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La arquitectura del poder

Alfonso Alba

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“Este libro es una indagación valiente y demoledora de la obsesión arquitectónica de presidentes, primeros ministros, alcaldes, dictadores, magnates y otros personajes poderosos y en el endiosamiento de los arquitectos que se han puesto a su servicio”. Con esta cita tan prometedora nos presenta Deyan Sudjic su libro La arquitectura del poder. Me lo zampé por recomendación de mi amigo Paco Camero en 2007, un año antes de que acabaran esos años locos en los que el alcalde más tonto de España era aquel que no había encargado un edificio de diseño contemporáneo a un arquitecto moderno.

Entonces, mientras devoraba este divertidísimo a la par que durísimo ensayo sobre lo que me atrevo a resumir como el deseo de todo humano con poder de ser recordado después de muerto, comparaba casi todo lo que leía con lo que había pasado y estaba pasando en Córdoba. La ciudad no era una isla. Estaba enclavada en el corazón de Andalucía que a su vez estaba en un país llamado España donde la fiebre del ladrillo se estaba desmadrando. Hoy es fácil hacer leña del árbol caído, pero entonces no tanto. La ciudad, y sobre todo sus gobernantes, aspiraban a trascender, a construir algo por lo que ser recordados allende las generaciones. Ya saben: Claudio Marcelo fundó Córdoba, Abderramán III construyó Medina Azahara y Aderramán I fue el que inició la Mezquita.

En esa locura por construir algo monumental en Córdoba se hizo un concurso de ideas para el diseño de un gigantesco centro de congresos que sería el Faro de Occidente, lo más molón en la arquitectura patria después del Guggenheim de Bilbao. Algo que sobreviviría a nuestros nietos y a los nietos de nuestros nietos y a los nietos de nuestros nietos. Dentro de 1.000 años, no sabríamos si era más importante la Mezquita que el Palacio del Sur. A ese concurso de ideas se presentó Toyo Ito, hoy, como Koolhas, premio Pritzker de arquitectura. No ganó. No fue tan atrevido como el holandés. Y menos mal que no lo hizo.

Me explico: A ustedes les parecerá una desgracia que Córdoba no tenga hoy el Palacio de Congresos de Koolhas. A mí no. Yo me alegro. Por si no lo saben, el primer proyecto, el que apunto estuvo de comenzar a construir Ferrovial costaba muchos más de 100 millones de euros. El segundo, una vez que Ferrovial intuye que la crisis que va a sacudir España va a ser gorda, algo más de 60 millones. Imaginen que se hubiera empezado en 2008. Me juego con ustedes la barba a que hoy Ferrovial no habría podido acabar la obra, la habría dejado a medio terminar, se verían unas magníficas vistas desde el parque de Miraflores hacia la Mezquita y fotógrafos de medio mundo vendrían a usar esa imagen como ejemplo de despilfarro. En caso de que esa obra se hubiese hecho, algo que yo dudo y bastante, tendríamos un gigantesco edificio vacío, sin congresos, sin conciertos, sin empleados. Algo en escala planetaria a lo que hoy es el edificio conocido anteriormente como C4. Por si no lo saben, el Palacio de Congresos de Koolhas era como dos veces y media más alto que el C4 y unas tres veces más largo.

“Ahora todo el mundo quiere un icono. Quieren que un arquitecto haga lo mismo que hizo el Guggenheim de Gehry para Bilbao y el teatro de la ópera de Jorn Utzon para Sydney. Cuando por fin se inauguró el Walt Disney Hall en Los Ángeles, en la mayoría de los discursos de la ceremonia de inauguración se habló más de cómo la nueva sala de conciertos afectaría a la imagen de la ciudad que de su acústica. Sin duda, no es ésta una manera infalible de conseguir una arquitectura discreta y con tacto, o incluso de calidad. El efecto de tanta preocupación por crear una imagen es tan perjudicial para los arquitectos como para las ciudades que los contratan”. Está escrito en 2007.

Gracias, Sudjic.

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