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Sobre este blog

Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

Moby Dick

ballena blanca

Juan José Fernández Palomo

8 de febrero de 2025 20:00 h

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Definitivamente, muy poca gente ha leído Moby Dick. Esa es la paradoja de los grandes libros de la literatura universal. Que son tan buenos que no hay por qué leerlos. Piensen en la Biblia, sin ir más lejos. Piensen en los españoles que se vanaglorian de hablar en la “lengua de Cervantes” y no han leído El Quijote ni lo van a leer jamás.

Y no digo que la gente no lea. Leen cosas.

Los fachas no leen Moby Dick, eso lo tengo claro. Lo sé porque los conozco: no son los señores o señoras de derechas, hablo de “los fachas”, que son otros. Son los que no tienen paciencia. Y para leer Moby Dick, como para leer la Biblia hay que tener paciencia.

La paciencia es una virtud casi teológica que está reñida con la urgencia, que es el demonio de nuestros tiempos. Por eso leer Moby Dick necesita un esfuerzo, un trabajo calmado donde todo cuesta un esfuerzo, desde doblar el Cabo de Hornos a superar una tormenta subiendo a un mástil y plegando una vela.

Para escribir Moby Dick, una auténtica Odisea dos mil y pico años después de Homero escrita en la lengua de un país muy nuevo, su autor, Herman Melville, se entrevistó con un superviviente de la tripulación del Essex, un ballenero de Nantucket destrozado en el Pacífico Sur por la agresión de un gran cachalote blanco que lo partió y lo hundió.

Aquel superviviente del naufragio, en una noche de ron y confidencias, le contó a Melville que él y otros supervivientes, aislados en el Pacífico, practicaron el canibalismo cuando en los botes se quedaron ya sin provisiones.

El autor de la novela de la Gran Ballena Blanca decidió obviar ese relato confeso de antropofagia en su obra. Se dedicó a narrar una obsesión.

Que es un asunto menos truculento, pero más perdurable.

Melville escribió que “las ciudades se llenaban de luz por el aceite de ballena que, paradójicamente, se extrae de lo más profundo y oscuro del mar”.

¿Acaso no lo clavó?

“Donde acaba el conocimiento empieza la especulación”.

¿Acaso no volvió a clavarla el tito Herman?

Pues que se sepa.

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Como desde siempre he sido reacio a levantar pesos o manipular herramientas, pero sé leer, escribir y hablar, he acabado trabajando (es un decir) en medios de comunicación escritos y radiofónicos. Creo que la comunicación y la cocina tienen muchas cosas en común: por ejemplo ambas necesitan emisores y receptores, y tienen una metodología parecida, una suerte de sintaxis y de morfología que deben ser aplicadas. Cocino habitualmente en casa y mi último descubrimiento ha sido comprobar que recoger y limpiar utensilios mientras preparo la comida es muy bueno: ha cambiado mi vida, de hecho. Buen provecho a todos.

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