactó fue lo que me contó de Luna Toledano, ese histórico portero blanquiverde que acabó un partido con una clavícula rota.

Hasta ese día había sido muy pero que muy madridista. Desde entonces supe que por una razón absurda y sentimental sería del Córdoba antes que de ninguno. “Si alguna vez jugamos contra el Madrid, yo quiero que gane el Córdoba”, le decía a mis amigos en el patio del colegio. Ellos decían que también.

El domingo me contaron, no estuve allí, que en mi pueblo se celebró el gol del Córdoba con un rugido más virulento aún que el de Iniesta del Mundial. De repente, muchos empezaron a llorar e incluso se tiraron al suelo, en un estallido que pone fin a tantos años de sufrimiento y frustraciones. De clavículas rotas, de héroes de la infancia a los que te encontrabas por la calle. De gente normal, con la que uno ha jugado y ha visto que era de carne y hueso, algo más que un píxel en la tele.

No sé. Quizás por eso somos del Córdoba.

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