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Entre la nostalgia y la alegría

Mar Rodríguez Vacas

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Han pasado dos semanas desde la última vez que os escribí un post en estos lares. Siete días de ausencia por causas de fuerza mayor, que espero me podáis disculpar, que me han dado un buen puñado de ideas para escribiros: sentimientos encontrados, pensamientos muy alegres, melancolía, optimismo y un largo etcétera imposible de describir sobre el papel.

En los últimos quince días hemos aumentado la pandilla en dos miembros reales y otros dos potenciales. Un recién nacido y una recién nacida ya están alegrando la vida a sus papás mientras otros dos vienen en camino. Sí, los amigos estamos colaborando muy seriamente en el aumento de la natalidad. Así que, inmersa en esta explosión de vida, me he visto envuelta en un mar de sentimientos. Debo confesar que la sombra de la melancolía ha llamado a mi puerta, aunque os aseguro que no le he abierto y se marchado. ¡Uf, menos mal!

Tener a esos dos nuevos bebés en brazos ha despertado en mí un sentimiento maternal que, aunque lo vivo día a día, es completamente diferente a mi experiencia personal. Tan pequeñitos, tan indefensos, tan dependientes... Dan ganas de abrazarlos, acurrucarlos y no soltarlos. Pero de repente, te acuerdas del ‘tetapecho’ (como llamaba mi hijo mayor a la lactancia), de las noches en vela (bueno, vale, eso aún no ha cambiado mucho en mi vida), de los horarios... E hice lo que me pidió el cuerpo: devolvérselos a sus madres mientras suspiraba en tono de alivio. Así que, este trance, sin problema, muy feliz por los acontecimientos y porque todo haya salido bien en ambos partos.

Unos días después, una llamada de teléfono y un encuentro entre amigos dejaron caer las buenas nuevas. Dos parejas más estaban esperando su segundo y primer retoño, respectivamente. ¡Cuánta alegría! Pero, y esto es para mirármelo, llegó a mí un sentimiento de ‘morriña’ (por llamarlo de alguna manera) que no me venía por el bebé que pronto llegará, sino porque ¡me acordé de mi barriga! Menos mal que a las milésimas de segundo la cordura regresó a mi ser y me acordé de que el enorme bombo que tuve fue de lo único y principal que me quejé en mi último embarazo. Así que lo estoy superando. Sobre todo, gracias a una conversación mantenida con algunas compañeras de trabajo en la que dimos un buen repaso a los peores momentos por lo que pasan los hijos a lo largo de la vida. Y mira, yo ya tengo dos, con sus dos barrigas y sus dos lactancias. Más adelante llegarán la adolescencia y la juventud, con sus problemas y sus desencuentros, por lo que, prometo abofetearme a mí misma si me da nostalgia pensar en que no será a mí a quién le crezca la barriga en los próximos meses.

Y termino con un canto a la natalidad. Felicito desde estas líneas a los recientes papás y, cómo no, a los futuros. Vienen unos meses de ilusión que recomiendo saborear al máximo. Sé que os quejaréis, pero hay que exprimir cada momento porque luego os pasará como a mí, que la nostalgia os invadirá y os entrarán ganas de repetir (juas juas). Y eso ya es... meterse en camisa de once varas, a no ser que tengáis la misma suerte que yo: amigas embarazadas que os dejen estrujar a sus bebés para quitar las ganas de más. ¡Ay! Si es que son tan monos...

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