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Urban Knitting Córdoba

Ángel Ramírez

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Uno no termina nunca de salir de su infancia, o vuelve a ella una y otra vez. Porque entonces fue feliz o porque todo era aún posible,  o porque el amor era seguro. Ahora que todo va tan rápido y tan mal nos hemos puesto  vintage y hemos recuperado los patios (los patios son la infancia de Córdoba), ha surgido la generación Nocilla, y rememoramos la música de los ochenta (también la moda, pero eso no puede ser más que guasa). Cada vez que recuerdo mi infancia hace frío, vivía en Ronda, en una enorme casa y no existía ni el doble acristalamiento, ni la calefacción central. Recuerdo la chimenea encendida, los braseros eléctricos y unos jerseys enormes que ahora han sido suplidos por la liviandad de los nuevos tejidos.

Como eran eternos y ya empezábamos a ser adolescentes terminábamos cogiéndoles manía a esos jerseys monocolores con sus ochos cruzando el pecho, las interminables bufandas, los gorros con bolas que a veces nos parecían ridículas. Recuerdo ese momento en que mi madre desde el fondo del salón nos llamaba para probarnos el jersey y al que respondíamos con pereza, nos colocaba de espaldas a ella y nos ponía la prenda a la que aún le faltaban los brazos o el cuello, nos hacía ponernos en cruz, y su rostro de satisfacción por lo bien que estaba quedando, por saberse tan bien las medidas  de cada uno de sus seis hijos.

Hacer cualquier cosa ahora, cualquier cosa que no sea comprar o ser comprado es una rareza, un acto de protesta. Para todo hay un especialista, y casi todo se puede adquirir, así que no sabemos cocinar, ni pintar, ni arreglar una puerta, ni coser, ni hacer nuestra ropa. Además el tiempo, que se pierde con tanta abundancia mientras se trabaja, se ha vuelto escaso y no encontramos tiempo para jugar con los niños, para concentrarnos, para perderlo. Quizás porque no terminamos de sentirnos cómodos con nuestra inutilidad, y porque estamos un poquito tiesos,  están proliferando los huertos familiares, los bancos de tiempo y volver hacer el pan en casa.

Ale Urquízar e Isabel Amo también se han puesto revolucionarias y han decidido cometer todos los pecados de nuestro tiempo haciendo punto, volver a la infancia, hacer las cosas por sí mismas, conversar, ensimismarse y  concentrarse. Pero también han decidido que lo que era una actividad estrictamente privada y de mujeres se convierta en una oportunidad para reivindicar principios, derechos, para conectar a gente (los hombres también),  hacer del espacio público un lugar de expresión ciudadana. Han lanzado una propuesta para que se sume todo tipo de gente, para convertir el arte de las abuelas en vanguardia, y la vanguardia en cosa de abuelos. El pasado sábado ya hicieron la primera quedada en El Arsenal y en enero tienen pensada la siguiente, otra puntada más de esta Córdoba inquieta y original que también existe.

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