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Líder en Segunda y Tercera, encadenando récords estadísticos, elevando el caché de sus jugadores y restaurando el orgullo entre sus aficionados. Así está el Córdoba. El club presenta a día de hoy el argumento más contundente en este negocio del fútbol: sus equipos dominan en sus respectivas competiciones, por lo que en consecuencia todo va bien. Este tinglado se mueve por pasiones primarias y ecuaciones básicas. Somos los primeros y no hay más que hablar. ¿Es así? ¿Los goles de Florin, Fidel o Alberto Quiles homologan todo lo sucede en los despachos? Pueden ustedes pensar como quieran: vivimos en un mundo libre. O eso dicen. La cuestión es que se sigue apreciando una fractura sentimental entre quienes gestionan el club -el presidente González- y un sector amplio de aficionados o de usuarios o de clientes o como quieran llamar a los que sostienen todo el tinglado. Porque ésa es otra: un día el fútbol es sentimiento y otros días es empresa, según se tercie.
El Córdoba padeció un doble descenso en el curso pasado, con todo lo que eso implica: un terremoto en el proyecto deportivo y un golpe brutal al crédito en la gestión. En seis meses, el club ha rehabilitado su imagen colocando a sus representantes en lo más alto de sus ligas. El equipo de Oltra va camino de las diez jornadas consecutivas en puesto de ascenso directo y es líder en solitario en Segunda. El filial de Carrión acaba de recuperar la primera posición en el grupo X de Tercera tras su última victoria. Son firmes candidatos al ascenso. Todo el mundo -desde el dueño hasta el aficionado del último rincón de Preferencia- hubiera firmado llegar a las navidades en una situación deportiva así.
Hay, sin embargo, un partido que el Córdoba aún tiene que ganar. Y hasta ahora no ha sabido hacerlo. A veces ha jugado a la defensiva; otras, al ataque desaforado. O no ha jugado a nada. El próximo 30 de diciembre se celebran en El Arcángel las juntas general y extraordinaria de accionistas. Se detecta, como viene siendo norma, un ambiente prebélico en los sectores disidentes -accionistas minoritarios, bastantes peñas, los acreedores...- que hay que aceptar con total naturalidad. Las épocas del pensamiento único -y, más aún, del impuesto bajo coacción- terminaron. Se trata de hablar a la cara y entender que hay que entenderse. Puede ser la última oportunidad.
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