Sobre el fin del trabajo
El pasado miércoles asistí a la inauguración de la planta termosolar que Africana Energía ha instalado en los municipios de Fuente Palmera, Guadalcázar, Almodóvar del Río y Posadas. Con una superficie de 270 hectáreas, la mayor del país, la planta suma una potencia nominal instalada de 56 MW capaz, según nos dijeron los promotores, de dar energía a unos 100.000 hogares, más o menos los que tiene la ciudad de Córdoba. Todo esto ha requerido una inversión de 400 millones de euros y 26 meses de construcción, en los que se ha dado empleo a unos 500 trabajadores. El proyecto ha sido promovido por la empresa cordobesa Magtel, TSK y Grupo Ortiz . Todas estas cifras, espectaculares como la propia planta, evitarán la emisión de 36.000 toneladas de dióxido de carbón (lo que se emitiría de producirse la energía en centrales convencionales de combustibles fósiles). Sin embargo este proyecto, discutible en su dimensión pero mejor que la mayoría de las cosas que nos pasan últimamente, sólo va a crear 50 empleos permanentes durante los próximos 25 años. O sea, que tras invertir 400 millones de euros se crean 50 empleos para producir energía que abastece a 300.000 personas.
Pongo este ejemplo por sus dimensiones, pero todos vemos ya en la ciudad centros comerciales en los que los propios compradores hacen la función de las cajeras (o cajeros), restaurantes en las que la comanda y el pago las hace el comensal desde un ordenador, o periódicos (este mismo) que se editan con una décima parte del personal que se requería hasta hace pocos años. El trabajo se está acabando, y creo que es una buena noticia porque prefiero las complicaciones que la nueva situación genera, a los mineros sufriendo en la extracción del carbón, o a camarer@s trabajando durante jornadas interminables.
Han escrito ya muchos teóricos sobre esto (recuerdo un trabajo de 1995 de Jeremy Rifkin denominado “El fin del trabajo”) pero nos parecía ciencia ficción. Evidentemente del todo no se acabará, pero es cierto que el desarrollo tecnológico permite unos enormes aumentos de productividad y nada indica que sea posible que todo el mundo pueda tener un trabajo definido en términos clásicos. Alguien dirá que Alemania, Japón o EEUU suelen andar cercanos al pleno empleo, pero lo hacen con mucho trabajo precario y con fórmulas que realmente ocultan el desempleo (minijobs a 400 euros). Y sobre todo lo hacen en base a la exportación, o sea produciendo bienes y servicios para mucha más población que la propia. Esto, que todo el mundo plantea como la solución al problema de España, está muy bien, pero no es generalizable, porque obviamente para que existan exportadores netos deben existir importadores netos. Exportar (que nos parece estupendo) es lo mismo que importar ( que es horrible) sólo que visto desde el otro lado. No tardará mucho en que este intercambio se analice en los mismos términos que la huella ecológica o las emisiones de Co2, espero que con más éxito.
Digo que me parece una buena noticia, pero soy consciente de que mientras no cambiemos el modelo de relaciones laborales y económicas este fenómeno supone un drama para muchos, realmente para la mayoría (los unos por estar parados, los otros por temor a estarlo). Debemos ser capaces de instaurar un nuevo modelo basado en la prioridad del pleno empleo (mientras no haya una alternativa mejor, mediante el reparto del trabajo), la retribución justa y la conciliación. Para hacer todo esto tenemos la ventaja de las altas productividades alcanzadas (que ahora se van mayoritariamente a remunerar el capital), y la desventaja de la competencia internacional en un marco desregulado políticamente( o lo que es lo mismo, controlado por los intereses de las grandes corporaciones). Seguro que al leer esto se le ocurren mil dificultades a la idea, pero ya hay iniciativas que las abordan, como la propuesta de las 21 horas semanales de Ecopolítica y la New Economics Foundation. Pero el primer paso imprescindible es no permitir que nuestros políticos, empresarios y economistas nieguen la realidad y nos hagan promesas imposibles, para cuyo logro nos exigen más y más sacrificios. El primer paso, como casi siempre, es desmontar las mentiras.
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