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Quietud

Carlos Puentes

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Lo fácil para mí sería decirles que se lean lo de la semana pasada. Lo normal sería volver a decirles lo mismo, con otras palabras. Lo difícil, decirles algo diferente a lo del pasado miércoles sin mentir. Mi intención hoy es hacerlo todo. Analicemos la situación del pasado miércoles, la que ha transcurrido, y la que tenemos hoy, y comparemos.

El miércoles pasado tuvimos la típica situación anticiclónica que deja cielos rasos en la Península Ibérica, de bajas temperaturas en las primeras horas de la mañana que se recuperan hasta bien pasado el mediodía. La responsable es una dorsal anticlónica que se cierne sobre casi toda la Europa continental. Desde entonces y hasta hoy, el anticiclón no ha cambiado sus intenciones y sigue anclado sobre la vertical europea, dejándonos el repetitivo y cansino tiempo de quietud extrema. En estas condiciones resulta fácil afirmar que no hay nada que comparar, pues tenemos lo mismo que entonces, y que hace dos y tres semanas, y que posiblemente sigamos teniendo en los siete días que nos siguen.

La quietud extrema podría entenderse como una calma tensa previa a la tempestad que debería acabar estallando. Pero no nos engañemos, ni las masas sociales andan preparando el gran golpe revolucionario con que derrocar al poder para sustituirlo por una utopía autogestionaria, ni en los cielos europeos se anda cociendo el núcleo de la violenta tormenta que arrase de una vez por todas el Viejo Continente.

De momento lo que nos toca es más de lo mismo, como una rara viñeta del propio país. Esta interminable sensación de que nada cambia, de espera, de eterna repetición desde el amanecer hasta el anochecer. Una suerte de “impasse” meteorológico que tiene tarumba a toda la comunidad meteofriky española, que mira con ojitos las ventiscas y olas de frío que se suceden al otro lado del charco.

Nos queda tan sólo el consuelo de ir pensando ya en el mes de las nieves, enero, y que este eterno bloqueo continental sirva para contener la nevera ártica tanto como para que acabe estallando una vez finalice su ciclo de enfriamiento. Como ya ocurriese en enero de 1957, con la mítica nevada que dejó estampas insólitas en toda Andalucía. Pero eso hasta el momento, ciencia-ficción, sólo ciencia-ficción.

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