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Oye ¿y los empresarios?

Ángel Ramírez

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Me gustaría que las organizaciones empresariales hablaran alguna vez de los empresarios (y las empresarias, aunque me temo que son pocas), no sea que les pase como al Gobernador del Banco de España, que se pegó meses arremetiendo contra la legislación laboral, los convenios y el salario mínimo y fue el sistema financiero el que se vino abajo. Ayer vi en no recuerdo qué periódico (disculpen) la enésima entrevista con Juan Rossell, presidente de la CEOE, en la que insistía en la necesidad de la reforma de la Administración. Es de esas cosas que se dicen y siempre quedas bien, la Administración o lo que sea. Tú dices que hay que reformar algo y a todo el mundo le parece bien, porque suena a dejarlo como nuevo, como cuando uno consigue por fin dinero para cambiar los cuartos de baño. Pero es que los empresarios solo hablan de las instituciones públicas y de los trabajador@s, nunca de sí mismos. Y hablan de ellas y ellos mal para justificar el enorme desempleo que tenemos o la baja productividad de nuestras empresas. Puesto el foco ahí la mayoría de la gente suele picar y los debates se centran en el entorno institucional y la vagancia del personal.

La productividad tiene que ver con muchas cosas. La primera, del sector, hay sectores de alta productividad y de baja productividad. Si la economía española y andaluza dependen mucho del turismo, la agricultura y la construcción, será una economía de baja productividad, y si es así es porque miles de empresarios e inversores han decidido libérrimamente invertir en esos sectores y no en otros. Depende también de la inversión en tecnología. Todos los años el Ministerio de Economía y Competitividad deja sin gastar millones de euros destinados a subvencionar la I+D+i de las empresas españolas, por la sencilla razón de que las empresas no presentan proyectos. Hay poca I+D+i y casi toda pública.

En tercer lugar depende de la organización del trabajo y la gestión. Para empezar tenemos unos horarios únicos en el mundo (puede ser así porque seamos la repera de originales o de desastres, como usted prefiera), y después está la organización del trabajo, el control de la gestión, las políticas de calidad, el establecimiento de objetivos… todo eso responsabilidad de los empresarios y sus directivos. Finalmente está el desempeño de los trabajadores, relacionado con su capacitación, motivación, cumplimiento, etcétera, etcétera.

Pues siendo esto así en España se ha conseguido no hablar más que del coste del trabajo, del despido, la flexibilidad, y las ineficiencias burocráticas de las administraciones. Cuando salen las cifras de paro nadie pregunta por los empresarios, porque hemos asumido que su trabajo es desemplear al mayor número de gente posible, y nos dan la matraca habitual con las políticas de formación de trabajadores, presuponiendo que el problema radica en sus déficits formativos. Como es lógico esta focalización de los debates no es casual, pero más allá de su evidente carácter ideológico, estaría bien ampliar los análisis para ver si de esta crisis aprendemos algo que nos permita imaginar un futuro mejor que el de la precarización de la mayoría. O a lo mejor es que se trata de eso.

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