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Iago Bouzón, un demonio con cara de niño

Paco Merino

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Es defensa central y ejerce como tal. Honra su profesión haciendo exactamente lo que se espera de él, lo que no es mal asunto en unos tiempos en los que los arrebatos de inspiración individual están sobrevalorados en el fútbol. Sobre todo cuando esos ataques de súbito artisteo producen daños al equipo. Y eso no es algo que esté dispuesto a asumir Iago Bouzón Amoedo (Redondela, 1983), que se ha labrado una carrera profesional como especialista en labores de retaguardia. Situado en el eje, donde se cuece todo. Si le mandan irse al lateral, no va a decir que no. Igual que al mediocentro. Si hay que hacerlo, se hace.

Villa ya le movió de sitio en este curso para tapar boquetes en el flanco diestro, donde el holandés Janse le generaba nula confianza y el joven Eduard Campabadal precisaba un periodo de adaptación. Iago está para todo eso. Pero, sobre todo, para lo suyo. Ahora está atornillado en el centro de la defensa del Córdoba y sólo comprometen su titularidad las lesiones -este curso no ha escapado a ellas- o las sanciones, frecuentes porque ve tarjetas a menudo. No es raro que cada temporada cumpla un par de ciclos. Es lo que tiene el ser defensa y defender.

Ve muy claro su trabajo. Lo viene haciendo desde pequeño. Espantar el peligro de su área y mantener el orden. Ir a la acción directa. Cortar y tocar. Sacar el balón limpiamente, si se puede. Si no, de cualquier otro modo. Tareas imprescindibles para que todo vaya bien. Cuando la mayoría se fija en el brillo de los delanteros, la creatividad de los mediocentros o la habilidad de los extremos, siempre quedan unos pocos que ponen el foco en la parte de atrás, donde la tolerancia al error es inexistente. Ahí se mueve Iago Bouzón, un demonio para los rivales que mantiene, ya entrado en la treinteña, el rostro aniñado de sus comienzos en Vigo. Te da una patada y te sonríe después. Es el chico malo que siempre viene bien en equipos emergentes o inexpertos, como aquel excelente Recreativo de principios de siglo en el que marcó una época o, sin ir más lejos, este Córdoba en permanente revisión que se sabe ante una oportunidad histórica de pelear por subir a Primera. Iago ya estuvo ahí, en la élite. Ha ascendido y descendido. Ha visto lo suficiente como para que se le considere un referente.

Con dieciséis añillos, a Iago se lo llevó Víctor Fernández en una convocatoria del Celta para afrontar un partido ante el Espanyol. Iba perdiendo por 2-0 y con uno menos en el campo cuando le dijo que calentara. Fue la mano de Claude Makelele la que Iago tocó cuando se produjo el cambio. Intervino 29 minutos en el Lluis Companys, al lado de nombres legendarios en la historia del club celeste. Juanfran, Gustavo López, Mazinho, Revivo, Karpin... Gente de peso. Una semana después debutó en Balaídos. Unos minutitos ante el Alavés, que le sacó un empate al Celta gracias a un gol de Javi Moreno. Y después de aquello, de vuelta al filial.

Internacional sub 15, sub 17, subcampeón mundial sub 20... La proyección continuaba. Iago, muy veloz en las coberturas y eficiente en los marcajes, añadía a su juego nuevos matices. Otra oportunidad para el de Redondela llegó en la temporada 2003-04, ya con 20 años y en una situación diametralmente opuesta a la que había vivido en su debut como juvenil. El Celta se hundía sin remisión en Primera. Lotina, Carnero y Antic pasaron por el banquillo y Bouzón intervino en un par de ocasiones. Estuvo media parte en un dramático duelo en El Sardinero (4-4) y jugó su último partido en Balaídos, un 0-2 ante el Valencia, con dos dianas de Rufete y arbitraje del cordobés Rafael Ramírez Domínguez. Aún pudo paladear la alegría del regreso -el Celta sólo estuvo un año en la división de plata-, pero en la campaña del ascenso apenas jugó siete partidos. Aquella historia se había estancado. Iago Bouzón, la perla de Redondela, hizo las maletas y se fue al Sur. Fichó por el Recreativo de Huelva. Con 22 años, se convirtió en titular y campeón de Segunda. Volvió a Primera para quedarse.

Bouzón dejó huella en el Decano, donde participó en algunas de las hazañas más recordadas del conjunto andaluz. Entre el 2006 y el 2010, el central gallego fue uno de los puntales de una formación que experimentó todas las etapas clásicas de un modesto en fase de éxito: la explosión gozosa, la presión por mantener el nivel, la venta o marcha de los mejores talentos y el desmantelamiento final. Con 26 años y el Recre otra vez en Segunda, Bouzón cogió un avión hacia Chipre para enrolarse en un campeón: el Omonia Nicosia. Allí consiguió levantar títulos (dos copas y una supercopa) y conocer las competiciones europeas, disputando previas de la Champions y de la Europa League. Dos cursos interesantes -deportiva y económicamente- antes de volver a España. Y lo que encontró no fue precisamente bueno.

Fichó por el Xerez Deportivo, que había recuperado para el banquillo a Esteban Vigo con la inexplicable confianza en que el de Vélez iba a ser capaz de reeditar éxitos anteriores con los azulinos. La volcánica situación de la entidad no ayudaba en absoluto. Y la errática trayectoria deportiva contribuyó a dibujar un panorama dantesco en Chapín. Bouzón hizo lo de siempre, pero no fue suficiente. El Xerez se despeñó de modo brutal y la institución entró en quiebra. Y ahí entra en escena el Córdoba, que se fijó en Bouzón para su enésimo proyecto de ascenso.

Ahora a Iago se le ve más feliz. Juega habitualmente, cumple y la afición le profesa un trato respetuoso. No se ajusta al perfil de ídolo ni es un personaje mediático de primer orden. Es un buen profesional, nada más y nada menos. Con la blanquiverde tiene contrato en vigor hasta junio de 2015. Su cotización en el mercado ha bajado, pero hay cuestiones que no se miden en rankings ni estadísticas sino con la lógica de lo cotidiano. Iago Bouzón es pieza importante en este Córdoba. Si alguien quiere saber algunas cuestiones sobre cómo se asciende a Primera, que le pregunte a él. A lo mejor le contesta cuando tenga un rato libre en su trabajo habitual, atosigando a adversarios con los dientes apretados y la sonrisa de niño.

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