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7 razones para huir

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Cristian López

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Las situaciones de crisis ensalzan los momentos más irracionales, para bien o para mal. Los más sentidos, festivos o absurdos. En tiempos de inestabilidad, el lado más extremo del ser humano brota hasta límites insospechados. Y es que precisamente así se puede definir el momento actual que estamos viviendo. El confinamiento de la sociedad, el sobrevivir a una rutina radicalmente opuesta a la que acostumbrábamos, ha propiciado reacciones de todo tipo en las personas. Y la mayor parte de ellas, nunca está mal recordarlo, han sido inesperadas. Desde ese primer día en el que la gente decidió salir a aplaudir a una hora determinada, algo que me sorprendió gratamente pues poco esperaba de una llamada que se difundió a través de las redes sociales, pasando por multitud de gestos de ánimo dirigidos al cuerpo sanitario y demás profesionales que están contribuyendo a que la crisis transcurra de la forma más sensata posible. Sin embargo, siempre hay piezas, o mejor dicho, colectivos, que escapan del orden relativo al raciocinio más cercano posible.

Esas situaciones extremas que comentábamos también pueden surgir desde el lado más miserable del ser humano. Y lo están haciendo. Es tan fácil como hacer click y meterse en Twitter.  Se quiebra, por tanto, esa falacia que se ha denominado como estado del bienestar, lo cual no es novedoso, aunque la diferencia más sustancial es que se ha potenciado su exposición. Y ese desmoronamiento actual entronca muy estrechamente con el argumento de 7 razones para huir (2019). La obra dirigida Gerard Quinto, Esteve Soler y David Torras no tiene reparos en sacar a relucir las miserias más absolutas de la sociedad capitalista.

El largometraje, basado en unos textos teatrales, se divide en un total de siete episodios, cada cual más dantesco y reflexivo, que van desde un matrimonio que intenta “abortar” a su hijo adulto, hasta una pareja a punto de darse el ‘sí, quiero', hasta que la muerte los separe, pasando por una escalera de vecinos que no recuerdan qué va después del piso seis, un matrimonio burgués con setecientos esclavos trabajando bajo el suelo o un agente inmobiliario que intenta vender un piso con posibilidades, pero con el antiguo inquilino colgando de la lámpara. El absurdo a la máxima potencia, sustentado en un humor negro que bebe mucho, tanto en el fondo como en la forma, de una obra maestra como El sentido de la vida (1983) de los Monty Python.

Los directores no tienen reparos en desnudar al completo valores tan asentados y tradicionales como la familia, el compromiso, la solidaridad o el trabajo, a través de un guion encorsetado a medio camino entre la acidez y el surrealismo, mostrando abiertamente su corrupción y su ineficacia.

Si el terror o la ciencia ficción se han utilizado históricamente a nivel cinematográfico para radiografiar o definir épocas de crisis, la comedia es la herramienta más factible para la denuncia de estas situaciones. Y ahí se posiciona con acierto 7 razones para huir. Siempre con humor, aunque muy negrísimo por momentos, lo cual llega a generar lo que busca. Una sensación equilibrada entre la risa y la incomodidad, pero sin llegar en ningún momento a ponerse irrespetuosa, pedante o sobradamente intelectual. Y es que es cuando se aleja de la seriedad cuando mejor funciona la película, que tiene un doble clímax en el arranque y en el desenlace. Poco más diré del argumento. Hay que adentrarse en él sin prejuicios.

Es muy difícil mantener un nivel aceptable en una obra compuesta de episodios que buscan dar en un punto concreto de la sensibilidad humana. Y además ser original en el intento. Y Quinto, Soler y Torras lo consiguen, pese a que los altibajos en determinados momentos son evidentes. No obstante, el excelente trabajo coral a nivel interpretativo y su breve duración contribuyen a que la experiencia sensorial no decaiga.

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