Diego Ribera, 40 partidos y una pastilla de orgullo
Sólo fue un año. Pero qué año. Hay aficionados que aún se emocionan cuando recuerdan aquel curso 1999-2000, el del reencuentro con la Segunda División después de 17 años de padecimientos en Segunda B -con una infame escala en Tercera- para un Córdoba ansioso por ser alguien. El viejo Arcángel ya era un centro comercial y se había abierto una nueva instalación que, a pesar de sus deficiencias, lanzaba un mensaje de modernidad. El Córdoba volvía a ser grande (en esos tiempos, ser de Segunda era ser enorme), sus jugadores aparecían en las estampas y las cámaras de televisión aparecían en los partidos. Aún se recuerdan piezas periodísticas en las que se festejaba como un logro el salir en la quiniela. Todo era motivo de jolgorio y orgullo para una entidad que aspiraba a abandonar una etapa oscura.
En aquel Córdoba pujante sobrelía la figura de un joven que dejó huella. Se llamaba Diego Ribera Ramírez. Una legión de seguidores se identificó con él de manera inmediata. Para los hijos de los socios antiguos, los chavales que se habían criado con el fútbol televisado en el que nunca estaba el Córdoba, el ver de cerca a Ribera suponía casi una experiencia mística. Diego Ribera, que con 16 años había sido el más joven en debutar en Primera en la historia del Valencia, iba a vestir de blanquiverde. El punta de Ribarroja fue, junto al veterano Robert Fernández, la incorporación más impactante para el equipo de Pepe Escalante. También llegaron Arnau, De la Fuente, Alberto, Ruiz Ochoa, García Sanjuán y un puñado de jugadores endiñados por representantes como Júnior, Edgar Caseiro, Chilet, Ruberth Morán, Tobit Heuyot o el Bota de Oro mundialista Oleg Salenko. Pero ninguno como él. Diego Ribera enganchó sentimentalmente a la hinchada blanquiverde, que lo acogió como uno de los iconos de un curso memorable. Jugó 40 partidos y marcó 8 goles. El Córdoba llegó a ser último en la tabla, creció hasta tener opciones matemáticas de ascenso a Primera y terminó despeñándose hasta el puesto décimosegundo. Un balance que hizo al personal bailar de alegría.
Diego Ribera (Ribarroja del Turia, 1977) fue un niño precoz. Jugó en todas las selecciones inferiores de España desde la sub 15 hasta la sub 20, proclamándose campeón de Europa sub 18 en Grecia (1995). La perla de la cantera debutó en la élite de la mano de Héctor Núñez, que le alineó en seis partidos en la temporada 93-94. En el curso siguiente, el brasileño carlos Alberto Parreira decidió que aquel chico tenía que foguearse en otro lugar. Más que nada porque, además de tener 17 años, disponía de un plantel de puntas de extraordinario cartel (Mijatovic, Penev, Eloy, Álvaro, Salenko...). Lo mandaron al Hércules. Y ahí comenzó una trayectoria compleja, dando saltos de acá para allá, sin continuidad en ninguna parte.
Después del préstamo al Hércules, donde tuvo un desempeño irregular (16 partidos, 4 goles) retornó al Valencia, que lo envió a su filial. Ribera entendió que había que buscar otro camino y fichó por el UE Figueres, con el que se proclamó máximo goleador del Grupo III de Segunda B (23 tantos) en la 96/97. Ese expediente le valió para fichar por el Espanyol, que le incorporó a su filial. Sólo jugó un partido en Primera, a las órdenes de José Antonio Camacho. Nueve minutitos ante el Valladolid. Por aquel entonces, comenzaba a sobresalir un tal Raúl Tamudo... Paso cortado para Ribera, que optó por bajar al Sur.
Estuvo en cuatro clubes distintos en cuatro temporadas: Recre, Córdoba, Sevilla y Jaén. Su mejor curso, de largo, fue en el equipo blanquiverde. A Diego Ribera, pese a que su trayectoria anterior distaba mucho de ser brillante, se le acogió como a una auténtica estrella en una formación habituada a fichar peloteros anónimos o figurones en decadencia. Con 22 años, el de Ribarroja jugó 40 partidos -junto a Robert, el que más- y firmó ocho goles, alguno de ellos de imborrable recuerdo, como una chilena ante el Logroñés. Fue pieza clave en una alineación base que componían Leiva, Arnau, Juanito, Robert, José Carlos Soria, Rafa Navarro, Alberto, Aguado, Puche, Diego Ribera y Joseba Irazusta.
El buen año de Ribera le sirvió para fichar por el Sevilla, un aspirante al ascenso a Primera en la Liga 2000-01. Consiguió dar el salto y aportó 5 goles en 15 partidos, pero en Nervión no contaron con él y regresó a Segunda para fichar por el Real Jaén. Despachó una campaña aciaga. No marcó un solo gol y el conjunto del Santo Reino descendió. A partir de ahí, un carrusel de saltos. Tarragona, Girona, Alicante, Ponferradina, Orihuela, Mazarrón... Nunca pudo jugar en Primera.
En septiembre de 2008 Ribera empezó a entrenar con el equipo de su localidad natal, el Ribarroja CF, de Tercera División. Allí siguió hasta su retirada, que después de superar algunas lesiones le llegó con 35 años. Fue el máximo goleador del conjunto de su pueblo y lo salvó del descenso. Disputó su último partido ante el Torrevieja, en un emotivo episodio que puso fin a una carrera singular. Ahora es el director de la Escuela de Fútbol del Ribarroja.
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