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Judy y Punch

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Cristian López

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Hay una notable declaración de intenciones durante los primeros minutos de metraje de Judy & Punch (2019), en los que se deja claro, pese a no ser aún conscientes como espectadores, sobre lo que va a girar la película en todo momento. Y algo similar a lo que le ocurre a aquellas personas que están contemplando una dantesca situación entre una pareja de marionetas, en la que el marido maltrata y humilla a la mujer ante la mirada de todo el pueblo. Una representación que sirve de espectáculo teatral para un público que se desternilla contemplando la misma. Bueno, todos salvo una niña que pronuncia una impactante frase ante aquel cruel episodio. “Hay algo que no me gusta del espectáculo de marionetas: el tipo de la porra siempre gana”. Casi nada.

Y es que la violencia de género será el tema cenital sobre el que se guíe la obra australiana de Mirrah Foulkes. Siendo además su ópera prima, y que le valió para llevarse el premio al mejor guion en el Festival de Sitges. Pues desde ese momento en el que los protagonistas serán dos muñecos manejados por hilos, se pasará a una tóxica relación que ejemplifica una vez más (aunque nunca es demasiado en este caso) la dificultad de ella para ser alguien por si misma, y menos aún, fuera de su matrimonio. La mujer es la que tiene el talento, aunque realmente esté oculto ante el público, como no, pues es el hombre el que siempre acaba llevándose todos los honores y reconocimientos.

Es más, es que el propio nombre de los dos protagonistas (Judy & Punch) ya deja claro desde qué posición parte cada uno. Un largometraje ambientado en una época no concretada, aunque bien podría considerase que forma parte de siglo XVII, con la caza de brujas como recuerdo sobrecogedor. Sobre esos mimbres caminará una historia de auténtica venganza, en la que la dulzura de ciertos personajes se mezcla a la perfección con la más despiadada determinación, reflejando que no existe el blanco y el negro, sino más bien una extensa gama de grises.

En el anárquico pueblo de Seaside, los marionetistas Judy (Mia Wasikowska) y Punch (Damon Herriman) hacen todo lo posible por volver a tener fama con su espectáculo. Aunque el show no tarda en convertirse en un éxito gracias a las increíbles habilidades de Judy en su oficio, la desmedida ambición de Punch y su gusto por el alcohol dan como resultado una inevitable tragedia.

El tono, narrado siempre entre la comedia y el drama social, asumirá un relato que guarda también evidentes paralelismos con la realidad contemporánea, ya que a nadie le hubiera extrañado que la obra se desarrollara en el presente o en un futuro distópico. Una sociedad en la que impera la misoginia y el conservadurismo religioso y social más extremo. Y entre todo, tan solo la mirada de los niños parece brillar aún con una luz impoluta. Todavía por pulir.

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