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13 años

Alfonso Alba

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Aquella mañana de marzo en que mi madre me despertó para decirme que acababa de haber un “atentado muy gordo en Madrid” lo primero que se me pasó por la cabeza es que había que acabar ya con esto y meter el Ejército en el País Vasco. Aún hoy me estremezco con que aquello se me pasara por la cabeza.

Tardé poco en vestirme, desayunar algo y coger el coche camino del periódico. En la radio, Iñaki Gabilondo hablaba con Arnaldo Otegi, que se apresuraba a negarlo todo, mientras la cifra de muertos no dejaba de subir: 25, 40, 67, 130... hasta casi 200. En unos minutos, la redacción se llenó. Hace 13 años trabajaba en Diario Córdoba y esa mañana, creo, hicimos en un par de horas uno de los mejores trabajos de nuestras vidas: un suplemento especial que llegó a los kioscos antes de las 14:00.

A mí me tocaron unas cuantas reacciones y editar la crónica que acababa de mandar desde Madrid el corresponsal de El Periódico de Cataluña. La crónica estaba escrita de un tirón, con una lucidez extrema y dejaba para el final tres párrafos informativos que me perturbaron: se había encontrado una furgoneta con cintas de casette en árabe y los policías decían que los explosivos usados no eran los que tenía ETA. La llamada de un amigo desde Bruselas en la que me decía que allí se hablaba de atentado yihadista hizo que me levantara, que se lo dijera a uno de los jefes y que este, contrariado también, negara con la cabeza: “el ministro ha dicho que ha sido ETA”. El suplemento recogía un editorial condenando el atentado de ETA. Fue un buen trabajo manchado por hacerle caso a las fuentes más oficiales de todas, esas que de vez en cuando (o bastantes veces) también mienten.

Después nos enteramos que entre los muertos había cordobeses. Un joven de Guadalcázar, amigo del entonces concejal del PP José Antonio Nieto. O héroes, como un policía nacional de Fernán Núñez, escolta de un juez, que iba junto a uno de los trenes que explotó y que no dudó ni un segundo en ponerse a rescatar a heridos (y muchos muertos) y a mancharse las manos de sangre.

Pero 13 años después, el 11M nos deja muchas lecciones. Una de ellas, es que no hay que fiarse de las fuentes oficiales si no aportan pruebas. Y otra es que las decisiones en caliente siempre son las peores. Malditas sean todas las guerras.

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