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Sobre este blog

Desde muy pequeña he sentido que mi mundo lo dirigían como en “El Show de Truman”, pero con Fofito. Me esforzaba en tener una vida seria y, desde arriba, alguien iba soltando “extras” y guiones absurdos que me hacían perder la dignidad a base de risa. Llegó un momento en que mientras protagonizaba esas historias, mi mente solo pensaba -para sobrevivir- en cómo iba a escribirlo. Por lo que ya no puedo seguir siendo testigo en silencio. Necesito vaciar mi cerebro y madurar.

Rakel Winchester

Avón llama a su puerta

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Tendría yo 15 años y era punky, o eso me creía, claro. Que mucho imperdible, mucho rabillo y mucha laca, pero apestaba a colonia Nenuco. Me llamaban Kampanilla, como la del licantropunk, y llevaba los mismos pelos y peores pintas.

Iba camino del instituto cuando me pararon dos señoras, rollo monjas de paisano, super sonrientes. Dudé por un instante si serían testigos de Jehová, que solían perseguirme por aquella época para ver si optaba por el buen camino, pero no, era algo peor. Y, mierda de educación pegada a mi ser, que me paré a escucharlas mu formal.

Eran representantes de Avón y buscaban vendedoras. Socorro... Y, para variar, por puro corte, por no saber decir NO a tiempo, porque no se sintieran mal, por qué coño sé yo, pues eso, que firmé un contratillo sobre un coche, asegurándome por supuesto de que absolutamente nadie moderno me viese. Como era menor de edad y ni siquiera tenía DNI, me dijeron que diera los datos de un adulto, por lo que escogí a mi madre: Esperanza. Y con ella, con la esperanza de que nunca nadie se enterara, marché con mi secreto a estudiar pensando que ahí acabaría la historia.

Por supuesto que ni por asomo les comenté a mi pandilla de “punkis” del instituto (compuesta por Txus, Charlie, el Kroketas, Victor y el Galletas) ni “mu” de lo acontecido.

Disimulaba, pera estaba horrorizada por cómo cojones iba a salir de esa pesadilla.

Cuando mis amigos me dijeron de quedar al día siguiente, inventé una excusa porque me comprometí a ir a mí única y primera reunión de vendedoras de Avón en un hotel de renombre. Me quería morir. ¿Habrá vendedoras de Avón en el mundo?. Ea, pues yo pensaba que si no iba se darían cuenta.

Y esa tarde, salí con tiempo para prepararme psicológicamente para el “momento-llama-a-su-puerta”. Porque si corte me daba ir, más corte me daba ser informal y no aparecer.

Total, que entro en el salón enorme de aquel lujoso lugar, invadido por 300.000 marujas... y yo.

Iba vestida, todavía lo recuerdo, con un jersey de cuello vuelto negro lleno de rotos, unas mallas de licra con agujeros cosidos de imperdibles, y unas botas de soldado con plataforma -con los cordones llenos de flores de plástico reliadas- a las que les había dibujado con titanlux ojos, boca y dientes. Eran mis famosas botas “matrimonio de gansters” (las tenía por parejas). La “masculina” llevaba además pintadas unas gafas de sol y pegada una colilla entre los labios. Y la “esposa” llevaba superpuestas unas pestañas postizas blancas, hechas con el plástico de la tapa del bote de colón, rizaditas y muy monas.

Tanta concentración y pánico en la puerta tuve de si “entro o no entro”, que estaba empezada la charla cuando hice mi aparición.

Una señora super arreglada, en una especie de altar como los de las iglesias evangelistas, hablaba con voz hipnotizante a las mogollonas de amas de casa hipermaquilladas de Avón, con un pestazo a colonias varias (de Avón también) que inundaban aquel salón de actos...

-...Y, para nuestras queridísimas vendedoras que superen el record de ventas del mes pasado, tenemos el precioso collar de perlas “Flor de Indonesia” (o algo así) de regalo - y sacó de una cajita un collar estrecho de bolas blancas gordas, con forma de flor. O sea, que tenía una especie de pulsera redonda tamaño cuello y semicírculos de tira de perlas por todo alrededor, como si fueran cinco pétalos.

