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Aprendiendo a ser madre

María Isabel Martínez

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Cuando te abracé por primera vez, te prometo que me desconcertó mucho lo que sentí. Era como si te quisiera de toda la vida y sin embargo, nos habíamos conocido hacía apenas unos segundos. Tal vez fue nuestra relación mientras estabas dentro del útero lo que fue forjando a fuego lento nuestro amor a primera vista. Recuerdo que te hablaba mientras acariciaba mi barriguita y que te movías mucho cuando lo hacía, por eso sé que te gustaba. A veces te cantaba y bailaba y notaba como tú también bailabas conmigo. Fueron momentos muy especiales los que compartimos y aún no nos conocíamos, supongo que sería eso lo que hizo que nada más vernos, nos muriéramos de amor el uno por el otro, fundidos en un cálido abrazo.

Tú me has enseñado lo que es el amor incondicional, querer sin esperar nada a cambio, tan solo poder verte crecer feliz y sano. Es curioso lo que una madre puede hacer por un hijo. Recuerdo esas noches en vela porque salía tu primer diente, o porque aún no sabías muy bien distinguir el día de la noche y supongo que tampoco entendías que los mayores necesitamos dormir por la noche porque durante el día nos resulta muy difícil hacerlo. Pero sin embargo, a pesar del cansancio y de las noches en vela, me levantaba cada mañana sin importarme qué tal había dormido esa noche. Las madres aprendemos a sobrevivir con pocas horas de sueño, porque hay otras cosas más importantes que nos motivan constantemente.

Esa primera mirada entre ambos me hizo comprender que tú y yo seríamos un solo ser de por vida, que mi corazón estaría siempre allá donde estuviese el tuyo. He llorado cuando lo has hecho tú, he reído cuando tú lo hacías, he sufrido contigo ante tu primer desamor y he celebrado contigo tu primer éxito. He vuelto a pasar noches en vela pensando en que en la mañana siguiente tenías una cita importante y sabía que estabas nervioso, aunque eso tú no lo sabes, pues nunca antes te lo había confesado.

¡¡Tengo tanto que agradecerte!!, ¡¡He aprendido tanto de la vida a tu lado!! No digo que no haya resultado duro a veces, porque cuando eras pequeño reconozco que me resultaba difícil entender tus llantos. Sabía que algo querías decirme, pero no lograba entenderlo pues también tuve que aprender a escuchar con el corazón. También de mayor he tenido que aprender a lidiar con tus rabietas y hormonas para tratar de entender que no era desprecio sino que eso forma parte del proceso de crecimiento. Yo también he aprendido a ser madre, gracias a ti. He aprendido que el instinto es el mejor consejero que puedes tener, que hay que escuchar menos fuera, y más dentro de ti.

Quiero que sepas que sigo aprendiendo y que algunas veces lo haré bien y otras mal, pero debes perdonarme las torpezas. Quiero que me perdones también el exceso de celo que a veces tanto te agobia, pero es que una madre nunca está tranquila sabiendo que su pequeño es vulnerable y que depende de ella su protección. Por mucho que crezcas, siempre serás pequeño para tu madre. Sé que tienes que volar libre y conseguiré asimilarlo algún día, sé paciente conmigo.

Te quiero, y espero que juntos consigamos recorrer el camino que debamos tomar en cada momento.  Prometo ser una buena compañera de viaje en la que puedas confiar, con quien puedas comentar tus dudas o compartir tus éxitos o fracasos. Prometo darte amena conversación si me la pides o guardar silencio, si es el momento. Prometo estar ahí, incondicionalmente para ayudarte a levantarte si alguna vez tropiezas y si me pides consejo sobre qué dirección tomar.

Sólo quiero que sepas que siempre me esforzaré para estar ahí para ti. Pero si alguna vez hago o digo algo que no es lo que esperabas, recuerda que para mí también está siendo difícil aprender a ser madre y que pongo todo mi empeño en hacerlo bien.

Juntos lo conseguiremos. Sé paciente conmigo.

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