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Servant

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Cristian López

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He de confesar, antes de entrar en faena, que no soy para nada ecuánime con el trabajo de M. Night Shyamalan. Siempre me interesa todo lo que brota -en la forma que sea- de ese cerebro perturbado o, como mínimo, malrollero. Cada vez que se estrena algo nuevo bajo su firma, acudo con entusiasmo a comprobar cómo va a conseguir esta vez volarme la cabeza. Y no iba a ser menos en el caso de Servant (2019-), la incursión -junto a otros creadores- del realizador indio en la televisión, de la mano de la plataforma de vídeo bajo demanda de Apple. La serie, ya desde su primer capítulo, se sumerge hacia una narrativa absolutamente provocadora, logrando enaltecer el género de terror desde un punto de vista pausado y en el que el lenguaje muchas veces emerge de la propia imagen. Y ahí es precisamente donde reside la huella del mencionado director.

De hecho, Shyamalan actúa de productor ejecutivo, y apenas interviene en la dirección en un par de capítulos, entre ellos el piloto. Y lo cierto es que no hace falta más (por su parte). Por supuesto, sin desmerecer el trabajo de Lisa Brühlmann, Daniel Sackheim o Tony Basgallop, autor del guion. Entre todos logran generar una atmósfera realmente asfixiante, en una suerte de huis clos en la que la propia casa adquiere la relevancia de un personaje más. Todo sucede entre las paredes del hogar de la familia protagonista. Además, no es banal subrayar que el desarrollo de la trama palpita al ritmo de su duración. Los 30 minutos de cada capítulo impiden que la historia descarrile, y mantienen el pulso ante una confrontación visual que, por momentos, se ahoga frente a la magnitud de su carta de presentación.

Lo cierto es que la premisa es conocida en el universo cinematográfico, aunque resulta realmente atractiva y novedosa en la ficción televisiva. Además, Servant consigue dar un paso más, pues huye del terror convencional, y la psicología de los personajes pervierte el argumento hacia terrenos mucho más pantanosos.

Dorothy (Lauren Ambrose), una reportera de televisión, y Sean (Toby Kebbell), chef experimental, mantienen -de manera aparente- una vida tranquila en Philadelphia. Sin embargo, un trágico suceso ha generado una grieta en su matrimonio, que adormece frente a un miedo mucho mayor. Parece una pareja perfecta, aunque a poco a poco vamos descubriendo que, detrás de su realidad, existe una herida por sanar, una fatalidad a la que aún no han querido enfrentarse. La llegada de una nueva inquilina desatará esa fuerza, y cuyo hilo conductor es la relación con su bebé, al que no todos miran desde el mismo prisma.

Entrar en más detalles implicaría destripar una obra que se cuece y se disfruta a fuego lento. No obstante, sí se puede decir que los misterios -de diferentes tamaños y tonalidades- se suceden episodio tras episodio, en los que un cierto sentimiento de angustia se intercala con pequeños alivios de comedia. Los movimientos de cámara obran en favor del propio sello del realizador, pues desde el principio sabes que estás adentrándote en su universo. Servant es puro Shyamalan. Una obra de género, ya sea de terror, thriller o fantástico, con todo lo que eso conlleva.

La ambigüedad acapara la narración en casi todo momento, ya que la trama deja un poso explicativo que flota casi a la misma distancia de lo racional y lo sobrenatural. Además, el director logra que el espectador perciba una amenaza en cada elemento de la casa, o en cada acción de los protagonistas en su vida diaria. Todo ello por la “simple” habilidad de saber dónde colocar la cámara. Una búsqueda de la inquietud en la que cada plano se cierra en demasía hacia sus interlocutores, dejando con ello la sensación de cruzar la cuarta pared. Los protagonistas parecen hablar al público. Y en esa historia se cuentan ellos mismos un relato para intentar adaptarse o sobrevivir a sus propias vidas. ¿Y no es eso, en definitiva, lo que hacían los habitantes de la aldea en El bosque (2004) o los vecinos del bloque de apartamentos en La joven del agua (2006)? Lo dicho, puro Shyamalan.

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