-Socorro... -exclamé para mis adentros- ¿qué coño pintaba yo allí?. ¿Y si me preguntan?. Ay, por dios, ¡si yo no tengo ni idea de maquillajes!. ¡Si yo me pinto los rabillos con rotulador Edding y los labios con lápiz marrón “Penumbra” del todo a 100!- y, en ese momento fatídico...

-Por favor, ¿alguna vendedora que lleve un jersey negro de cuello.podría acercarse para que veamos el precioso efecto que deja en nuestro look-Avón el collar de perlas “Flor de Indonesia”?- glups.

-Socorro. -pensé escondiéndome tras la primera señora corpulenta que vi por delante- no puede ser, todas llevan escotes para lucir sus collares de otras promociones menos yo. Por favor, que no me vea, me muero... - y entonces noté las miradas de las 300.000 marujas en mí jersey negro de cuello vuelto.

-A ver, ¿esa vendedora nueva?. Sí tú, no mires atrás, te llamo a ti... (mierda!) Podrías acercarte, por favor?.

Socorro de los socorros. No me lo podía creer. Solo quería desmayarme y hacerme la muerta para únicamente despertarme en el hospital.

Y allí me vi, ante miles de señoras, haciendo de modelo del ridículo collar de perlas “Flor de Indonesia” de Avón, mientras ellas observaban mis botas y mis rotos, chismorreando de todo menos de la flor de perlas de mi cuello, horriblemente hortera. Casi palmo.

Por supuesto que me mantuve al menos una semana horrorizada y avergonzada, por no poder contar a nadie mi secreto, ni mi ridículo, ni mi contrato con Avón.

Solo se lo confesé -entre risas- a mis hermanas. Y por supuesto que no fui a llamar a “su puerta de nadie”. Únicamente hice un primer pedido de pintalabios, lápices y polvos para la cara para nosotras, las de mi casa que, por supuesto, no pagaron jamás. Por lo que no ingresé la parte correspondiente y me olvidé del asunto.

Y es ahí cuando comenzó mi “persecución de Avón”.

Comenzaron a llegarme cartas, primero simpáticas, rollo “se le ha debido olvidar hacer el ingreso de su pedido a Avón, pero sabemos que en cuanto reciba la carta irá corriendo al banco”. Luego, de más susto, con palabras como “emprender acciones legales” y otros éxitos.

Las primeras las remitía “Avón delegación Córdoba”. Pero más tarde llegarían las de “Avón Madrid”, “Avón España”, “Avón Mundo”, “Avón Planeta”, “Avón Cosmos”, “Avón Cuarto Milenio” y “Avón Universo”...

Y eso durante meses.

Estaba cagada. Solo esperaba que no se hiciera público. No, ¡mis amigos los “punkis” no podían enterarse jamás!.

Una noche estábamos la pandilla al completo en un lugar llamado “la litrona”, haciendo honor al nombre, cuando de repente noté una mano que tocaba mi hombro y susurraba:

-¿Esperanza?- glups.

No podía ser. Eran las dos señoras que me captaron hacía casi un año.

Por suerte no recordaban mi nombre, puesto que me hice vendedora con el de mi madre. Y por más suerte también, ninguno de mis amigos sabían que mi madre se llamaba así.

-Ehmmmm... Yo no me llamo Esperanza.

-Ah, perdona entonces. Es que te pareces mucho a una vendedora de Avón a la que no encontramos desde hace tiempo, que era así como tú, así de moderna, pero perdona de nuevo -y se fueron nada convencidas, mirando hacia atrás y “sospechando”.

-Jajajajajajaja- se descojonaban mis amigos- ¡te han confundido con una vendedora “ del Avón” ese! jajajajjajajajajaaa.

Yo intenté sonreír... y el puto tic del labio superior casi me delata. Y hasta hoy.

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Desde muy pequeña he sentido que mi mundo lo dirigían como en “El Show de Truman”, pero con Fofito. Me esforzaba en tener una vida seria y, desde arriba, alguien iba soltando “extras” y guiones absurdos que me hacían perder la dignidad a base de risa. Llegó un momento en que mientras protagonizaba esas historias, mi mente solo pensaba -para sobrevivir- en cómo iba a escribirlo. Por lo que ya no puedo seguir siendo testigo en silencio. Necesito vaciar mi cerebro y madurar.

Rakel Winchester

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