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Mujica

Ángel Ramírez

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No es posible analizar el discurso de Mujica y entender algo, si no partes de que Mujica es su discurso. Este hombre mayor, que ha estado en guerrillas, en la cárcel, presidiendo un país y ahora es senador, se ha convertido en la referencia de un amplio sector que está por definir. El discurso del expresidente de Uruguay es una mezcla de pensamiento cristiano con algunos elementos de psicología positiva: el desapego de los bienes, la austeridad, la orientación a lo espiritual y lo cercano y cierto senequismo realista. No hay particular originalidad en su propuesta, muy frecuente en España, que está especializada en esa particular hibridación de izquierdismo cristiano, ecologismo y tecnologías del yo . Pero no son Pepe Mujica.

Lo escuchaba la otra tarde en el teatro Góngora en la inauguración  del Congreso de la Sabiduría y el Conocimiento organizado por la SER ,y reconociendo la oportunidad y la coincidencia general con su propuesta, me costaba sumarme al entusiasmo que vi que generaba, particularmente en políticxs y gestorxs que tengo yo por poco idealistas, la verdad. Su propuesta se puede resumir en unas cuantas frases porque es unas cuantas frases, así que funciona mejor en un reportaje de pocos minutos de televisión, por las redes o en memes de Facebook que en una conferencia. Pero hemos convenido que ese hombre es lo que dice, y eso es revolucionario en el mundo de la política actual. La modestia de su vivienda  durante su reciente presidencia de la República de Uruguay, y ese pasado de cárcel y violencia, nos ha hecho pensar que este hombre es sincero, y que ahora destila la sabiduría de quien ha sufrido cárcel y disfrutado de alabanzas, que tiene la suficiente distancia para valorar una y otra cosa sin perder el equilibrio.

Más allá de cuánto de valioso haya en la trayectoria de este hombre, resulta interesante el fenómeno en que se ha convertido, y esto no hubiera ocurrido sin darse una excepcional oportunidad, si todo eso que representa no fuera tan diametralmente opuesto al comportamiento de buena parte de nuestra clase política, que tanto denostamos. En otro momento nos hubiera parecido una excentricidad propia de un país lejano y pequeño, algo admirable pero poco relacionado con nuestra rutilante Europa, pero ahora nos parece un símbolo de lo que nuestros políticos deberían ser, un faro para salir del fango en el que nos encontramos.

Otra cosa es que con eso nos baste. No falta otra izquierda, de origen más propiamente obrera o la vinculada a lo que se dio en llamar el socialismo científico, que crea que esta epidemia de santidad que inunda los nuevos espacios políticos no basta para abordar la complejidad de nuestra situación actual, que en el poder no llega más allá que una moderada y convencional socialdemocracia (como afirman de la propia presidencia de Mujica), o que incluso la austeridad termina siendo un arma de doble filo porque termina aplicándose a los asalariados, sobre todo los públicos. Por supuesto cualquier cambio político pasa por un rearme ético, por evitar el arribismo y proteger el servicio público, pero quizás nos equivoquemos si nos quedamos en un análisis maniqueo, si pensamos que todo comenzó con la llegada de unos cuantos amorales a la política española, que con sumar a una partida de mujeres y hombres buenos está todo resuelto. Este país es muy dado al moralismo, la grandilocuencia y el exhibicionismo moral, un perfecto refugio para las personas equivocadas, y nos ha costado caro. Cuidado.

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